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Jueves, 27 de enero de 2005

ANOTACIONES DESPUES DEL GESELL ROCK

¿No pasó nada?

Tours para papis, mucha policía, poca agitación y olor a extrema paranoia. Los músicos bajaron un cambio, e hicieron el duelo con un público inteligente (más de lo que muchos piensan). Fue un éxito, dijeron todos, porque el festival transcurrió en absoluta “normalidad”. Mmm...

 Por Cristian Vitale

desde Villa Gesell

”Debo confesar que cuando pasé los primeros controles de la entrada y me choqué con un paredón de canas, me corrió un friíto por la espalda, me recordó viejos y feos tiempos. Pero no fue tan duro.” María, de 43 años, hizo un alto en el insoportable calor de Buenos Aires y se tomó un micro con su hija de 14 para ver la fecha inaugural del Gesell Rock. La esperaban al arribo Bersuit, No Te Va A Gustar, Pier, La Zurda y un operativo de seguridad que, por su edad, la retornó 30 años atrás. Seguramente no estuvo entre los escasísimos padres que fueron parte del tour grotesco, que los organizadores del festival –empujados por la confusión mediática post-Cromañón– habían preparado para dejar tranquilos a ciertos papis, de esos paridos al rock nacional a través de mamá mega. La fecha de apertura estuvo signada entonces por una paranoia chocante, desmedida, hasta ridícula en normas de precaución: era imposible que en el viejo Autocine de Villa Gesell ocurriera algo parecido a un incidente. Menos aún teniendo en cuenta que a nadie –a menos alguno a pasos de la oligofrenia– se le iba a ocurrir lanzar bengalas, morteros o cualquier elemento de fabricación militar. Pero había que aparentar. No está muy claro ante quién, pero había que aparentar.
En verdad, el Gesell Rock –que convocó en cuatro jornadas a poco más de 40 mil personas– fue un éxito. No sólo porque la asistencia numérica se mantuvo acorde con festivales anteriores de similares características sino porque la naturaleza abierta del Autocine impidió cualquier conjetura de conflicto, precisamente por esas condiciones. Apenas con tener amplias puertas de salida, un equipo eficiente de la Cruz Roja y espacios abiertos lejos del escenario para tomarse un respiro –en este sentido es positivo vender menos entradas de las posibles–, es decir, con mecanismos mínimos y bien trabajados, el terreno queda libre para la fiesta –que el Gesell Rock no haya sido una fiesta se explica por otros y obvios motivos.
Pero lo que sacó por momentos de quicio al público rockero más experimentado fue el celo de seguridad, que quedó explícito por lo menos durante los primeros dos días. Alejandro Nagy, viejo y querido conductor de Rock & Pop, nunca hubiese imaginado que iba a ser tan reprobado –con silbidos e incluso insultos– cuando, entre banda y banda, aparecía un spot con su voz explicando las benditas “normas de seguridad”, que terminó superando la paciencia de un auditorio reflexivo y autoconsciente como nunca. “¿Qué se piensan, que somos boludos? No nos subestimen más”, comentó un fan de Almafuerte, mientras esperaba el arribo de la banda, durante la segunda jornada.
Pero lo más incómodo –al cabo el spot era corto– fue la exagerada presencia policial. ¿Cuánto hace que el rock no amerita policías? ¿Cuántas veces esa misma presencia generó incidentes y no un público rocker cada vez menos violento? (Los Redondos serían un caso extremo y particular.) ¿Se hubiese evitado Cromañón –forzando la comparación, claro– de haber habido más efectivos “dentro” del lugar? Prueba clara de que el despliegue mediático, palabrero y tendencioso, confundió las aguas una vez más y obligó a MTS –la empresa que organizó el evento– a extremar medidas superfluas. Una vez más, la ficción periodística superó a la realidad y motivó que, por ejemplo, tuviera que pagar la confusión un chico a quien, por tener un porrito dentro del paquete de cigarrillos, le cayeran encima varios efectivos, lo ridiculizaran en público –como si fuera el peor asesino de la historia– y se lo llevaran detenido, ante el asombro de quienes estaban alrededor. Habrá que estar atentos de ahora en más (Gustavo Cordera habló de caza de brujas) y el Gesell Rock, en este sentido, operó como efectivo llamado de atención.
El desafío de los 33 grupos que fueron parte del festival era morigerar con música tanta muerte. Tarea difícil. Hubo sólo tres momentos térmicamente muy calientes: Tuyú (Bersuit), Dale! (Catupecu) y Sin hilo(Las Pelotas). El ánimo alicaído de los artistas se notó, sobre todo en la primera fecha. El set de Bersuit contrarió su perfil siempre festivo y, a excepción de Tuyú, sonó con mucho respeto, bien abajo (bienvenido sea que ese sentimiento pueda transformarse en música). Otras bandas acusaron la tragedia a su modo: Charly, por ejemplo, entregando un show de antología y pidiendo que “no prohíban Navidad”; Calamaro –quien parece que se “amigó” con Charly en un hotel de Mar del Plata– regalando lindas versiones de Tuyo siempre y Días distintos; Arbol y Las Pelotas –la mejor propuesta, pese a Charly– pidiendo un minuto de silencio por las víctimas. Y León homenajeando a los chicos muertos en Cromañón, sin olvidar a los desaparecidos, las madres del dolor, Rosa Bru, Zanon –sentimiento compartido con sus amigos de Attaque 77– y Pinochet.
La aparición de distintas bandas, que hubiesen ameritado otra repercusión de no haber sido por el contexto como La Zurda, Dancing Mood, Cielo Razzo y los uruguayos No Te Va A Gustar, otorgaron cierto brillo, siendo de las menos aguardadas. Entre las esperadas, en cambio, a excepción de las nombradas –más La Vela Puerca y Almafuerte–, hubo al menos dos que destiñeron: Babasónicos, con un show ligero y un tanto tedioso, y El Otro Yo –ahora con el ex brujo Gabriel Guerrisi en guitarra–, a quienes parece que todavía no les pasó la exitosa adolescencia.

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