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Jueves, 5 de mayo de 2005

“POLICIAS EN ACCION”, POR EL 13

Estar cerca no siempre es tan bueno

 Por Mariano Blejman

El año pasado, la “mejor policía del mundo” tenía un espacio exclusivo en el aire, hasta que en Canal 13 cambiaron el título del programa: de Policía Bonaerense pasó a ser Policías en acción, decían, para dedicarse a registrar otras fuerzas del país. El programa volvió a emitirse los viernes a las 23. Y más allá de las buenas intenciones de los realizadores (que aquí no se ponen en duda), los polis se acostumbraron a la tele: muestran su azul oscuro, sus mazazos a transeúntes cuyo único crimen parece ser haber nacido “cabecitas”; se dedican a encarar al sospechoso, a poner contra la pared reclamos urbanos. Sin duda, el programa se esfuerza por hacer también un buen trabajo estético. Pero tal vez no alcance con mostrar historias de alto contenido dramático, ni con editar bien, ni con acceder a mundos poco vistos, ni con lograr que la maldita contenga sus exabruptos cuando realizan procedimientos. Tampoco alcanza con generar clímax (como mujeres policías de compra de ropa “de trabajo”), ni con mostrar sus bizarras conversaciones enmarcada en esa estética kitsch de panzas regordetas respirando sin pulmones, mientras piensan en la porción de pizza que les calmará ese guarro apetito.

Policías... se aleja de la gran película El bonaerense, de Pablo Trapero, para acercarse a una versión de cabotaje y barrial de Cops suburbana. La cámara inquieta pone el ojo en el policía común y en su sonrisa socarrona. Pero nada más temible que una carcajada azul. Aunque el programa solía mencionar diversos índices de violencia en los barrios marginales, porcentajes de muerte infantil y casos de drogadicción, curiosamente han omitido el contexto: buena parte de esa policía está también implicada en asesinatos, casos de gatillo fácil, ofrece zonas liberadas. Se sabe.

Sin un contexto apropiado, a Policías... se le salta la cadena del descontrol remoto: se detiene en el maltrato –se aporrea al detenido hasta reducirlo, se lo tira contra el piso, ateniéndose, dirán, al manual de instrucción–, en la suspicacia (“algo habrá hecho”, como en tiempos de Camps y Etchecolatz), o cuando tergiversa la historia para hacerla más atractiva: vale recordar la denuncia del año pasado del empresario Juan Antonio Ortiz, detenido injustamente por unos policías de Policías... Y aquí no vale la redundancia.

El ciclo lleva el riesgo de naturalizar el morbo hasta convertirlo en agradable. Se acerca a la mentalidad del asesino, para volverlo amigable. Ante el hecho, no duda. El aparato convierte su mensaje en enunciado neutral. Pero la mirada antropológica, en este caso, hace perder el contexto. Policías... cambió el nombre hace mucho, pero no sus mañas. El mundo catódico termina siendo cómplice de sus actos emitidos, o a lo mejor todo esto se debe a que su gerente de programación siempre le gustaron los policiales. Como sea, Policías... demuestra que acercarse tanto no siempre es tan bueno como dicen.

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