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Jueves, 23 de junio de 2005

CRóNICAS DESDE LOS ESTERTORES DE BOLIVIA

El Alto, el fuego

Estos pibes de 20 años bajan de los cerros cargados de dinamitas, hacen pozos y más pozos, resisten las embestidas con la convicción de no querer perder lo poco que les queda. ¿Quiénes son? ¿A qué se dedican? ¿Qué hacen cuando no hacen bloqueos? El Altiplano está cambiando de manos...

Por Carlos Broun desde Bolivia

En la puerta de la Universidad de La Paz está Mónica, entre miles de chicos que entran y salen sorteando los puestos de libros y comida, y afiches y carteles que agitan consignas por la toma del poder y la Asamblea Popular. La gran altura hace que el paso sea más lento. Mónica está en La Paz, pero vive en El Alto, de 800 mil habitantes, ubicada a 4 mil metros de altura y estudia administración de empresas. Hacia allá vamos. En La Paz se nota el contraste entre las clases altas y los sectores pobres: al sur, los “cambas”, las casas son de dos pisos y las calles reflejan el “occidente”. Hacia el norte todo se vuelve más “oriental”. No sólo en la arquitectura que mezcla callecitas y edificios de 300 años con modernos bancos y departamentos. Millones de trabajadores, campesinos y pequeños comerciantes, inundan las calles angostas; llegan a vender sus productos en todas las esquinas, a comprar más barato en la calle que en los supermercados para los ricos. O, cómo Mónica, vienen a la Universidad a buscar un futuro más próspero. A pocos kilómetros, los “indios”, los “rebeldes”, el pueblo indomable de El Alto ha sido la vanguardia del proceso social. Un gran calidoscopio social donde se funden en un instante imágenes imposibles de diferenciar.

Hacia El Alto

Subimos con Mónica hacia El Alto. “Bolivia está viviendo momentos de cambios estructurales. Desde el 2000 han comenzado las movilizaciones en el Chapare con los cocaleros. En febrero del 2002, los policías se han enfrentado con los militares por el impuestazo, un año después las Juntas Vecinales de El Alto han salido por la nacionalización de los hidrocarburos. Posteriormente se han unido desde la ‘ollada’ en las afueras de La Paz, pero ya en octubre ha salido todo el pueblo contra el Goñi Sánchez Lozada. Hubo muchos muertos. Y nuevamente salimos ahora.” En octubre del 2003, 67 chicos de unos 20 años pelearon hasta dar su vida en los alrededores de la planta Senkata en El Alto. El ex presidente Sánchez de Lozada mandó al ejército a desbloquear la planta que abastece de combustible a La Paz. Los combates se libraron entre barricadas y ráfagas de ametralladoras. El saldo fue la sangre y la renuncia. Igual que De la Rúa huyendo en helicóptero. Ahora pasan los días y la crisis aún no encuentra salida. Los movimientos sociales exigen la dimisión del Congreso. Este, amurallado, maniobra para evitar la renuncia.

Nadia trabaja en el Banco Nacional de Bolivia; tiene 21 años, quiere ser periodista. Acompaña hacia la planta Senkata a entrevistar a los trabajadores petroleros. En el camino explica que el “bloqueo” consiste en cavar pozos de más de un metro en todas las esquinas y llenar de enormes piedras las carreteras, largos kilómetros intransitables llenos de bronca. Pasados unos días, se acaban las garrafas de gas y los surtidores dejan de vender combustible. Nadia estuvo todos los días en los bloqueos. “Han sido días de gran sacrificio, pero vale la pena. Si no, ¿qué nos queda?” Mira a su alrededor y en medio del caos que ella con orgullo ayudó a provocar se sonríe un poco. Ya más cerca de Senkata su gesto se endurece: “Acá es donde mataron a la mayoría de los compañeros el año pasado”, recuerda señalando los alrededores de la planta refinadora. El duelo por los jóvenes de El Alto continúa. Sus cuerpos fueron enterrados con honores.

Mónica sigue su relato: “En la primera semana hicimos cinco marchas, en la segunda comenzamos a coordinarnos con los comerciantes para abastecernos de alimentos. También organizamos la comisión de propaganda para dar a conocer las resoluciones de las Juntas de Vecinos. Así es como los jóvenes nos hemos hecho parte del pueblo”. ¿Cómo era su vida antes de los bloqueos? “Pues mira, he dejado un poco de ir a ver videos con mis amigos. Tengo menos tiempo para leer y para ir a seminarios. ¡Hace cuánto que ya no juego al voley! Hace mucho que estamos en esto, antes trabajábamos creando conciencia. Ahora llegó el momento de la acción.”

