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Jueves, 13 de abril de 2006

CRONICA SOBRE EL RECORRIDO QUE HACEN LAS ESTAMPITAS

En cada ruta reina un Santo

En Puente Saavedra se vende a lo loco San Expedito y en Retiro pasa lo mismo con San La Muerte, santo de policías y ladrones. En Constitución arrasa el Sagrado Corazón y el resto se divide entre fetichismo y religiosidad, como el Gauchito Gil. A cuento de la Semana Santa, un cronista del NO se puso a investigar cómo funciona la ruta de las estampitas o –mejor– cómo es eso de vivir de la fe ajena.

 Por FACUNDO DI GENOVA

De vuelta en Constitución, Sebastián y Ezequiel se bajan de un tren que viene de Glew. Los dos suman menos de 30 años. Están contentos. El fajito de 100 estampitas que cada uno llevaba cuando salieron ahora son buen dinero, lo suficiente como para pegar la vuelta. Pero no. Salen de la estación, caminan dos cuadras y llegan a El Muchacho, el único local de toda la plaza que vende estampitas al por mayor. El día no terminó para ellos. Quieren “seguir trabajando”. En esto de repartir imágenes religiosas de cartón a cambio de unas monedas, Sebastián y Ezequiel construyen a diario esta posible ruta de la estampita, que es múltiple. Desde un tren, una iglesia o una santería hasta su destino final, las estampas viajan por un sendero que se bifurca una y mil veces. Y que puede terminar en el tablero del auto, en la cartera de la dama y por qué no de la trabajadora sexual, la billetera del caballero, el bolsito del obrero.

Todo el mundo puede tener su Santo. O su Virgen. Eso sí: si cumple, hay que serle fiel. Y darle difusión. Hay de todo y para todos. En las santerías dicen que existen más de 200 imágenes distintas, de diferentes cultos, aunque el mayoritario es el católico. Están los clásicos de siempre, como San Cayetano, que laburó mucho estos años. Los hay de moda, como San Expedito hoy, como la Desatanudos ayer. Y no faltan los que portan oraciones no oficiales y que integran las bases de la actual religiosidad popular: San Jorge, Gauchito Gil y San La Muerte, más conocido como “el santito esquelético”, el que suele acompañar a Ezequiel.

Primera estación

Una ruta posible. De la parte de atrás de la abandonada galería Aristóbulo del Valle de Puente Saavedra nace un pasillo largo y angosto, adonde hay, entre otros locales, dos santerías. “El que más sale es San Expedito, es el único que vendo en papel, los demás están todos plastificados”, dice el encargado de la santería Bara Lode. “Cuando murió Gilda me trajeron su estampa, no quedó ni una. Lo mismo pasó con Rodrigo. Y ahora ni existen. Esto es un negocio como cualquier otro”, dice Jorge, de la San Antonio. Y los Santos, un producto como cualquier otro. ¿Y cómo se vende un producto? Con publicidad. “Expedito existe desde hace cientos de años. Explicame, ¿por qué ahora está de moda? -.pregunta ella. Y responde–. Porque le están dando mucha manija.”

Es extraño que alguien que vive de los Santos hable así. Habrá que creerle. El domingo pasado, de 19 agradecimientos publicados en el rubro 39 de los clasificados de Clarín, 15 estuvieron dedicados a San Expedito. Un poroto. El lunes, de 122 avisos en el rubro, 89 fueron para el Santo de las causas urgentes. Lo que se dice un tipo cumplidor.

Cómo ser estampita

Hay rutas y rutas. Para que un Santo ingrese en el selecto circuito oficial de imágenes católicas –que más que una ruta es una autopista–, la Iglesia debe admitir que el sujeto realizó un milagro, y también debe haber obrado conforme con la doctrina clerical. Lo que no es fácil. Entonces, y sólo entonces, el Santo es canonizado y se lo pone en el cielo, intercediendo ante Dios para resolver las necesidades de los mortales.

