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Jueves, 1 de diciembre de 2005

POR LAS RUTAS ARGENTINAS

Un viaje del Carajo

Escenas dispares: por un lado, la calma de la trastienda, los asados y la familia. Por el otro, la furia que desata el power-trío cuando está sobre el escenario. El NO se fue de paseo con esta banda que no pierde su instinto a.n.i.m.a.l. y que se prepara para debutar en Obras.

 Por Cristian Vitale

Faltan 143 kilómetros para llegar a Santa Fe y el fotógrafo encuentra el lugar ideal para congelar unos minutos de Marcelo Corvalán –más conocido como Corvata–, Hernán “Tery” Langer, y Andrés –el Niño Vilanova–. Los tres pegan saltos enormes o se recuestan sobre el césped que divide los carriles de la Ruta 11, y no importa que el sol los demuela, ni que camiones rompevientos les pasen al filo. Hasta allí, el viaje había sido tranquilo. Dos horas de escuchar Electrorroto acustizado 2.1 y de complotarse, por la vía del ninguneo, contra las demandas de un chofer cumbianchero (Carlos), que cada diez minutos amagaba poner Leo Mattioli o La Nueva Luna en el estéreo. “¿Quién es Mattioli?”, pregunta Dafne, madre del Niño y mujer de Botafogo. “¿No lo conocés? Allá en Santa Fe hizo capote el mismo día que La Renga hizo sapo”, responde el fanático hombre al volante.

Otra parada orienta sobre el trasfondo cotidiano de los Carajo. Técnicos, músicos, cronista, reportero gráfico y Carolina, una ex fan que terminaron “contratando” para atender el típico puestito de show, se sientan en una mesa larga. Clanesca. Ninguno pide alcohol. Es todo agua, gaseosa, pollo y mucha, pero mucha ensalada. ¿Es rock esto? “Nuestras giras son así... tranquilas”, asiente Tery. “Nos gusta divertirnos –agrega Corvata–, pero tratamos de estar concentrados en lo que hacemos. A veces nos tenemos que privar de cosas divertidas para descansar antes de tocar. Si nos vieras de joda te darías cuenta de que es otra la actitud.”

Pero, ¿cómo son las jodas de Carajo? El Niño Andrés tiene 26 años y pinta de pibe calmo. Encima está de novio y eso restringe, claro. Tery se autocontrola a base de agua. Y Corvata tiene pareja estable, dos hijas y un trascender sereno, contrasta con aquel pelilargo diabólico que explotó con A.N.I.M.A.L. “Estoy más viejo –34 años– y ya pasé por el reviente. Además, soy consciente de algo: o laburás o te descontrolás”, medita.

–¿No los inhibe para “descontrolar” que viaje la madre de Andrés?

Corvata: –Nooo. Para nada. Dafne nos re cuida y no se asusta de nada.

Langer: –Tiene más rock que todos nosotros juntos (risas).

En Santa Fe no hay ningún hotel con pileta, parrilla y pelota, tres herramientas de diversión para Carajo. Más bien, uno lleno de ancianas en plan de excursión de centro de jubilados, en el que te tenés que llevar las toallas vos, si querés pegarte un baño. Ergo, no hay demasiado margen para apreciar la veta lúdica del trío... hasta la noche, claro. El primer lugar de la minigira –que siguió por Córdoba y San Nicolás– es un galpón con techo de fibrocemento alejado de la ciudad de Santa Fe. Es en Santo Tomé, un barrio del conurbano. Los productores del show están a las puteadas porque a última hora los corrieron de un pub del centro por el efecto Cromañón, que en el interior se siente con tanta fuerza como en Buenos Aires. Tery, Corvata y el Niño se mantienen animados y entrenan en el backstage como jugadores de San Lorenzo. Elongación, estiramiento y gritos animales de Corvata, que cuida su voz aguda como un tesoro. “Estás bastante callado, Marcelo”, le preguntan. “No tengo nada interesante para decir y cuido la voz”, responde. Durante la espera comen pizza para acompañar hectolitros de agua mineral; Tery se clava tres naranjas, Corvata prueba ananá y banana; y el Niño apenas acepta un minisorbo de cerveza en lata. Ese cuidado muestra su efecto en el show. Comienza 12 y media de la noche y, sin embargo, no hay señales del pasado inmediato.

El trío suena increíble. Corvata lanza un gargajo hacia el piso, muestra sus tatuajes tumberos, grita –como siempre– “Aguante” e inicia un show compacto y poderoso, que se pasea por la historia del grupo. Suenan, entre otros, Hacerse cargo, El error, Triste, Matarruinas y Algo en que creer. Las muestras de idolatría son una réplica de lo que pasa cuando tocan en Buenos Aires. No son muchos los fans, pero todos se saben las letras. Incluso algunos que tienen remeras de Almafuerte o Iron Maiden, y quepoguean en medio de un ñu-público dotado de cámaras digitales o celulares con cámara de fotos. (¡Qué arte este de sobrevivir a la adrenalina del pogo, con tanta tecnología!) Aquella armonía, durante el show muta en furia y desenfreno. “Mucha gente en el interior se sorprende de esto. Es común que nos digan: ‘Eh, loco, ustedes nada que ver con la música que hacen. Arriba del escenario se transforman...’. Y es cierto, descargamos todo”, corrobora Corvata. “Los productores nos preguntan qué queremos tomar y siempre le pedimos agua. Claro, están acostumbrados a darles otra cosa a los rockeros”, agrega Tery, de 25 años.