En El Alto

Bajamos de la movilidad en el centro de El Alto. Flamean las wipalas en los balcones (bandera de pueblos originarios), aún las calles están llenas de pozos. El clima es festivo. En la calle, las mujeres cocinan y los comercios vuelven a abrir sus puestos, enormes piedras aguardan alistadas a la vera del camino. El “cuartel general de la revolución boliviana”, le pusieron los jóvenes. Esta es la forma que toma el poder territorial. Durante la última semana de bloqueos, el “paro cívico” ha sido tomado en sus manos por todo el pueblo. Los mineros llegaban a la ciudad haciendo tronar sus “cachorros” de dinamita. Los campesinos se instalaban en los alrededores de la plaza Murillo. El presidente Mesa, acorralado, salió hablar de “intolerancia”. Minutos después comenzaron las “gasificaciones”. Hubo corridas, bicarbonato para tapar los efectos del gas, agua, de vuelta para adelante y de vuelta los “pacos” tirando gas. La policía hizo un cerco alrededor de la Casa de Gobierno para impedir a los manifestantes llegar a la puerta. Los “pacos” no dispararon, los 67 muertos de octubre están presentes. Mesa anuncia: “No me voy”. Otro presidente para la lista de renunciantes.

“Pues ser joven aquí es ser parte de esto. ¿Qué más vamos a hacer?”, reflexiona Edwin mientras se desarrolla la reunión para armar la Juventud de la COB (Central Obrera Boliviana). “Futuro, si es que aún nos queda algún futuro, sólo lo tendremos si recuperamos lo nuestro. Queremos el gas: qué nos importa que se haya ido el presidente, qué nos importan las elecciones. Estamos peleando por nacionalización de los hidrocarburos”, y una vez más se clarifican los objetivos en la Casa Obrera y Juvenil. Entre estudiantes de la Universidad Popular de El Alto y jóvenes trabajadores prosiguen el debate después de ver los videos en DVD que un grupo de documentalistas realizó sobre las jornadas de octubre del 2003.

Desde El Alto

Edwin es un trabajador de El Alto: diez horas por día para sostener a su familia. Ya no estudia en la universidad. Quizá más adelante, cuando las cosas marchen mejor... Así transcurren días inciertos: largas conversaciones donde se mezclan los deseos, los amores, la vida cotidiana que toma giros bruscos. El individualismo de los ‘90 se hace astillas contra el cerro Illimany. La solidaridad de los jóvenes construye nuevas relaciones. El almuerzo popular con los campesinos se abre a los pocos visitantes foráneos, compartimos las garrafas que escasean. La experiencia de estos años ha forjado una nueva forma de encarar el día a día, que también es ancestral. Hace 500 años que esta tierra forma guerreros.

La Asamblea Popular ha mandado ha decirle a Rodríguez, el nuevo presidente, que si quiere verlos debe él venir a El Alto. En su primer acto, el “presi” ha subido a “dialogar” con los movimientos sociales. Los jóvenes desconfían. Los dirigentes han otorgado una tregua de diez días. Cuando alguien habla de Evo Morales, los ojos de los jóvenes buscan en un rápido reflejo. El MAS, dirigido por este líder campesino del Chapare, levantó los bloqueos y se retiró de la movilización antes que nadie. El Alto se sintió abandonado por sus dirigentes.

La consigna que unifica los criterios es la de prepararse para seguir la pelea. Los vecinos de El Alto se abastecen. Miles hacen cola para llenar las garrafas, comprar alimentos, tratando de pasar los días. Los hidrocarburos siguen en manos de las empresas transnacionales y las reservas de gas, quizás el último recurso de Bolivia, que se resiste a ser saqueado. Mientras volvemos de Senkata le pregunto a Nadia qué piensa hacer cuando pase la crisis. Mira por la ventana buscando respuesta:”Pues, cómo te puedo explicar para que me entiendas. Vamos a hacer la Revolución como en el ‘52”, cuando los mineros estatizaron las minas y los campesinos repartieron la tierra. Enseguida sugiere: “La solidaridad es indispensable, avísales a los argentinos”.

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