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Jueves, 11 de marzo de 2004

CORDERA AL PALO: LA ARGENTINIDAD, EL PODER Y EL PAIS CONGA, CONGA

Festival de la exageración

Es una apuesta fuerte. Disco doble por entregas y con un tema-madre bien pesado: quiénes somos y cómo somos, cuestiones retratadas en canciones festivas, oscuras, ácidas y como siempre, boca sucia. Uno de los responsables de la movida, el más visible de todos ellos, responde, duda, cree y se esperanza.

 Por Esteban Pintos

–¿El disco no debería titularse “La porteñidad al palo”? Casi todas las miserias, grandezas, historias y personajes de los buenos y de los malos, allí citados, corresponden a un estereotipo de porteño que, equivocadamente, suele proyectarse a la nacionalidad toda...
–Comparto la idea en absoluto. En el disco anterior había una canción que se llamaba “Porteño de ley” y que hablaba de toda esa cosa de mentir, manipular, enroscar, cancherear y tantos otros adjetivos... Creo que así se diferencia bastante de la gente del interior en muchos aspectos, fundamentalmente en la exteriorización. Sin embargo, las características morales y conservadoras que existen en el interior son aún mucho más férreas y sectarias. Ese es un aspecto también negativo de la argentinidad; algo que el porteño, tal vez por un contacto más directo con el mundo y por su locura misma, por el caos en el que vive, entiende de manera más dinámica respecto de la moral. Eso es un punto a favor. Cosa que no pasa, claro, y si se pudiera comparar, con la candidez, el calor humano, el culto a la amistad, el concepto de solidaridad. En el interior eso se mantiene muy vigente y creo que es un reservorio. Si el país se salva, será desde afuera y hacia adentro de Buenos Aires. Así es que observo cosas positivas y negativas, de acuerdo con lo que yo creo. Igual, todo lo que ocurre es un fenómeno, es muy ancho para hablarlo en una nota. O en un disco. Me parece absolutamente pretencioso, pero creo que este disco contribuye como muchos acontecimientos que ocurrieron en el país después del 21 de diciembre de 2001 a una nueva selección de conciencia. Lo digo con respecto a quienes somos, loco... Es un granito de arena, mirándonos en un espejo y viéndonos exageradamente feos y exageradamente lindo. Creo que la exageración tiene mucho que ver con los argentinos. En el disco quisimos contar historias con canciones, de argentinos. “Convalescencia en Valencia” es un chico exiliado, uno de los tantos de la década del noventa, un ex plomo nuestro que llegó a tocar la locura. “La murga de la limousine” nació de una historia en Miami. “Va por Chapultepec” ocurre en México; “El viento trae una copla” en las Islas Canarias. Nosotros, como otras bandas, fuimos a tocar por ahí y nos encontramos con eso. Así fuimos descubriendo a la argentinidad en su forma más exagerada: gente a la que le llevás un alfajor y se pone a llorar...
Anécdotas como ésta: Rubén Sadrinas, el gordo que formaba parte de la banda, nos contó una. Estaba en Oklahoma, imaginate. Para el auto en una playa de estacionamiento bajo una lluvia torrencial y grita “¡si llueve, si llueve!”. Sale el tipo que cuidaba el lugar y completa “¡La Boca no se mueve!”. Se pusieron a llorar los dos, abajo de la lluvia. Esas historias ocurren con el argentino cuando está lejos de su tierra. Se hace muy argentino ¿no? Por eso lo más interesante es empezar a descubrirse. Somos muy peculiares, muy distintos.
–Volviendo a los días de diciembre de 2001. Con el paso del tiempo, con una mirada desde el campo progresista, se relativizó el sentido de cambio que tuvieron esas protestas. A la distancia, ¿creés que aquello marcó un hito, verdaderamente, en la historia reciente?