En Retiro no reina Expedito ni San Cayetano, y mucho menos el indiecito Ceferino Namuncurá. En el local 118 de la estación de micros, la única santería de la zona ferrocarrilera, los más pedidos son El Gauchito y San La Muerte. Ninguno de los dos fue, es ni será canonizado. Es que el primero era devoto del segundo. El gaucho correntino Antonio Gil, ex combatiente en la Guerra del Paraguay, vivió escapando de la autoridad por desertor, durante la segunda mitad del siglo XIX. Como más tarde MateCosido o Isidro Velázquez, El Gauchito era un bandido rural: refugiado en el monte, socializaba lo robado con los suyos.

Antonio Gil era devoto de San La Muerte, una deidad cuyo origen viene de la cultura guaraní, de las tribus guácaras y tupíes, y se masifica tras la expulsión de los jesuitas, cuando estas comunidades se repliegan en la selva. San La Muerte es el abogado del pueblo y al mismo tiempo el enviado de Dios para buscar a quienes se les acabó el tiempo sobre la Tierra. Tiene algo de la vieja y conocida parca, esa que corta el hilo de la vida del hombre. La muerte, que le dicen. Los devotos del santito, creen, se vuelven inmunes a las balas. Algunos lo llevan como un diminuto amuleto de madera tallada, incluso incrustado en la piel. Por eso, cuando el gauchito perdió y cayó en manos de la policía, para eliminarlo con certeza, lo colgaron de las patas, lo degollaron y luego le cortaron la cabeza.

“Dicen que para que la imagen del santito tenga poder milagrero, debe ser bendecida por un cura, pero pocos lo hacen, por eso hay que llevarla a la iglesia y echarle agua bendita sin que nadie lo vea”, dice una clienta, que pide dos velas blancas. “Si le querés pedir el mal, tenés que hacerlo después de las 12 de la noche”, comenta la empleada del local, que no se cansa de vender un trono con la estatuilla del “espíritu esquelético, poderosísimo y fuerte por demás”, a 45 pesos.

Gastos de envío

Un viaje en tren. Otra ruta posible. Una nueva estampita. En el reverso de la imagen de San Expedito, junto con la oración de rigor, se lee: “En agradecimiento a la gracia que estaba seguro que el Santo me iba a conceder, mandé imprimir 500 de estas estampitas para difundir los beneficios de San Expedito. Puedes mandar a imprimir y distribuirlas tú también. Editora San Expedito. Envíos a todo el país”. Y un teléfono.

–Editora San Expedito buenos días –dice una voz parroquiana.

–Me llegó una estampita del Santo y quería ver cómo era... –pregunta el NO.

–Le cuento cómo nos manejamos –interrumpe el hombre–. Por un lado, las 500 estampitas salen 48 pesos...

–Pero en el reverso de la estampa dice que salen 45...

–Hace dos años que cambió el precio. Eso más el gasto de envío, ya sea en Capital o en provincia.

–¿Y si es a Capital cuánto sería?

–En Capital las entregamos dentro de las 48 horas a la hora que quiera y el envío es de 7 pesos. O sea que en total son 55 pesos. Esa es la forma.

–¿Y me hace precio si le pido más de 500?

–No, porque esto se hace para difundir al Santo... si averigua cuánto valen las estampas en las santerías va a ver que hay una diferencia abismal. Esa es la forma. Cualquier cosa nos vuelve a llamar.

–¿Y se puede cambiar la oración del reverso de la estampa?

–Es la misma oración desde hace 7 años, con la que se difundió el nombre del Santo en todo el país.

–¿Y por qué no se puede modificar la oración?

–La oración es una sola y no se puede modificar nada (se ofusca).

–No... pregunto porque dice “fidelidad eterna” y me gustaría ponerle otra cosa.

–Fidelidad eterna no dice.

–Dice: “Te seré fiel el resto de mi vida”.

–Yo le puedo ser fiel. Eso no quita que vos lo seas.

De todos los colores

El tren es casi su último refugio. Allí descansa la estampa, generalmente de cartón, antes de emprender nuevo destino. En la búsqueda por encontrar sus orígenes, todos los caminos conducen a Constitución. O a Once. Pero hoy ando con fiaca como para ir a dos lugares en un mismo día. Un hombre de pómulos hundidos atiende un local de la calle Lima, frente a Plaza Constitución. “Las plastificadas las vendo a 25 centavos cada una por mayor, si no, te valen 40. Y si querés de cartón, que no vendo, te las puedo conseguir: 100 por 5 pesos.” No hay más ofertas.

