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Jueves, 4 de noviembre de 2004

LA NUEVA OBSESION DE TENER TELEFONO

Generación celular

Usos, costumbres y caprichos de un nuevo biotipo de consumidor en el siglo XXI: los que tienen teléfono celular. Ya no es comunicación, es otra cosa: envases cada vez más pequeños y luminosos, capaces de sacar fotos, enviar mensajes con un nuevo lenguaje y hasta filmar una película. Gracias a ellos, la posibilidad de construir, también, status social.

 Por Julián Gorodischer

Cada década renueva sus símbolos de status. Si en los ‘80 esa vanidad conocida como tener onda se numeró según litros de cerveza, los ‘90 la elevaron al calzado: la zapatilla guió la ostentación con cientos de modelos de colores para caminar o correr maratones. En el 2004, la era del celular concibe usos para lo que sea: mandar mensajes, escribirlos en el cielo, en el techo del boliche, sacar fotos, filmar un corto y hasta manejar un autito a control remoto. Lo pequeño es hermoso, y renueva las prioridades de la generación sub-25: deberá entrar en el bolsillo, pesar como una lapicera, esconderse por completo dentro de la mano. O lucirse como anillo y pulsera, en modelos recién presentados en el Congreso Mundial de Cannes.
Si, en los ‘60, Roland Barthes atribuyó a lo liso la textura más cercana a la perfección, con asociación a la naturaleza (liso como la llanura, el cielo, el lago) o a la mitología religiosa (como el sudario de Cristo), el publicista Santiago Vega (de Young & Rubicam) inaugura una metafísica de lo micro. “Rige lo mini. El joven tiene como valor al auto chico, el telefonito, el compartimento. Si querés vender, no le ofrezcas la camioneta gigante.” El celular hereda el mito del secarropas ochentoso (“poderoso el chiquitín”, ¿se acuerdan?), y desafía a repensar, en derivación inesperada, el mito de que el tamaño importa. ¿Las razones? “La juventud se da cuenta de que el mundo está lleno de gente –dice Vega–, de cosas, de porquerías, y opta por una salida ecológica. La clave es en menos espacio, más soluciones.”

El rata

El devoto del celular no es un buen conversador: el aparato servirá para escribir mensajes de texto en el techo de la discoteca (el celu-disco), o medirá calorías, temperatura y pulsaciones (el celu-deporte extremo) o propondrá conexión a Internet con messenger incluido (el celu-genio). Al estudiante de cine le ofrece el primer cortometraje. Julián Andrade, de 25, se presentó al primer concurso Siemens para cortos filmados con celular, con su película Hote you, y su historia sobre el amor-odio en la pareja quedó entre los 20 finalistas. Plagada de gags como de slapstick comedy, concisa y efectista, se expresa en un tono narrativo basado en la máxima eficacia del mensaje: en dos minutos, con remates contundentes. “No tiene ni la óptica ni la resolución de una cámara de cine –asume Andrade–, pero te restringe y te obliga a romperte la cabeza.”
La nueva democracia del celular imagina un usuario empobrecido al que hay que incluir en el mercado, uno que no puede comprarse la filmadora, o no accede a la cámara de fotos, y necesita unificar funciones. Hablar, claro, es lo de menos. “Al usuario del 2004, me lo imagino rata –asume el publicista Lucho Sánchez Zinny, que diseñó los avisos de los teléfonos Nextel–. Es un target que antes no existía: un pibe de 18 que usa el teléfono con la primera guita que tiene, como uno de sus primeros lujos.” ¿Proyecciones? “Imagino una cosa casi fea: no podrán vivir sin eso, se terminarán las reuniones privadas, se sentarán a comer con alguien, pero recibiendo de a 300 mensajes de texto.”

Nuevo lenguaje

Si se tradujera la flamante Lengua Personal (de mensajes de texto) a la voz hablada, el resultado daría el sonido gutural de un retrasado, o el esmerado esfuerzo del sordomudo, siempre en la tradición de la discapacidad. La Lengua Personal es el último capricho puesto en funcionamiento en colegios y facultades, sin vocales y con varias consonantes suprimidas. Entre sus beneficios, la jerga ahorra segundos de comunicación y genera cofradía. Sus críticos, en cambio, ya piensan –dicela profesora de Literatura, Cristina de Guardia– “en un estímulo a la falta ortográfica y los problemas de sintaxis”. ¿Es tan así?
“No exageren –retruca el publicista Pablo Poncini, uno de los ideólogos de la Lengua Personal–. Es lo que cualquiera hace para tomar apuntes. ¡Soltate, animate que no pasa nada malo! Hasta Gabriel García Márquez ha hecho quilombos pidiendo el fin de la ortografía.” El publicista avizora a más y más devotos de la religión portátil, captados por la baja en el precio del aparato (a un promedio de 100 pesos, los básicos), pero también tentados por la extinción del pulso telefónico. Ya se ven estudiantes mandando mensajitos en las aulas, bolicheros rastreándose por escrito, desencontrados que no apelan al llamado telefónico. Pero el sueño es a largo alcance. “Hay que democratizar –dice Chavo d’Emilio, publicista para CTI–. Llegar hasta las prostitutas, los taxistas...”

El gourmet

El adicto imaginado por la tanda es un perdedor obsesionado con “la onda”. Quiere ligarse al rockero (en Qué pena Gigena, el aviso de Personal), o asistir al festival pop-rock-electrónico (el Personal Fest) o diferenciarse por un ring tone bajado de la página de MTV. Para cautivar, el celular se hiperdiseña con excesos lumínicos, fundas psicodélicas y pequeñas orquestas incidentales que aturden. Frente al celular proletario (el Nokia de cien pesos), que se entremezcla en mesas de cafés y colectivos, el usuario gourmet escucha con atención las novedades del Congreso de Cannes: teleconferencia, giro de cámara de 180 grados, o hasta uno anticáncer sin radiación electromagnética.
Y si la tendencia creciente es “más de un celular por persona”, con penetración de hasta un 120 por ciento en los países nórdicos, el desafío es la batalla contra la masificación. Para Nextel, ser mejor es ir más veloz, y así lo demuestra en su comercial Botones, donde cualquier conexión se establece tocando una tecla. “La tendencia es ir hacia el one touch –anuncia el creativo Lucho Sánchez Zinny, que trabaja para Nextel-. Que sea como un handy, que resuelva apretando un botón.” Y se imagina, en su próximo aviso, la escena futurista a corto plazo:
–Será un asado en el que no hable nadie. Ya se dijeron todo por teléfono y no tienen nada más para agregar.
–¡Estremecedor!
–Pero es un chiste, ¡obvio!

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