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Jueves, 30 de junio de 2005

RICHARD COLEMAN, DE LOS 7 DELFINES

Cantautor de la penumbra


Pocos en el rock nacional pudieron reinventarse sobre la misma esencia como Richard Coleman. Registró la noche y su estética, la apañó para sus cometidos y afinó un batallón de seguidores y devotos que convierten cada recital de su grupo desde 1990, Los 7 Delfines, en un iconoclasta acto de fe. Tras su pasaje por los soleados predios angelinos, el cantautor de la penumbra regresa hoy jueves y mañana viernes con sendos recitales en el Teatro Broadway. “La idea es para cambiar la oferta del espectáculo. La propuesta para 2005 empieza ahora, pues vamos a seguir filmando los shows en vivo para sacar un DVD este año. Los 7 Delfines está sonando bárbaro. Queremos reencontrarnos con el público y con una continuidad que dejamos suspendida.” El repertorio se sujetará en sus siete discos. “El cuerpo sigue siendo Aventura porque es el disco que tocamos menos. Todos los años versionamos un tema. Esta vez escogimos Love Will Tear Us Apart, de Joy Division, que coincidió con la conmemoración de los 25 años de la muerte de Ian Curtis.”

Como consecuencia de sus intervalos, sus contados recitales, su apuesta sonora, su estética, su desentendimiento de los movimientos y los músicos que deambularon por la banda, Los 7 Delfines alcanzó el adjetivo de grupo de culto. La circunstancia los arrimó hacia ese nicho. “Es una cosa rara porque en un momento lo aceptamos. Era como una humorada. Junto con la edición de Aventura empezamos a hacer una propaganda de que se terminaba el culto. La idea era hacer un disco más radiable. Pero eso a uno se le escapa de las manos.” Mientras preparan su nueva producción, el contraste se convirtió en el principal rasgo. “¿Cómo podés determinar dónde hay luz si no sabés dónde está la oscuridad? Aventura es un disco muy oscuro, pero sin embargo es uno de los más comerciales. En cuanto al material nuevo, recién nos estamos juntando. Desde hace un año y medio acumulé un montón de propuestas. Una vez que tengamos todo en la balanza, veremos cómo se distribuye.”

Previo al existencialismo Seattle y el tormento del nü metal, influencia para el Catupecu Fernando Ruiz Díaz y el Cabezones César Andino, Coleman y sus canciones adquirieron una tez propia que trascendió la oda abstracta o la crónica. “Como letrista, no me nace contar historias. Mis canciones pretenden transmitir una sensación y después lo que pasa emocionalmente en el receptor es su responsabilidad. Uno cae en la seducción de la poesía porque al difundir imágenes o pequeñas secuencias o combinaciones de palabras lo que estás transmitiendo es un misterio y una necesidad para que el que la escucha complete la idea con su propia vivencia. La seducción muestra una cosa y oculta otra, y creo que eso lo marcamos bastante bien. Siempre hay un dejo de ironía en lo que canto. El drama no está puesto en la canción. Se trata de un teatro de opuestos y en eso me siento afín a Dylan Thomas y William Blake. Eso permite que la canción no pierda su cualidad contemporánea. Nuestras canciones hablan solamente del amor, de la vida y de la muerte. Por ahí eso me relaciona con el emocore, pero no estoy de acuerdo con que sea tan autorreferencial”

Pese al rol de profeta en su tierra, Richard apostó por residenciarse en los Estados Unidos. “Las circunstancias me llevaron hasta Los Angeles. En el 2000 estaba el fenómeno alterlatino en crecimiento. Realmente fue sorprendente ver la inmadurez de las propuestas. Eso sirvió para valorar lo que uno tiene. En Estados Unidos no aprendí del palo artístico sino a nivel emocional, social y cultural. Durante los primeros dos años venía cada tres meses. Pero luego les dije a los chicos que no iba volver porque quería ver cómo podía beber eso que me rodeaba. Entre el 2001 y el 2003 me metí a estudiar en el Instituto de Músicos de Hollywood la carrera de Ingeniería de grabación y producción. Más allá de la Bersuit, nunca fui ‘un argentino al palo’ en ningún lado. Me crié en Venezuela y me vine a vivir a Buenos Aires a los siete años. Tuve una adaptación difícil acá, por eso viví mucho en Córdoba. Nunca estuve muy identificado con la patria. Pero noté en Los Angeles lo que era ser extranjero. En este momento estoy más instalado en Buenos Aires. Volver acá fue como un relax. Me sentí querido y reconocido en la calle. Eso se me había olvidado.”

Su vuelta a la Argentina coincide con la edición de una colección de rock nacional que incluyó, en compilado, los dos discos de Fricción, su otrora grupo. “Me molestó que sacaran Entre sábanas, un tema del primer disco. Fueron buenos años y pasó lo que tenía que pasar. Es un plomo cuando alguien te quiere hacer acordar algo de lo que vos te querés olvidar o que creíste que te habías olvidado. La típica... El otro día en el subte estaba sentado frente a mí un fanático de esa época. Me preguntó: ‘¿Vos sos Richard Coleman? Te sigo desde Fricción’. Ya cuando me dicen eso es que no tienen ni idea de lo que estoy haciendo ahora. Me miraba y se agarraba el pelo y me decía: ‘Che, pero estás cambiado. Estás como distinto’. Y le respondo: ‘Vos cómo estarías en esa época...’”

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