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Jueves, 2 de marzo de 2006

BANCOS DE SEMEN

Haciendo de Espíritu Santo

Entre los donantes hay universitarios, estudiantes de medicina, mercenarios, atorrantes y trasnochados que piensan inseminar al mundo. Un cronista del NO fue a experimentar. Pagan 80 pesos por vez.

 Por Facundo Di Genova

Nunca pude conocer a nadie que haya donado semen. Al menos nadie me lo confesó hasta ahora. Jamás pude hablar con alguno de estos hombres literalmente pelotudos que se masturban en un cuartucho de laboratorio, que se concentran no sé cómo para llegar al clímax y que embocan con pericia el líquido seminal en un frasquito esterilizado. Insisto. Nunca pude conocer a un onanista rentado. Nadie lo dice. ¿Qué van a decir? “Sí, mirá, fui, me toqué mirando un folleto de lencería, dejé el frasquito y me pagaron 80 pesos.” No, para nada. Nadie confiesa que anda vendiendo esperma para que luego hagan vaya a saber uno qué experimento raro o para inseminar a vaya saber uno qué mujer, si la hermana de un amigo o la esposa de tu jefe.

Sin testimonios no hay nota sobre bancos de semen. A menos que... que uno ponga el cuerpo. A la pucha. La fantasía de escribir una nota en primera persona siempre existió en este reportero, pero nunca la de hacer pública su experiencia como donante seminal. ¿No es acaso una cuestión íntima? ¿No es acaso una experiencia anónima? Ya no hay límites, esto es periodismo amarillo (¿o blanco?).

–Qué tal, quiero conocer el procedimiento de donación.

–Estamos en un período de receso, no estamos tomando gente. ¿Usted alguna vez donó? –preguntó el doctor del banco de semen CrioBank, uno de los pocos que existen en el país.

–Nunca.

–Ajá. ¿Y qué edad tiene?

–Casi treinta años –mentí.

El doctor hace una pausa de tres segundos. Y dice:

–Si está realmente interesado, yo puedo hacer un espacio, porque...

–Tienen el banco lleno –lo interrumpí.

–Sí, sí, pero no hay problema. Dígame, ¿cuándo quiere pasar?

–No... en realidad yo quiero saber cómo es el procedimiento.

–Usted se hace los estudios y, cuando están listos, puede dejar las muestras que quiera, cuando quiera, no hay problema.

–¿Más o menos cuánto pagan?

–Se pagan 80 pesos.

–No está mal. ¿Y cómo sería el procedimiento?

–Tiene que tomar una cita con 3 días de abstinencia sexual para poder hacer un espermograma. Hay que ver cómo está su espermograma.

–Si está bien el espermograma, ¿puedo donar todas las veces que quiero?

–Si está bien, tenemos que hacer los análisis de sangre y después ya viene las veces que usted quiera.

–O sea que puedo ir más de una vez por semana, si quiero.

–Sí, sí.

–Y si más adelante quiero saber si con mi semen se inseminó a alguna mujer, ¿puedo saber a quién o a cuántas mujeres inseminé?

–No, porque entra en un pool de muestras anónimas. Ni nosotros sabemos.

Dejar embarazada a una mujer sin tocarle un pelo es como trabajar de Espíritu Santo asalariado. Y un poco más que eso. Porque con una sola muestra se pueden inseminar hasta ¡diez mujeres! Pero no es fácil calificar. Hay que tener más de 50 millones de espermatozoides por mililitro de líquido seminal, y por supuesto no tener HIV, hepatitis B y C o cualquier otra enfermedad que se transmita a través del esperma. Y no es que con menos cantidad espermática no se pueda procrear, es que durante el congelamiento y el descongelamiento muchos espermatozoides mueren. Algunos bancos pagan por una muestra hasta 100 pesos. Y una pareja o mujer soltera que busca quedar embarazada con semen de donante anónimo no paga menos de 1000 pesos, más el resto de los procedimientos, unos 5 mil pesos.¿Quiénes son los donantes? Primeramente universitarios, estudiantes de medicina y farmacia que se acercan al Banco de Esperma tentados por un cartel pegado en los pasillos de la facultad. Pero hay otras gentes. Mercenarios que sólo lo hacen por dinero, para pagar la cuota del cero kilómetro o las putas y el champán; vagos y atorrantes sin empleo que se tocan dos veces por semana y se hacen un sueldo que llega a la línea de pobreza; sectas de trasnochados revolucionarios que planean inseminar la mayor cantidad de mujeres de la alta burguesía para que, dentro de 20 o 30 años, el mundo sea otro...

