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Sábado, 11 de febrero de 2006

CON NOMBRE PROPIO

Al diseño por el dibujo

Ilustrador y artista, Martín Kovensky es un férreo promotor
del dibujo como herramienta del acto creativo. Su muestra “Terminaron las clases”, en la Papelera Palermo, y un reciente libro dan cuenta de su método.

 Por Luján Cambariere

El de Kovensky es el mundo de la imagen. Dibujante, ilustrador, pintor, comunicador visual, artista plástico. Siempre ejerciendo un trabajo bifronte como él llama a la actividad que comparte desde siempre entre los medios (El Porteño, Página/30, Página/12 y desde 1998 La Nación) y su producción artística. “Mezcla de redacción y atelier, pincel y pixel. Un pie en la tradición y otro en la contemporaneidad”, define. La etapa actual lo encuentra trabajando desde La Cumbre, Córdoba, pero sobre todo abriéndose paso en la docencia con el que aspira a ser un nuevo sistema de enseñanza del dibujo. Un nuevo desafío en el que está embarcado de forma natural después de que en el 2002 presentara en la Papelera Palermo el libro Limbo (Fondo de Cultura Económica), un registro personal, un relato en imágenes de la crisis 2001. En charla con m2 da cuenta de esta nueva experiencia:

–¿Por qué es importante el dibujo?

–Creo que en esta época tan caótica y desde lo cultural antidemocrática, donde hay una mala distribución de ingresos y de conocimiento, el tema de recuperar el dibujo como herramienta formativa es muy necesario. En el aprendizaje del dibujo hay una posibilidad de entrar en acto rápidamente. Yo veo el dibujo como un gran atajo hacia el acto creativo. ¿Por qué dibujan los chicos? Porque son esencialmente creativos y como no tienen prejuicios y como lo que tienen a mano es papel y lápiz llegan al dibujo. Dicen los que estudian semiología que el dibujo precedió a la palabra. Esa tesis es súper importante. Como lo es tratar de ver cómo hacemos para llevar el espíritu de Ongamira a la vida contemporánea de la sociedad de masas impersonal. Yo pienso que el dibujo puede ser un enorme atajo para que las personas vuelvan a encontrarse a sí mismas y entre ellas.

–¿Por qué esta inquietud personal?

–Cuando empiezo a dar clases, entre comillas, ya que la idea de clase como conocimiento de un sujeto que ostenta el poder para mí es caduco, descubro varias cosas. Primero me llamó mucho la atención que un porcentaje elevado de participantes de los talleres son diseñadores de distintas carreras –gráfico, imagen y sonido, arquitectura– donde no se ejercita el dibujo. Tal vez porque se cree que con el software se resuelve todo y eso es falso, además de peligrosamente fácil. De ahí a la cosa homogénea, descafeinada, light, ausente de verdad, hay un paso. Hay algo que tiene de interesante el dibujo, que es el contacto con el acto creativo. Un contacto con lo absoluto. Yo creo que he sido de los primeros que uso la computadora como herramienta. Uno de las primeras 200 personas en tener una Mac 512 en la Argentina. Pero enseguida me di cuenta de su rol de interfase. Una herramienta poderosísima de trabajo, innegable, pero no exclusiva. Porque la compu sola te limita, sobre todo, porque uno está trabajando sobre un programa diseñado por otros. Y además por otras cuestiones hiperparadójicas, como el hecho de que hay situaciones que se resuelven de manera más rápida y mejor con un lápiz y un papel. Entonces se pierde energía en el procedimiento cuando muchas veces la velocidad es más importante porque es lo que te permite encadenar las ideas. Entonces, el acto creativo de un logotipo o de idear un prototipo es más fácil con la mano que con algunos programas.

–¿Ese abandono del dibujo como práctica corriente pasa por el recurso de las nuevas tecnologías o por el pudor o temor de enfrentar la hoja en blanco?