El agua mineral también les permite a los tres una claridad poco habitual para abordar el tema Cromañón. “Siempre hubo un espíritu de autodestrucción en torno al rock. Es necesario aprender de eso y alejar todo espíritu autodestructivo. Tanto el que trae el público consigo cada vez que se prepara para los recitales, o los bolicheros al no preocuparse por la seguridad de la gente, o los músicos creyendo que cuanto más locos y descontrolados seamos arriba del escenario, más rockeros vamos a ser. También el amarillismo genera violencia”, dice Corvata. Ahora interviene el Niño. “Cada miembro de la cadena del rock tendría que hacerse cargo. Echar culpas no tiene sentido, lo que vale es la introspección y cuidarse. Estamos en la mira para un montón de gente que no tiene más confianza en esto. Hay que torcer esa historia, porque no pasó en el subte. Igual, hoy es un poco más agradable y no tan reventado el ambiente.”

–¿De qué lado están en la cadena de responsabilidades?

Corvata: –Hay una barrera entre el rock y el gobierno, porque nosotros nos adjudicamos al rock como una cosa nuestra, que defendemos porque es nuestra vida. Siempre que vienen la policía o el inspector, los queremos echar a la mierda. Entonces, como creemos que es una cosa nuestra, no podemos esperar que el gobierno haga algo por el rock, porque ni siquiera lo hacen por los abuelitos o la educación. Lo único que hacía el gobierno era clausurar Cemento cuando algún vecino se quejaba. No seamos ciegos ni estúpidos. El rock va a salir adelante por nosotros. Chabán fue uno de los que laburó y se rompió el culo para que toquen bandas grandes y chicas. Esto no quiere decir que sea un santo, ni un criminal, sino que es igual que las radios, los fanzines, las revistas que apoyaron al movimiento. Al gobierno le tenemos que exigir que cuide al país y no al rock. Lo vamos a sacar adelante solitos.

Cromañón fue el lugar donde presentaron el penúltimo disco (Atrapasueños), en noviembre del 2004, y sus efectos tuvieron que ver con cierto parate durante el año.

A diez minutos de empezar el show... ¡llega la policía! Para cortarlo, porque tiene que terminar. Es necesario que entre en acción la polifuncional Dafne y distraiga al comisario, para que el show suceda en paz y acabe casi a horario para que el trío pueda mostrar un pedazo del repertorio que piensan llevar a su primer Obras, el viernes 9. “Todavía no sabemos cómo organizar el repertorio: va a haber un set acústico y la cuestión es saber qué temas vamos a tocar originales y cuáles acústicos. O si vamos a hacer dos versiones de un mismo tema. El de Sumo –No tan distintos– entra con fritas, porque está sólo en Electrorroto. Queremos mostrar nuestros discos de estudio, covers de Nirvana, Sumo, Massacre, reversiones y temas inéditos. De todo, en verdad.”

El último recital grande de Carajo fue en el que grabaron Electrorroto, cuando la muñeca de Andrés estaba media resentida, después de haberse quebrado el hueso escafoide al caerse de una bicicleta. Para mantenerse en actividad, entonces, acustizaron viejos temas –es bellísima la versión de El error– incursionaron en diversos géneros –rock riffero y potente a lo Pappo en ¿Qué tienes para dar?– o sonidos brasucas en Atrapasueños. Se subordinaron todos a la mano derecha de Andrés, la única con la que podía tocar la batería. “Nos gusta alimentarnos de otras músicas e instrumentos.Quizá lo más extremo fue lo que hicimos con Electrorroto por el accidente de Andrés, pero desde antes veníamos invitando a otros violeros, o incorporando teclados y samples. Ya hacíamos algo distinto con el Club Carajo, cuya idea era romper un poco con el show tradicional. Arriesgar con los temas... Como hicimos con la versión reggae de El vago, o tornar Salvaje un poco más acústico. La idea es jugar, experimentar, evitar llegar a un techo. A menudo se nos ocurren cosas inconscientemente que no podemos tocar, o no nos dan las manos, y terminamos recurriendo a músicos amigos. Nos vamos al extremo de lo melódico o al extremo de lo pesado”, dice Corvata y redondea: “Siempre grabamos los shows en mini-discs, pero la idea de editar éste fue una manera de defender nuestra libertad artística. Mostrar que podemos ser algo más que un power trío”.

Los invitados que aparecen en el disco delatan por sí mismos la ductilidad y el espíritu de búsqueda de una banda, cuyo sustrato esencial ya no es solamente ese ñu metal hip hopeado –medio Limp Bizkit– de las primeras épocas. Están Andrea Alvarez en percusión, Marcelo Telechea en teclados, Nicolás Bereciartúa –el hijo de Vitico– en guitarra; Maikel de Kapanga y los cuatro Rey Gurú en vientos. “En el fondo, lo ideal es que el músico se renueve en sus formas de componer”, remarca Tery.

–Andrés, ¿cómo fue no poder tocar la batería durante cuatro meses?

–Sentí que no servía para nada. Si no podés hacer lo que hiciste toda tu vida, te sentís un inútil. Todavía no estoy curado del todo, pero por suerte puedo tocar.

El Niño, igual, no se cuida demasiado. Volvió a andar en bicicleta. Incluso llegó en dos ruedas a la sala, antes de partir a Santa Fe. “De alguna manera hay que movilizarse”, se ríe. Señores, las condiciones están dadas para que Carajo mute una vez más. Depende del equilibrio de su baterista.

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Imagen: Pablo Añeli
 
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