Era previsible. Ya cuando le decís al portero que vas al consultorio tal, te empieza a mirar con cara rara. En el ascensor se sube una señora que va hasta el mismo lugar que este reportero, es decir, al Banco de Semen. Qué calor. En la recepción, la cosa no mejora. Una pareja sale de un consultorio y se despide del doctor. El tono de voz de ambos es claramente made in La Horqueta. El hombre me mira como diciendo: “Si el donante sos vos, qué mala suerte”.

Este reportero camuflado de posible donante es invitado a tomar asiento. Y a mirar revistas, cuándo no. Mientras, en la radio dan una noticia sobre la vida del “ingeniero”, el hombre que habría ayudado a hacer el túnel para robar el Banco Río de Acassuso. “Tantos años de estudio y mirá cómo terminó”, suelta la recepcionista, una señora entrada en años (espero que no sea ella quien me ayude a extraer la muestra). “Tanto estudio y todo para robar bancos”, reitera. Si supiera los años que estudié, y mire a dónde terminé, señora.

“¿Di Genova?”, pregunta un doctor. Y me invita a su consultorio. Una señora sentada a mi lado que hojea una revista hace como que no me mira. Pero siento sus ojos clavados en mi nuca. ¿Estará buscando semen de donante? ¿Le habré gustado? “¿Sabés lo que es un Banco de Esperma?”, arranca el doctor, en la intimidad del consultorio. “Esto es absolutamente anónimo. Las muestras se usan para distribuir a todos los laboratorios del país, para personas con problemas de fertilidad. Y para hacer comparaciones.”

–¿Comparaciones?

–Sí, se compara la muestra con otras, para evaluar el desempeño.

No sé por qué, pero eso de las comparaciones me parece que encierra algo más: me suena a embriones mutantes, a manipulaciones genéticas y racistas o cosas aún peores, si es que existe algo peor que eso. Quedo meditando, lo que es percibido por el doctor, que dice:

–Acá no hay nada raro, no estás participando de ningún experimento. Esto existe desde hace 20 años, lo que pasa es que no se anda publicitando por todos lados. Si estás de acuerdo, te hacés un espermograma y si está bien, seguimos adelante con los estudios.

–Perfecto –digo–. Entonces saco un turno y vengo otro día para hacerme un espermograma (material para una notita ya tengo).

–Si querés, te lo podés hacer ahora mismo.

–Eh... bueno... no... pensé que era un trámite más largo.

–Para nada. Tomás la muestra en la sala, sin que nadie te moleste, y después la vamos a ver en el microscopio. Queda en vos decidirlo.

–... y si está mal el espermograma, ¿usted me avisa?

–Claro, si es tuyo, acá no hay nada que ocultar. No tenés que pagar nada, nosotros te pagamos a vos. Si está bien, seguimos adelante, te doy una orden y te vas a hacer los estudios de sangre la semana que viene.

–Bueno, está bien, hagámoslo. (Tengo una coartada: veo cómo es la sala de extracción, completo la nota y de última digo que no pude.)

Ahora estoy en sala. Estoy decepcionado. Había leído que los bancos de semen de Dinamarca tenían habitaciones especiales equipadas con canales pornográficos y muchas pero muchas revistas eróticas como para despertar la inspiración. Y motivarse.

Pero acá no hay nada de eso. Y más que una sala es un toilette de un metro por un metro. Hay una bacha, un inodoro, un espejo y un frasquito de plástico para depositar el asunto. Y nada más. No hay tele, qué va haber. Tampoco están Dolores Fonzi ni Leticia Bredice como para darme una mano, ni una Playboy del ‘80. Y mucho menos una foto de Juanita Viale en El Paparazzi, un folleto de lencería erótica o una revistita de Coto. Nada de nada. ¡Esto es casi imposible!

Y aquí permítaseme hacer una elipsis. No es el lugar para decir si este reportero pudo o no pudo dejar la muestra, o si se convirtió en un onanista rentado, en un Espíritu Santo asalariado. Sólo me resta decir que nunca conocí a nadie que haya donado semen. Jamás nadie me confesó haberlo hecho. Y si nadie me lo dijo a mí, ¿por qué se los tengo que decir a ustedes?

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