–Todo tiene que ver con todo. Es un síntoma de la época el temor a la manualidad, que mucho tiene que ver con la falta de transmisión y práctica coherente con otros tipos de cultura, como la música y el consumo. Hay una cierta alienación. Todo bien, no me asusta, tampoco quiero que se confunda este discurso como “dibujo sí, compu no”. Yo lo que veo es un desvío, un desborde tecnológico, que es grave si la máquina no es una prolongación de un pensamiento. Ahora bien, lo que vi en los talleres es que la gente recuperaba el acto creativo. “Ahora vamos a cazar a los bisontes”, decíamos. Cuando uno ve tele no caza bisontes. Te lo venden enlatado, muy bien diseñado, eso sí. Cuando dibujás de algún modo recuperás esa mística. Por eso me fascina poder trabajar en la transmisión de la enseñanza del dibujo, que además es genialmente barato para un país del tercer mundo. El dibujo en la medida en que te apropiás de ese sistema de representación, de pensamiento, sos vos. Es como un viaje astral. Así, el tipo que se imagina una silla porque en ese momento se le cayó la manzana, va y la dibuja y no tiene ninguna limitación. Todos los chicos se lanzan a dibujar hasta que en un momento surge el mandato de que el dibujar bien es que se parezca a. Una locura. Curiosa, por cierto, porque por otro lado es demodé. La fotografía eximió a las otras artes visuales del parecido.

–También tiene que ver con este mundo acelerado en que vivimos...

–Sí, para dibujar hay que permitirse interrumpir. Y creo que hoy eso es valiosísimo. Sobre todo las prácticas de dibujo colectivas, donde se genera una energía de grupo que es superior a la individual. Algo va pasando de uno a otro y ahí me veo en un papel más interesante que el del docente tradicional. La muestra y el libro surgen de ahí, de lo que produje yo pero en el contexto de las clases, con los alumnos en los talleres, que es quizá lo mejor que produje en los últimos años. Y el libro es un primer registro en forma preciosa, artesanal, en serigrafía, en papel hecho a mano. Registros de esos momentos y un texto hecho por el amigo, escritor y periodista Rodrigo Lara, quien describe este descubrimiento. El libro no tiene un valor pedagógico, pero a futuro sí me gustaría sistematizar este trabajo.

–¿En qué se ve el virtuosismo de un dibujo?

–En la verdad. Virtud-verdad. Podés aprender una técnica de verosimilitud pero pueden ser dibujos muertos, y de repente un garabato te conmueve con tres trazos. Siempre digo que el buen dibujo es aquel donde está alineado el objeto, la representación del objeto y la propia persona que lo realiza. Cuando eso sucede caés en una cuarta dimensión de transformación de la realidad. Es casi una práctica espiritual próxima al zen. El dibujo al diseño es como el óvulo y el espermatozoide al ser humano. Y si no pensemos en la experiencia fundante de la Bauhaus, cuando lo ponen a Johannes Itten a dar un curso de dibujo.

–¿En tu trabajo personal hay una mecánica? ¿En qué abrevás?

–Para el diario, sí. Una muy sonsa, que es hacer cuadernos como soporte. Dibujo todo ahí y muchas veces todo mezclado. Para resolver uno hago diez súper rápido. Lo llamo el “copy and paste ampliado” porque después elijo una parte que me gusta y la corto como un collage. El primer lugar en que abrevo es la sensibilidad, la lectura y un alto nivel de información y de pensamiento de la realidad.

–¿La mayor satisfacción?

–Del acto creativo, que no es privativo del dibujo, es que hay algo que se te revela del mundo en lo que hacés. Esa conexión con el inconsciente que considero un privilegio. Gran promotor de caída de fichas que torna visible lo invisible y no se da por tener más o menos talento sino más o menos compromiso. Pero, por sobre todas las cosas, el dibujo lo que te brinda es autoconocimiento. Vivimos en un mundo cruel y esto es sanador y accesible a todos. Todos pueden

* Muestra “Terminaron las clases”: hasta marzo en la Papelera Palermo-Casa de Oficios, Cabrera 5227,
4831-1080, www.kovensky.com

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