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Sábado, 3 de junio de 2006

CRITICA Y DEBATE

Un debate sobre adefesios

Una reseña de un libro, dos editores enojados, una discusión sobre cómo juzgar los edificios entre los que vivimos.

Por Sergio Kiernan

Hernán Bisman y Claudio Robles, dueños de la empresa Bisman & Robles, Desarrollo Integral para la Comunicación de Arquitectura, enviaron una respuesta al breve comentario publicado el 29 de abril sobre el libro Debora Di Veroli, arquitecta, que lleva su sello editorial. Este libro fue comentado en el párrafo final de una breve nota sobre otras obras (patrimonio de cementerios y una historia de los rascacielos porteños). Los editores objetaron fuertemente la dura calificación de algunos de los edificios recogidos en su libro.

En su carta, Bisman y Robles explican que Di Veroli llegó al país huyendo del fascismo, fue de las primeras mujeres arquitectas de Argentina y fue “pionera en varios aspectos”. Por ejemplo, fue de las primeras “arquitectas en obtener el título de planificadora urbana y regional, ha ejercido esta especialidad en Israel, Holanda y Argentina” y en los setenta “proyectó y construyó varios de los primeros hipermercados de nuestro país cuando este programa era prácticamente desconocido para todos”. Los editores agregan que la arquitecta “es responsable de más de 60 edificios de propiedad horizontal tanto en nuestra ciudad como en Mar del Plata y Miramar” y que “ha investigado más que nadie la problemática del hábitat de tercera edad con inmensa generosidad y sin que medie otro interés que el de ayudar a solucionar los graves problemas habitacionales de este segmento social tan postergado”.

En un frase importante, Bisman y Robles definen que “como todos los arquitectos de la Escuela de Buenos Aires, Debora se ha expresado mediante sus proyectos y sus obras que involucran más de 400.000 m2” y que en una carrera de 50 años tuvo sus obras publicadas en “prestigiosas revistas”.

Todo esto es en realidad una introducción al verdadero tema de la carta de los editores, ya que en la nota que objetan no se hablaba de la carrera, ni de la persona, ni de la generosidad, ni de los conocimientos de la arquitecta Di Veroli, sino de un puñado de los edificios recogidos en el libro. Dicen Bisman y Robles que “la crítica arquitectónica es una materia subjetiva que permite diversas opiniones. Sin embargo, en ningún caso puede carecer de seriedad profesional y de un análisis serio y pormenorizado para que esa crítica contribuya al conocimiento y la cultura”. Para ellos, los términos usados en la reseña de su libro “carecen de rigor periodístico y son, al menos, ofensivos”.

En la nota se hablaba de algunas de las obras de Di Veroli, como la serie de edificios Eiffel, una torre de Solís 637 y otra en Azcuénaga 1928 (ver foto), y se los calificaba como “algunos de los predios más feos jamás concebidos por la mente humana”. Este calificativo es ciertamente subjetivo –habrá seguramente alguien que considere estos edificios airosos, exitosos, cumplidores de su programa, estéticos, anclados en algún terreno cultural, funcionales– y evidentemente les resultó ofensivo a los editores del libro. Pero no carece de “seriedad profesional” y no necesita de mayores “análisis”, serios o no.

Es que la fealdad de estos predios es evidente, tajante, abrumadora, alienante. Son manchas en el tejido urbano que vivirán como pecados venales en el alma de los funcionarios que los autorizaron y los pagaron. Son objetos que algún día serán demolidos y olvidados por una ciudad –un país– más sabio y educado. Sólo la más refinada sofística interna puede justificarlos como obra y sólo desde dentro de la arquitectura puede afirmarse que son edificios valiosos que el público no entiende por no haber sido educado en las teorías actuales del oficio.

Cualquiera que haya salido de la adolescencia entiende que un profesional diseñe y construya algo así, en particular si se tiene la menor conciencia de los límites de los programas que imponen los clientes, por no hablar de los presupuestos. Pero una cosa es entender eso y otra, muy otra, es verlo recogido en un libro como un hito en una carrera. Eso es una decisión editorial, de selección, y es perfectamente relevante juzgarla en una reseña de libros.

La crítica arquitectónica en Argentina es en general blanda y –paradojas– acrítica, algo típico de un medio chico donde todo el mundo sabe que tarde o temprano se va a cruzar con todo el mundo. Nada de esto impide que un simple vistazo permita entender, sin necesidad de un “análisis pormenorizado”, el valor de ciertas obras. El más común de los mortales puede hacerlo. De hecho, lo hace cotidianamente

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El edificio de Azcuénaga 1928.
 
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