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Jueves, 28 de julio de 2005

ESCUELAS DE MONJAS ERAN LAS DE ANTES

El claustro y las fobias

Cuatro alumnas de colegios religiosos se juntaron, convocadas por el No, para reflexionar sobre ese mundo donde se las trata literalmente de “esclavas”. Está la que se quedó, la que está a favor del aborto, y la que no quiere volver a esos colegios opacos hasta en la forma de vestirse.

POR VIOLETA PINTA


Haciendo memoria, una ex alumna de un colegio de monjas muy tradicional vuelve 30 años atrás para recordar sus clases de sexología, o algo similar: “Las daba una monja y nos explicaba cosas como la distancia que teníamos que mantener con un chico cuando bailábamos lentos porque, si no, nos íbamos a rozar con ellos y nosotras íbamos a sentir como un paquete de pastillas cerca de los bolsillos”, dice entre risas. Pasaron décadas desde esa experiencia –con cambios que van desde el acceso más temprano y corriente hasta la información por parte de las alumnas a una apertura natural en algunas instituciones– y el panorama parece haber cambiado.

Hacia esa dirección apuntan cuatro amigas del colegio “Las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús” (más conocido como “Las esclavas”) cuando a alguna se le ocurre comparar su educación con la de su mamá, que también fue a un colegio de monjas. Ahí, según cuenta la hija, la cuestión era más bien reverencial y no había mucho margen para moverse. La camada de Josefina, Manuela, Martina y Florencia (que piden no publicar sus apellidos por pudor, o temor a represalias), que dista de esa interacción tan endurecida, es la última “pura”: después, el Colegio abrió sus puertas al género masculino, que todavía es una clara minoría. Las cuatro comparten una enorme satisfacción por estar en un curso sólo de mujeres: “Te divertís más. Si hubiera hombres, tendríamos que estar todo el tiempo ocupadas en estar bien de apariencia”, dice una. “Antes de pararte para ir al baño tendrías que saber si estás bien peinada. Estar entre chicas es el triple de relajado”, dice otra.

En cuanto al colegio, las chicas valoran una cierta libertad, al contrario de lo que puede parecer desde afuera ese edificio monumental y, claro, de lo que incita a pensar su nombre: “De los colegios que fui –cinco en total–, éste es el que más me gusta”, dice Josefina. “Las monjas son jóvenes, tienen de 20 a 30 años, podemos charlar de muchas cosas”, dice Florencia. “Ya no hay monjas profesoras, pero sí están en el colegio. He hablado de todo con ellas”, cuenta Martina, que a veces se ha preguntado por la existencia de Dios y por otros temas de los que hablan a menudo en el colegio, y la alivia haber podido compartir sus “crisis de fe”: “Una vez hablé con una monja divina que me ayudó un montón”. Pero también charlan entre amigas: “Me gustaría creer... Con Jose charlamos mucho sobre qué es Dios. Yo creo a veces que Dios es energía”.

Muy diferente es el caso de Gloria, que estuvo desde los dos años en el colegio religioso mixto “Palermo Chico”. Si bien reconoce que todo lo que aprendió ahí le sirvió “muchísimo”, en un momento quiso ver otra cosa y se cambió a un colegio laico: “Empecé a tener algunas diferencias con amigas por lo religioso, no había mucho lugar para charlar con los profesores, aunque no es que las monjas te corrían. Igual no estaba cómoda”. A diferencia de Gloria, Camila, que está terminando en el mismo colegio, está contenta con el costado religioso: “El profesor de catequesis es muy buena onda. Se dan debates con el tipo...”.

Hace poco tuvo por primera vez un taller de Educación sexual que la escuela brindó para cuarto y quinto año: “Vinieron dos médicos a hablar de todo: hablaron de enfermedades, del aborto, y de la pastilla del día después. Y te explicaban todo... Yo no sé muy bien lo que pienso sobre esa pastilla”. Gloria se acuerda de que una vez, en catequesis, junto con unas compañeras hicieron llorar a la catequista, provocándola con posturas pro-legalización: “Yo estoy re a favor”, dice Gloria.

“Ahí te dejaban opinar lo que querías, pero trataban de inculcarte lo que ellos pensaban”, señala. Respecto del aborto, pareciera que tanto en un colegio como en el otro se trata de un tema más o menos debatido en sus distintas aristas, y las opiniones llegan a ser relativamente diferentes: “Para mí es levantarme y matar a Jose. Lo mismo, pero con un bebé”, dice Manuela (de “Las Esclavas”), haciendo la mímica de una pistola con losdedos. El resto va contestando cosas diferentes: “Yo no sé... Si te violan y ves en ese bebé la cara de quien te violó... Nunca estuve en esa situación, pero no sé...”, dice Martina, con incertidumbre, pero con algún tipo de convicción. “Creo que hay distintos casos –señala Josefina–. Pero es un tema muy complicado. Las mujeres lo sufren.” En lo que coinciden es que en el colegio hay lugar para los debates y que cada una puede dar su opinión.

Justamente, el tema de la (im)posibilidad de debate es lo que hoy hace repensar su educación a Georgina. Concurrió a “Las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús” en el jardín, primario y secundario, hasta que en cuarto año le negaron la inscripción “por conducta regular”: “En ese momento me puso mal, porque ya estaba terminando y ahí tenía a mis amigas, pero después fue un alivio. Era muy estricto con la disciplina, no te dejaban discutir nada. Si te veían fuera del colegio (y fuera del horario escolar) vestida con uniforme y charlando con un chico, trataban de averiguar quién era...”, recuerda Georgina. Según ella, el colegio no se vio afectado por ningún tipo de apertura que otros señalan en otras instituciones. Con respecto a los temas de sexualidad, menciona una ingenua charla que les dieron en sexto grado y tal vez algún debate aislado: “Si discutías algo, para las autoridades era porque estabas en contra del colegio”.

Las chicas de “Las Esclavas” viven de manera diferente su colegio y es bastante difícil encontrar un tema en el que estén de acuerdo: incluso frente a las declaraciones polémicas de Maradona sobre el ex Papa y el Vaticano (“la pobreza, la pobreza... media pila, ¡algo humilde!”, dice Manuela, en apoyo al 10, mientras una opositora le contesta), la amplitud es la de un abanico a medio abrir y todas comulgan en las buenas expectativas depositadas en la educación posterior en la Universidad de Buenos Aires, donde todas terminarán estudiando. Pero también coinciden en otra cosa: “Esa fama que tienen las chicas de colegios de mujeres con respecto a los hombres no es así... Hay de todo, porque somos muchas, pero con nosotras los chicos que tienen ese prejuicio se decepcionan”.

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