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Jueves, 18 de agosto de 2005

SOBRE FIESTAS QUE ENCHASTRAN

No tan distintos

 Por Julián Gorodischer


La cronista de un diario está enojadísima porque le revisaron la cartera. “¿Querés ver los tampones? Ni en el supermercado me pasa, respetame, nene...”, dice al patovica gigante que se le impone en la puerta del boliche Bahrein, ahora que se celebra una fiesta Crème de la Crème. Al pibe moderno lo empujó un gigantón y lo mandó al final de la fila: “Acá no se guardan lugares”, le gritó la mole, que vigila el ingreso con mirada de lince. Adentro sobran patovicas infiltrados, distinguibles por la poca estrechez de las cinturas, vigilantes de civil hasta en los baños, tragos carísimos en vasos de plástico, todo lo contrario al sueño de acceso irrestricto que habían proclamado sus RRPP ante el No el año pasado: eso era antes del 30-D, cuando la fiesta democrática y plural, barata y accesible, se soñaba como una reacción al caretaje del boliche.

Defendían esos anti-RRPP una fiesta como club de amigos, en la que no hubiera selección en el ingreso ni maltrato. De la mano de las fiestas Garage, las Como en Casa, las Ruda Macho, llegaría una fiesta conceptual en contraste con ciertos clásicos nocturnos: los estimulantes químicos, los energizantes caros mezclados con alcohol, la exclusión por falta de moneda o decisión del patovica. Entre esas opciones alternativas estaba la fiesta Crème de la Crème, interesante reapropiación de un bar notable (cuando se hacía en la Confitería Ideal). Ahora, una nueva Buenos Aires extinguió esa idea y hoy se respetan los clichés del boliche electrónico: empujones y filtro.

¿Cómo transgredir? –se le repregunta a otro anti-RRPP, consultados aquella vez–. ¿Hay modo? “Todo en regla, si no, clausuran. Hay inspecciones todo el tiempo”, se excusa el resignado que cerró su fiesta alternativa y se dedicó a otra cosa. Terminó el sueño de los anti-RRPP, tendencia que florecía en el 2004 como lo que se venía, el grito democrático llevado a la frivolidad, una posibilidad de hacer teoría sobre la noche. Ahora, la periodista cierra la cartera y dice: “No vuelvo más”, como si a alguno de los 500 que baila desaforadamente en el subsuelo, coreando estribillos de los DJs Pareja, le importara su rebeldía, la que terminará el sábado que viene cuando empiece su ronda de llamados por una fiesta para ese día: “¿Dónde vamos?, ¿sabés de algo?”.

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