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Jueves, 23 de mayo de 2002

Cada cual tiene un trip en el bocho

 Por Pablo Plotkin

¿Qué pasa cuando ese tipo que está fuera de foco, al fondo del vórtice de egos del siempre ególatra rock, desarrolla una personalidad casi tan magnética como la del cantante? Dijo Joe Strummer: “Una banda es tan buena como su baterista”. Pero ese protagonismo artístico (o sonoro, al menos) casi nunca encuentra correlato en el imaginario público. El baterista arquetípico, obediente, es un silencioso trabajador de la penumbra, siempre dispuesto a sostener a toda costa el ritmo de las canciones que pergeñan sus creativos compañeros de banda. El baterista casi nunca habla en las notas, rara vez ocupa un lugar preponderante en el escenario, sus solos padecen la peor reputación del género y siempre es el último en terminar de desarmar todo, lo que le genera una desventaja al momento de procurar sexo, sustancias y halagos de primera mano. Pero no todo es tan oscuro como parece, respetable cliente de Zidjian. En la mayoría de los casos, el baterista define de tal modo la personalidad rítmica de una banda que su deserción o despido suelen resultar una transición de lo más traumática. Ni siquiera hace falta hacer mucha memoria.
La semana pasada se supo que Abril abandonó Catupecu Machu y que Catupecu Machu abandonó a Abril (según el comunicado que puso en Internet la banda, “la decisión fue tomada en común acuerdo”; se preservan “la amistad y hermandad” entre los hermanos Ruiz Díaz y el batero). Al igual que otros casos que registra el rock argentino de la última década, la retirada ocurre en pleno vuelo popular de un grupo, con un baterista que también es un artista inquieto y cuyo papel excede por mucho la mera aspiración a empleado del mes. Abril (Miguel Sosa) tiene 20 años trece menos que Fernando, el cantante y guitarrista, lee a Borges, toca la guitarra y canta (lo hacía al frente de su banda paralela Cuentos Borgeanos, ahora disuelta). Vivió casi toda su adolescencia en Catupecu, grupo del que era fan cuando se incorporó, con apenas 14 años. Aun antes del éxito de Cuentos Decapitados, Abril era una estrella en la desaforada maquinaria CM, por buen baterista, por chico lindo y por carismático. Ahora, mientras los Ruiz Díaz se disponen a grabar su tercer disco de estudio (que prometen terminar a fines de agosto), todavía es difícil pensar en Catupecu Machu sin Abril, sobre todo porque parecía ser un grupo democráticamente tripartito (así lo era en el reparto de ganancias). La estructura de una banda de rock no siempre deja oxígeno suficiente para las aspiraciones creativas de todos sus integrantes. En ciertos casos, se sabe, tres es multitud.
El antecedente inmediato, aún más rimbombante por la dimensión de los implicados, es el de Daniel Buira yéndose de Los Piojos (o Los Piojos yéndolo a Daniel Buira). En este caso, pese a que todo pasó por “cuestiones personales” ligadas a la división, también se trataba de un baterista decisivo, autor intelectual del aporte candombero que adornó las canciones de Andrés Ciro y propulsó a Los Piojos a la masividad. “El baterista, en el rock latinoamericano, quizás tenga mayor preponderancia que en el rock anglosajón”, señala Dani, que sigue adelante con el colectivo de tambores La Chilinga. “De alguna manera, siempre nos sale la parte rioplatense, y eso se termina convirtiendo en una marca muy fuerte para el grupo. Además, el batero acomoda ciertas cosas y tiene una claridad rítmica que otros instrumentistas no tienen, por eso tal vez se haga más difícil reemplazarlo.”
Martín Carrizo otro caso de fan convertido en baterista y más tarde en ex se fue de A.N.I.M.A.L. en el momento en que el trío se proyectaba al continente como el primito argentino de Sepultura. Al igual que Catupecu, la banda de Andrés Giménez sostenía un formato basado en la personalidad definida de sus tres integrantes. Del mismo modo, Carrizo se reveló como un artista ecléctico. Terminó sumándose a la banda de Cerati, produciendo a su hermana Caramelito y fundando su proyecto propio. “Siempre depende de la personalidad del baterista”, dice Martín mientras termina de mezclar el primer disco de Pression, su nueva banda, que debutó en vivo como grupoinvitado de A.N.I.M.A.L. “A mí me gusta la estructura de un grupo, disfruto de tocar lo que necesita la canción, más que preocuparme por hacer un ritmo difícil. Yo me sentía tan libre en A.N.I.M.A.L. como ahora, lo que pasa es que necesitaba seguir otros rumbos. Sí puede ocurrir que el baterista que empieza a llamar más la atención en el show se sienta más fuerte para salir a hacer la suya.” Luego de haberse ido Carrizo, y por otras razones, también Martín “El Niño” Vilanova dejó A.N.I.M.A.L. en medio de las quejas de su padre, el guitarrista Botafogo, porque no había reparto equitativo de la torta.
El primer caso de esta saga apócrifa es el de Federico Gil Solá, baterista de Acariciando lo áspero y La era de la boludez, el dueto glorioso de Divididos. Si bien Gil Solá terminó eyectado del trío (no es un buen número el tres, se dice, para la armonía de ciertas relaciones humanas), fue el baterista preferido de los seguidores, y él asegura ser el responsable de que Divididos incluyera por primera vez un bombo legüero, signo que derivaría en la exitosa fórmula eléctricotelúrica del grupo. “Desde la batería podés ser un artista tan activo como desde cualquier otro lado, aunque pocos lo hagan”, aseguró Federico a este suplemento cuando terminó de grabar Leaving Las Vergas, su debut solista que mucho tiene de la impronta folklóricorockero de Divididos. “Por eso hay gente que me tiene miedo y no me llama para tocar: tengo una personalidad muy fuerte. Lo que quieren es alguien que toque y se calle la boca.”
Dijo Noel Gallagher en Buenos Aires, en medio de una solitaria conferencia de prensa en la que intentaba sobrellevar una resaca de hotel cinco estrellas: “Liam no hace entrevistas porque no se le entiende nada. Gem y Andy no llevan tanto tiempo en la banda. Y Alan... Alan no hace entrevistas porque es baterista”.

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