–Para mí partió en dos la historia. Nosotros pertenecemos a la época en que los bancos, la Iglesia de Occidente, nos estaban robando. Para la cabeza de la clase media argentina, es la derrota más importante de toda la historia, y la puso en otra situación: el trueque, la participación en asambleas y sociedades de fomento, el lugar que le toca en el mundo. Hay un movimiento social interno, muy fuerte. Se nota en los pendejos de 13, 14, 15 años, necesitan pasarla bien y de una manera distinta a como la pasamos nosotros. Tienen otros valores, son más libres, tienen más sensibilidad, son más solidarios... Nuestra generación se está cayendo a pedazos, y eso está muy bien. Un niño puede gobernar mucho mejor que un presidente. Y estos pendejos tienen una cosa tan estremecedora, que a veces me siento avergonzado de ser como soy. Por otro lado, me siento feliz de compartir su mundo y poder aprender de la onda que tienen.
–Esa generación parece ser la base sobre la que se construyó el actual fenómeno popular alrededor de ustedes...
–Eso es Bersuit, en este momento. La energía que prima en los shows es ésa. Es sorprendente, por la edad que tengo y por otro montón de cosas, por la manera de decir que tengo... Hay un sentimiento adolescente latente en nosotros: yo y los otros pibes de la banda vivimos nuestra adolescencia durante la dictadura, con toda esa oscuridad. Por eso, esto lo vivimos como un eterno viaje de egresados. La foto de la tapa del disco muestra lo estúpidos que somos.
–¿Cómo manejás el poder que esa energía te otorga? Hoy, vos tenés más poder que un ministro...
–Me parece que es más justo, o en todo caso, lógico. Es más interesante que se le cree a Charly García, Spinetta, que son como son; que se le crea a Cavallo o Corach.
–Entonces, ¿el poder
es una droga?
–Me puedo expresar libremente, es una conquista para mi espíritu. Desde lo que siento y lo que pienso, sujeto a todo tipo de equivocaciones. También produce una excitación particular, por eso siento que estoy representando a muchas personas. Independientemente de que a veces me sienta estúpido o soberbio viéndome en ese lugar, también me estoy soltando y cagándome de risa de mí mismo. Fui mesiánico y me lo creí, hasta que fisuré. Entonces tuve que salir a la playa a vender ensalada de frutas, remeras, chipa en la feria de Mataderos, tomar una casa para irme a vivir... En silencio, no porque me convenía para la imagen, sino porque lo necesitaba. Viví historias sombrías, de reviente y destrucción, porque tenía que destruirme. Tenía que terminar conmigo. Después sufrí esa ruptura, pero ahora me relaciono como mis dudas y mi sensibilidad más que con un punto de vista ideológico. Por eso mis ideas se modifican constantemente, todo el tiempo.
–¿Te sorprendió Kirchner?
–Sí, claro. Si ni sabíamos quién era. Algún acercamiento habíamos tenido una vez que fuimos a tocar a Santa Cruz, aunque se temía por su característica personalista, casi mafiosa, para moverse en su provincia. Yo no estoy viendo ahora ese tipo de comportamiento. Lo veo plástico, inteligente, con muy buen humor, decidido y, de alguna forma, representando el sentido común de lo popular. Está sorprendiendo a mucha gente. Sigamos observando, si viene bien, ¿para qué ponernos tensos? Yo estoy ahí, observando, como todo el mundo. Por el momento, en contra suya no puedo decir nada. Vamos a ver. Nos han traicionado tantas veces, que sería un milagro que este hombre no lo haga. Vamos a tener que creer en los milagros, por una vez.
–En este contexto, ¿la Bersuit está musicalizando un tiempo de resurgimiento de valores patrióticos?
–No ocurrió a partir nuestro, despertó solo, fue un fenómeno social. Nosotros solamente lo estamos contando. Algo parecido pasó, y más fuerte creo, cuando Charly hizo su versión del Himno. Aunque también quiero cuestionar el Himno, me parece muy solemne y aristocrático. Tendríamos que hacer algo más bailable. Si este país es una conga...

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