m2

Sábado, 14 de enero de 2006

REMODELACIóN

Una polémica por los clásicos

Una radical remodelación en Figueroa Alcorta, con fachada neo-neoclásica. Una nota en m2 explicando las razones de mercado de la decisión y elogiando el producto final. Una serie de reacciones y respuestas.

 Por Sergio Kiernan

Parece que la venganza de los clásicos inquieta a algunos. La nota publicada la semana pasada en m2 contaba que un edificio de la avenida Figueroa Alcorta estaba siendo remodelado. El edificio pasaba de oficina a viviendas de alto nivel, cambiaba drásticamente sus interiores, achicándose un poco para tener patio trasero y mejor luz natural, e iba a ganarse una fachada neoneoclásica, creada por la especialista Silvia Godoy para el estudio BMA. Como el edificio está en Barrio Parque, hogar de varios edificios neoclásicos, y su fachada actual es olvidable por no decir feíta –losas de hormigón, cerramiento metálico, vidrio– se destacaba como una buena noticia el cambio. Y se explicaba que no era que los jóvenes arquitectos de BMA hubieran sufrido un súbito cambio mental, sino que el cliente pidió una fachada neoneoclásica porque en este momento el mercado las aprecia y valoriza. La torre de Costantini, a pocos metros de esta obra, descubrió un ávido nicho en el mercado.

Hubo tres reacciones principalmente. Algunos lectores, aunque no comulgan en el altar de los clásicos, se ciñeron al tema y consideraron que en este caso, ciertamente el edificio mejora. No es que piensen que haya que volver a usar el repertorio clásico –la ideología que prohíbe la ornamentación sigue siendo muy fuerte en el Tercer Mundo– pero comparando lo que había y lo que habrá, vieron la diferencia. Las otras dos reacciones son más teóricas, son negativas y se olvidaron por completo del caso en cuestión para irse por las ramas. Una es la que se indigna porque aquí se dijo que es el mercado el que alza o rechaza ciertos estilos –”¿no era uno de nuestros sueños en la facultad dejar una impronta personal a través de nuestro trabajo?”, escribió la arquitecta Laura Weber en la Red de Patrimonio– como si eso fuera una novedad. La otra es la que rechaza visceralmente oír hablar siquiera de usar temas clásicos en el diseño actual.

Los arquitectos –esto es, los que se calientan por crear– tienen una situación muy curiosa. Un poeta es poeta con una birome y un cuaderno escolar. Un pintor invierte cien pesos en acuarelas y papeles, y es pintor. Pero un arquitecto practica una disciplina que para materializarse necesita vastas cantidades de dinero, casi exclusivamente ajeno. Es, en rigor, un arte por encargo, lo que pone al profesional en una situación renacentista: está el mecenas, el príncipe o el cardenal, que pone el enorme dinero y que tiene una fuerte influencia sobre el resultado. Este país está lleno de pintores que siempre hicieron lo que quisieron y se ganaron mal que mal un lugar, y los poetas que trabajan en un banco son legión. Pero el arquitecto que sueña a lo grande debe tratar con una empresa o persona que no va a financiar pasivamente el dineral necesario para que ese dibujo pase a ser edificio.

Esta es una experiencia común a todos los arquitectos que trabajan en el mundo real –salieron de la facultad, hicieron su aprendizaje, construyen– y que saben que hay una figura crucial, el cliente. Un alto elogio es decir que alguien es “un buen cliente”.

Pues el conjunto de los clientes se llama “mercado”.

El tercer tema es más complicado. ¿Por qué tantos arquitectos consideran pecaminoso, un escándalo insultante, que alguien use el canon neoclásico? Sea en maneras más o menos posmo o escenográficas, como en la torre de Costantini, con más cintura, como en este edificio de Miani, o con absoluto buen gusto y pasión, como en las obras de Alejandro Moreno, buenaparte de los arquitectos se indigna. Evidentemente, el dogmatismo moderno decreta la muerte de todo lo anterior a lo último que se esté haciendo.

Esto es notable y es derivado de las artes plásticas. Allá por el cubismo, los plásticos decretaron la muerte de la figuración e insertaron en el centro de sus ideas sobre arte la noción de progreso. Como la pintura es un arte enorme, practicado por centenares de miles de personas en todo el mundo, este dogmatismo nunca fue aplicado en serio. Por eso es que hoy hay figurativos, semifigurativos, neofigurativos, posfigurativos y Dios sabe cuántos ismos más. En general, los más avant garde son la cresta de la ola, la elite, pero nadie va a insultar a un buen pintor de paisajes, un impresionista o un dibujante realista. Parece que en plástica pasó esa ferocidad ideológica de hace ya un siglo y aparecen gestos de respeto hacia gente que no está en lo más nuevo pero tiene habilidad y talento.

Será que hay menos arquitectos, que las comisiones son más raras y la pelea más dura. O será que en las FADU de este sur se discuten menos ideas por lo que los alumnos se aferran más a ellas. O tal vez que la era de los Bustillo, arquitectos-artistas cultos como mandarines y ávidos pensadores de su arte en el contexto de las demás artes y de la cultura en general ya pasó. La cosa es que en cuanto alguien se mueve del canon de lo moderno, se lo critica con sorprendente dureza, se menea la cabeza con incredulidad o pena, se descarta la obra como una aberración, se tienen reacciones como la de Weber, que escribe que así “nuestro papel como arquitectos se reduce a la combinación armónica de un repertorio de formas obsoletas sacadas de un catálogo”.

Todo esto, queda claro, no es verdad. Es en rigor una exageración juvenil. Si Miani hace un edificio neo-neoclásico, nadie queda obligado a hacer otro. Nada cambia en la corriente actual de arquitectura. Se harán dos o tres o diez edificios así, entre muchos otros.

La pregunta válida sea tal vez por qué la amplia mayoría de lo que se construye es tan perfectamente olvidable, mediocre, sin el menor hálito de “expresarse” o “dejar nuestra marca”. Son esos edificios de vivienda que se alzan por todas las ciudades argentinas, con balcón al frente, puertas corredizas, algún revestimiento, cero ornamentación. Son esas torres abominables en Puerto Madero. Son esos edificios públicos que ganan concursos y no se sabe si son una sede comunal o una concesionaria o una obra social privada.

¿Alguna vez se preguntaron por qué la gente no le da ni cinco de bola a la arquitectura moderna? Pensar que era la madre de las artes...

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