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Jueves, 1 de abril de 2004

MARTIN Y MATIAS MENDEZ, MUSICOS DEL SIGLO XXI

Hermanos brothers

A uno lo fueron de Arbol y pasó bastante tiempo hasta que definió su propio proyecto, que hoy goza de buena salud bajo el nombre de Nuca. El otro superó la separación de Los Caballeros de la Quema y durante el año pasado terminó de darle forma a Sendero, una banda que se las trae. Aquí, sus historias.

 Por Roque Casciero

Sus padres se conocieron cantando en un coro, por eso Martín y Matías Méndez dicen que nacieron predestinados para la música, o algo así. Los hermanos compartieron una habitación de la casa familiar en Castelar, que se convirtió también en sala de ensayos cuando Martín, guitarrista y once años mayor que Matías, armó una banda llamada Los Caballeros de la Quema. Entonces, el menor de los Méndez se copó con la batería y recibió sus primeras lecciones de Iván Noble, el cantante de la banda de su hermano. “Lo que Matías tenía a favor era que ya contaba con mi discoteca, por eso empezó a definir sus gustos muy rápido desde chico. A los 9 estaba copado con Accept, por ejemplo”, cuenta Martín. Su hermano recuerda que cuando llegaba al hogar después del colegio “retumbaba todo con algún disco de heavy metal”. “Todo el tiempo rodeado de músicos, los Caballeros empezaron a ensayar en mi cuarto... Digamos que la historia estaba ahí, hubiera sido difícil ser abogado”, dice con una sonrisa fugaz.
Para Martín, la historia siguió con cinco años aprobados de la carrera de Sociología y con los libros finalmente puestos a juntar polvo cuando descubrió que “desde esa profesión era imposible cambiar algo”. “Vi mucho más poder en una guitarra que en tantos libros, aunque amo leer. Sentí que la guitarra era una herramienta más poderosa que la intelectualidad”, explica. Los Caballeros de la Quema tuvieron un moderado ascenso hasta que Avanti morocha (y la exposición mediática de Iván) los convirtió en éxito.
Mientras tanto, Matías (que tuvo su propia Escuela de rock como plomo e iluminador de los Caballeros) armó un proyecto para el que compuso las primeras canciones y delineó el concepto grupal: Arbol. Y recurrió a Martín para que produjera el primer trabajo independiente de la banda, Jardín frenético. Entonces entró en escena Gustavo Santaolalla. “A una banda que tocaba por primera vez en Capital, él le propuso ir a Los Angeles, grabar discos, firmar contratos. O sea que no estaban dando los pasos arquetípicos del desarrollo de los grupos sino que estaban quemando muchas etapas”, recuerda Martín. Y sigue Matías: “Santaolalla quería que algunos temas del disco los tocara un sesionista, porque yo no estaba a la altura del disco que había que grabar. Hoy comparto eso, pero no compartía que lo grabara otro. Las cosas se fueron dando de un modo en el que a mí ya no me interesaba para nada participar del proyecto. Esa primera crisis grande mostró cómo era cada uno y no me gustó un carajo la actitud de mis compañeros. Estuve un par de años sin tener relación con ellos, aunque ahora sí la tenemos. Me dediqué a viajar, a hacer mi historia y ni les contestaba los llamados porque no me interesaba. Después crecí y entendí que puede haber flaquezas. Pero estoy conforme con la decisión que tomé. Como el nombre, el concepto y la mayoría de los temas eran míos, y ellos los necesitaban, se los vendí y me fui de mochilero a México. Después, con una plata de regalías, me compré la primera computadora. Transformé todo aquello en lo que es mi realidad de hoy, que trabajo como productor y grabo los discos de mi banda”.
La banda de Matías (también conocido como Chávez) se llama Nuca y es un poderoso y original cóctel de dub con guitarras distorsionadas, tal como puede apreciarse en el interesante disco Paraway. “Cuando estaba en Arbol hacía las letras, pero no cantaba. Entonces, me dije: ‘Si hubiera sido el cantante de Arbol, no me quedaba fuera de mi proyecto, se iban todos los demás’. Me fijé como meta hacerme cargo de cantar, aunque me da mucha vergüenza. Fue como un largo camino: encontrar mi voz, animarme a hacerlo. Venía desde muy chico con el proyecto de Arbol, pero salí al mundo y vi otras formas de hacer música y de vivir. Se me abrió un panorama enorme: tengo por lo menos para tres discos más con eso (risas). Al principio, Nuca era un proyecto solista, pero se transformó en un grupo.”
Dos años después de que Matías se quedó afuera de Arbol, Martín debió enfrentarse a la separación de los Caballeros. “Tuve muchos claros indicadores y señales de qué se venía: sueños, actitudes de mis compañeros, sensaciones...”, repasa el guitarrista. “En esa época sentíaque algo crecía dentro mío, un concepto distinto de banda, de letras... Nunca aposté por el derrotero sentimental en las letras ni por llevar a la banda a ese terreno musical. Si hubiera querido ir por ese camino, lo habría tomado al comienzo, no de viejo. En una ruptura, además de cuestiones personales hay otras artísticas. Intuía que nuestra química estaba agotada. No me gustan las bandas de muchos años, me suenan a pyme. Para mí, dejar los Caballeros era quedarme sin trabajo en la peor crisis laboral de la historia. Había veinte familias que vivían de eso. Y eso pesaba. Pero estaba creciendo algo adentro que en la banda no tenía lugar y que tenía que explotar por algún lado. Sentía que podía escribir letras y cantarlas, ya no necesitaba que alguien dijera las cosas por mí. Sentí que estaba maduro para poner la cara y ponerme en el centro del escenario. Además de eso, perdimos a un compañero y los shows ya no eran lo mismo: veíamos el hueco y era difícil sostenernos. Tampoco me hizo feliz el último disco que hicimos ni el rumbo que tenía. Y sentía que la química era noventista: estoy muy involucrado con la generación de Matías, por él y por algunos alumnos de guitarra, y no quiero que, en el 2005, mi nuevo proyecto suene a los ‘90 sino al 2006.”
Mientras Sendero gana recorrido en escenarios, Nuca –con una formación nueva– se dispone a grabar su tercer álbum, que será de ¡cumbia dub!: “Me parece que la cumbia es lo que se viene, algo muy poco explorado desde el rock y desde la experimentación”, define Matías. “Es terreno totalmente fértil. Lo veo como lo que pasó con el hip hop y la música disco: agarraron una partecita y la pusieron súper hipnótica, y de ahí salió toda una movida. Agarran el ritmo y el espíritu bailable, no la lírica. Ahora estamos prendidos fuego con hacer eso con la cumbia.”

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