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Jueves, 26 de enero de 2006

DOCE AÑOS DE ESTATUAS VIVAS

Quieto ahí

 Por  Por Sebastián Ackerman

Para muchos sería el trabajo ideal: ganarse unos pesos sin tener que moverse. Y más si en un buen día pueden llegar a hacer 250 pesos, o tener –aseguran– un piso de 20. Pero no es tan sencillo. Ser estatua viviente tiene sus dificultades: algunos pasan más de seis horas sin mover un músculo, con temperaturas para congelarse o derretirse, al alcance de quienes quieran pegarles o empujarlos y a disposición de perros que no reconocen su humanidad. El NO habló con tres que se animan a vivir en quietud. Adolfo Morales es pionero. “Yo hacía maniquíes vivientes para vidrieras e hice una publicidad con un modelo conocido, y quemaron en seguida la idea. Entonces se me ocurrió hacer esculturas vivientes”, cuenta. Pero para hacerlo realizó un estudio de mercado. Parado en una esquina de 9 de Julio y Corrientes “comencé a tomar el tiempo que tardaban las personas al cruzar la calle, y calculé cada 30 segundos cuánta gente pasaba, y pensé que de esa gente, un 50 por ciento se interesaría, y de esos la mitad dejaría plata. Entonces fui a Recoleta, donde había muchos turistas”. Allí se instaló, maquillado y sobre su pedestal, el segundo fin de semana de enero de 1994.

Sobre ese pedestal conoció al año siguiente a Daniela Bocasi, una santafesina que para bancarse sus estudios de teatro trabajaba en un bar, y a quien enseñó la profesión. Ese verano se fueron de gira por la costa. “En Mar del Plata me pasaba ocho horas sin descansar porque siempre había gente mirándome. Eso, después de doce años, no lo hago más”, afirma. En el ‘96 les llegó la gran oportunidad: los contrataron en Badía y Cía. Pero no todo fue color de rosas. “Cuando empecé éramos dos barras, los de San Telmo y Recoleta –explica–. Se peleaban por ser los padres de la criatura. Cuando aparecimos en Badía los de San Telmo nos mandaron una carta documento porque decían que la idea era de ellos. Una locura total”. Ser estatua viviente le permitió ir a Río de Janeiro, Barcelona, Londres y París. “A París fui en invierno. Quería hacerlo aunque sea un ratito y lo hice media hora. Casi me congelo. Me costo mucho maquillarme por el frío, y después de trabajar no podía bajarme del pedestal”, recuerda.

Silvia Hidalgo comenzó en la Boca haciendo de Cleopatra y Evita. Aunque admite que “tenía hecha la producción de Evita, pero no me animaba a hacerlo. La primera vez que lo hice fue en París, y me decían Madonna. Y cuando lo hice acá me dio miedo que me putearan, pero no pasó eso. Una vez una señora me miraba y súper conmovida, me dijo ‘¡ay, Evita!, vos que hiciste tanto por el pueblo, terminaste en la plaza pidiendo limosna’”. También le tocó tener a un público bastante desprevenido: “Con Evita me pasó de moverme y que turistas japoneses gritaran y salieran corriendo”, dice.

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