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Jueves, 16 de junio de 2005

LA LIGA NO ATACA, DEFIENDE

En contra de lo obvio

 Por Mariano Blejman


Uno se va acostumbrando. Las cosas se van asimilando a la vida cotidiana y ya dejan de sorprender por más que sean aterradoras. Entonces lo inverosímil termina convirtiéndose en algo más o menos obvio: si un niño de cinco años roba un muñeco, debe ir preso; si un pibe de doce años recoge soja de un río, debe abrírsele una causa por robo; si alguien es confundido con un asesino, tiene que pasar cuatro años en la cárcel. Obviamente esto si uno es pobre. Porque los ricos tienen justicia. Obvio.

En el último programa La Liga (con Daniel Malnatti, lunes a las 23 por el 13) se buscaba, entre otras cosas, contar historias donde la justicia no se hizo. O mejor: sobre cómo un error pequeño de la Justicia puede cambiar la vida de personas inocentes. Por empezar, Malnatti se fue con una estatua viviente que hacía de Justicia a la puerta de Tribunales a preguntarles a los “del entorno” qué tenían ganas de decirle. La Justicia no emitió juicio alguno: se limitó a hacer caras y escuchar lo que decían los que ingresaban a Tribunales. Clarificadora fue una mujer que hizo la siguiente ecuación: si el problema es entre dos ricos, hay justicia; si es entre dos pobres, también. Pero si es entre un rico y un pobre, no hay.

Uno de los casos que contó La Liga es el de Nico, un nene de cinco años que fue acusado por un compañero de escuela de robar un muñeco de unos setenta pesos. La madre del nene “robado” hizo la denuncia, pero se omitió decir que el imputado tenía cinco años. María Julia Oliván entrevistó a los padres del niño “ladrón” (¿quién no se quedó con un juguete ajeno durante su infancia?), quienes contaron que la causa avanzó y el nene fue citado a indagatoria. Recién se archivó todo cuando se hizo público el despropósito del asunto.

Peor la pasó el pibe Gonzalo Salerno, que estuvo detenido cuatro años, siete meses y diecisiete días por una “cama” policial. Gonzalo trabajaba como remisero, iba a la secundaria y vivía en González Catán, donde un día mataron al dueño de un supermercado. En busca de culpables, la policía detuvo a Gonzalo cuando él mismo se presentó en la comisaría para saber por qué lo estaban buscando. Le contó al notero Diego Alonso cómo lo metieron para adentro, le pegaron, le hicieron firmar dos papeles sin saber qué firmaba, y lo condenaron gracias al testimonio de dos testigos de identidad reservada. Gonzalo jamás conoció a su defensor oficial. Pasó por diez penales y casi pierde la vida cuando le dieron 17 puñaladas.

Tato Villalba tiene doce años y vive en Rosario. Con dos amigos tomaron un botecito y se fueron a buscar algo de soja en la zona del río que da a la empresa Cargill. La Prefectura lo detuvo por quejas de la empresa, lo interrogaron –violando el derecho del niño– y le abrieron un expediente por “hurto”. El juez no le dio curso, pero al chico le quedaron antecedentes penales. Otro notero, Lucho Galende, se metió también en un botecito, pero a él no se lo llevaron: la cámara es inmune.

El único riesgo posible para La Liga es que nos acostumbremos a lo trágico; que las historias que aquí se cuentan no sean más que carne de rayos catódicos, y que de un bloque a otro todos digamos “qué tremendo”, para después cambiar de canal y ver un poco de Los Simpson de trasnoche.

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