En el lugar hay un biombo con una tarotista y un cliente. Como en un consultorio, otra persona espera. Con suerte hay una lamparita de 60 w que ilumina. Poco. Un hombre grande y morocho, con expresión de zombi haitiano, entra y compra dos velas blancas a un peso cada una. Se va. Estatuillas de indios negros, con pocas ropas y muchas plumas, y muy musculosos, dominan el local. Meten miedo. Este no es el lugar.

En la Feria Constitución, un legendario mercado adonde hay pescados y carnes de todos los olores y colores, entre mesas de pool, verdulerías y ferias americanas, tiran el dato: el lugar adonde se venden al por mayor es en la calle Salta. A eso de las 6 de la tarde, a dos cuadras de la estación, Salta del 1500 al 1800 puede parecer el paraíso. Hay mucho bar al paso, mucha cerveza y chorizo a la plancha, muchas piernas flojas en busca de buen cliente. Alojamiento es lo que sobra.

Salta es, más que todo, el lugar adonde el vendedor ambulante, conocido como busca, se abastece. Hay todo tipo de trapos y repasadores, medias, mil calcos y calculadoras, entre otras chucherías importadas, como el glorioso reloj encendedor. Profesionales y principiantes, artistas de la venta callejera, madres y padres desesperados, y chicos que “quieren trabajar” repartiendo estampitas, se dan cita en Salta. Ahí arrancan el día. Ahí lo terminan. “Acá piden San Jorge y Gauchito, esas cosas, yo no vendo. Pero tenemos todas las demás. También salen mucho las de ‘amor’ y del ‘zodíaco’”, dice el encargado de El Muchacho, el único local que vende estampas al por mayor en todo Constitución.

–¿Y por qué no del Gauchito?

–No las vendemos porque en la fábrica no las hacen.

–¿Y quién las fabrica?

–Nosotros las fabricamos, pero no nos interesa hacerlas.

En El Muchacho se abastece día por medio Sebastián, que viaja siempre con su sobrino Ezequiel desde El Jagüel hasta Constitución, para comprar un fajito de 100 estampas religiosas por dos pesos con setenta centavos, o por uno cincuenta si son las chiquitas. A veces compran las de “amor”, porque “la gente joven las lleva más”. Los dos no suman 30 años. Hasta que no recaudan 20 pesos –dicen– no se bajan de la formación, que casi siempre es la que va a Glew. “Con que te den 20 centavos por cada una está bien”, balbucea Sebastián, el más grande. Nunca sale sin su Santo, San Jorge. A la noche vende flores en Lomas de Zamora.

Si en Puente Saavedra sale como loco Expedito y en Retiro pasa lo mismo con San La Muerte, en el fajito de 100 estampas que venden en El Muchacho hay diez imágenes distintas, pero cuatro corresponden al mismo Santo: Sagrado Corazón de Jesús. En cada ruta reina un Santo distinto.

Pequeño, los dientes torcidos, no tiene trece años, Darío mira cómo en el andén 9 de la estación, sobre un tambor de aceite como mesa, cinco personas juegan al siete y medio. Darío aprovecha para descansar. Trabaja en los trenes de lunes a lunes –dice– de 7 a 20, casi siempre en la formación que va hasta Villa Domínico. Reparte las estampas de El Muchacho. Sigue a la tarde con dos lapiceras por un peso y cierra la jornada con cuatro alfajores Nevare, también por un peso. Tiene cinco hermanos y una tía. “Y nada más”, dice.

“¡Eh, guacho! A vos te estaba buscando”, le grita Javier, compañero de ruta, que no vende estampas porque “es un trabajo para los más chicos”, desmerece, sino planchas de calcomanías por un peso. “Hay días que llego a los 40 pesos”, se entusiasma. Y apura: “Dale que ya sale”. Los dos se cuelgan del estribo del tren que va hasta Quilmes. Tienen una hora deviaje, más o menos, como para liquidar lo que les queda. El último refugio de la estampa va quedando atrás. Otra vez sobre rieles. Otra vez, siempre distinta, la misma ruta. Y un fin incierto: la esperanza de la dama, el destino del caballero.

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