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Sábado, 26 de noviembre de 2005

ALEMANES EN LA ARQUITECTURA RIOPLATENSE

Aventuras alemanas

La exposición de este año del Cedodal está dedicada a los arquitectos alemanes que actuaron en el país y a los argentinos que se educaron en Alemania. El libro que lo acompaña es una ventana original a una corriente conocida fragmentariamente.

 Por Sergio Kiernan

No es cosa de ponerse sarmientinos, pero Argentina es un país donde se tiran archivos, se dispersan bibliotecas y se demuelen tesoros. Este sistemático descuido irrita a una minoría que, emperrados como vascos, le nadan en contra a la corriente. Algunos de estos testarudos se nuclearon hace diez años en el Cedodal, el Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana, una patriada erudita que cada año pone una pieza más en el rompecabezas y quiebra la flacura de libro, investigación y archivo de este país. En el camino, desarrollaron algunos conceptos peculiares y esta semana inauguraron otra exposición en esa línea: la que historia la presencia y la influencia de los alemanes en la arquitectura nacional.

El centro que dirigen Ramón Gutiérrez y Graciela Viñuales es también una editorial ya abundante, que publica o coedita bibliografías y estudios académicos. Y cada año, o casi, organiza una exposición y edita un libro dedicados a un autor –Prebisch, Kálnay, Gianotti, Massüe, Le Monnier–, a un movimiento –Casas Blancas– o, y aquí está el concepto peculiar, a una comunidad de origen: Cedodal ya editó Italianos en la arquitectura argentina y este miércoles presentó la muestra “Alemanes en la arquitectura rioplatense”.

¿Por qué usar el origen nacional de los arquitectos como hilo organizador? Porque estamos hablando de arquitectura en un país que no generó un estilo propio, reconocible como central, sino que importó conceptos, soluciones y estéticas. Y este bagaje llegó en la cabeza de inmigrantes, de contratados y de argentinos que estudiaron en ultramar. En un punto y en un momento histórico, Argentina es un nudo sorprendido de hilos europeos que raramente se cruzaron en su origen.

Como explican la exposición y el libro, ya había alemanes construyendo por aquí en tiempos coloniales, como hubo franceses e italianos, pero lo hacían en el universo estético español y hay que tener ojo de experto para sentir los ecos barrocos o neoclásicos alemanes en las estancias jesuíticas y las iglesias que nos dejaron.

No es el caso a partir de la segunda mitad del siglo 19, cuando empiezan a actuar profesionales de la primera camada, como Ernesto Bunge, un argentino hijo de alemanes y educado en Alemania, que nunca pudo dar puntada sin un hilo alemán. Es muy ilustrativo el contrapunto que hace este libro entre sus obras y la de otro argentino-alemán, Carlos Altgelt, que “se volcará también a una veta historicista por la arquitectura neobarroca alemana”, en contraste con la vocación gótica de Bunge.

Como todos los libros del Cedodal, éste tiene un nivel de ilustraciones ejemplar. Así se recorren obras famosas que les debemos a alemanes o a la educación alemana, como el palacio Pizzurno, la iglesia de Santa Felicitas, el Normal 1, varios edificios públicos de gran porte en La Plata, palacios en medio país, obras paradigmáticas en su época como el hospital de Tandil y literalmente centenares de casas particulares y edificios de renta, en todos los estilos imaginables. Hay curiosidades, como la pasión neocolonial de Guillermo Ebrecht en Rosario, o el hecho de que de los diez fundadores de la Sociedad Central de Arquitectos en 1886, la mitad fueran alemanes o descendientes educados en Alemania.

Y luego, claro, está la Bauhaus y el nacimiento del primer movimiento moderno en este país, donde los alemanes aparecen con fuerza. Así aparecen asociaciones como la de Antonio Vilar con Wilhelm Ludewig, que huyó de Hitler, y resultó en obras como el hospital Churruca, la sede central del Automóvil Club y varias de sus sedes en el interior. Y también nombres como el de Walter Loos o el del vienés Jonas Mond, constructor de sinagogas, nada menos.

En fin, un panóptico de influencias y obras con un fuerte capítulo industrial y otro patagónico, un diccionario biográfico compilado como siempre por la paciente Elisa Radovanovic, y una erudita bibliografía.

Y después dicen que ya no hay utopías.

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Santa Felicitas, de Ernesto Bunge, el primer arquitecto argentino, de origen alemán. Un eslabón en una cadena importante y poco conocida.
Imagen: Bernardino Avila
 
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