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Jueves, 18 de mayo de 2006

KARAMELO SANTO ESTRENA DISCO Y GIRA POR EUROPA

“Latinoamérica es eso, es cumbia”

Recorrieron los difusos caminos del mestizaje y provocaron gran influencia en el rock urbano más visceral. Con su flamante trabajo La gente arriba se abrieron hacia sonidos nunca explorados. Cumbia en inglés, rock and folk, dub lisérgico... Hay Karamelos para tirar para arriba.

 Por DANIEL JIMENEZ

Los Karamelo Santo llegaron a La Boca hace nueve años. El mismo caserón que hoy ocupan a pocas cuadras de la Bombonera supo ser un inmueble casi abandonado y en estado deplorable que albergó bajo su techo a incontables trovadores urbanos. La banda, con sus propios recursos, lo refaccionó y lo convirtió no sólo en un sitio digno de habitar sino que lo transformó en el estudio El Cangrejo Records, base de operaciones de estos mendocinos en Buenos Aires. “Nosotros llegamos acá después de conocer a Todos Tus Muertos, quienes nos propusieron grabar para su sello. Una de las condiciones que pusimos fue que nos dieran plata para alquilar una casa. Entonces, como adelanto de regalías, caímos en este lugar.” El dueño de la frase es Goy Ogalde, que además de ser la voz cantante de Karamelo es productor e ingeniero electrónico, profesión que abrazó en Mendoza cuando tiraba cables en pequeños eventos culturales o laburando como sonidista de grupos locales.

La excusa para que este hombre de rastas que pisa los cuarenta reciba al NO en su bunker porteño es conversar acerca de La gente arriba, flamante nuevo álbum del noneto (Goy, Piro, Diego Aput, Lucas Villafañe, Mariano Ponce de León, Gody Corominas, Pablo Clavijo, Martino Gesualdi, Nahuel Aschei) que expresa las distintas vivencias de los pueblos latinoamericanos y donde el rock –casi– brilla por su ausencia. Con quince años de carrera y cinco discos en su haber, la banda se prepara para iniciar su sexta gira europea que comenzará el 31 de mayo en Alemania y que los llevará durante junio y julio por más de veinte ciudades de Austria, Holanda, Suiza y España, presentándose en prestigiosos festivales como Southside, Hurricane y Greenfield, donde compartirán escenario con Depeche Mode, Ziggy Marley y The Strokes, entre otros. Lejos de las comodidades del primer mundo y en el epicentro del paraíso bostero, el Goy, autocrítico como pocas veces, arremete.

–¿Cómo surge la posibilidad de viajar por primera vez a Europa?

–Fue gracias a Los guachos, allá por el 2002. Sucedió que una canción de ese disco sonó mucho en el sur de Francia gracias a un colombiano que era una especie de estrella de la radio de allá. El loco había creado un hit en la gente sin que nosotros supiéramos nada. Entonces un día llegaron unos franceses que nos dijeron: “¿Quieren ir a tocar? Porque allá son bastante famosos”. Así que nos pagaron los pasajes y nos fuimos sin pensarlo. Después nos conectamos con unos alemanes a los que les encantó el disco y lo editaron en Europa. A los veinte días me llaman y me dicen: “Che, ¿podrían hacer cuarenta recitales acá?”. Imaginate. “Sí”, les dije. “Compren las camas que vamos” (risas). Y era todo garpo, eh.

–¿Por qué viajan tan seguido a Europa?

–Porque fuimos por primera vez en el momento indicado y coincidió con la caída de De la Rúa. Para los alemanes, la Argentina era un hervidero revolucionario y de a poco se hizo un boca a boca imparable. Decían: “Che, viene una banda argentina”. No lo podíamos creer. Cuando tocábamos, por ejemplo, te encontrabas con carteles tipo “piqueteros” y esas cosas. Además nosotros hacíamos cumbia y teníamos temas como Guerrillero, que encajaron perfecto. No hubo marketing, pero sí un boca a boca importante. Al año siguiente fuimos otra vez e hicimos cien shows. Nuestras ciudades más fuertes son Berlín, Munich y Hamburgo, donde tocamos para mil quinientas personas. Si supieran los rockeros argentinos cómo les gusta a ellos la mezcolanza dejarían de imitar a los Rolling Stones, porque se encuentran muy ávidos de conocer cuestiones de barrio. Nosotros ya habíamos mamado la cumbia en Mendoza, aunque pienso que si hubiéramos sido contemporáneos de los Cadillacs o Mano Negra tal vez no tendríamos que haber luchado tanto. Hoy nuestro estilo no le sirve mucho a un gran sello.

–Pero acá el fan que acepta la cumbia hecha por un grupo de rock no mira con los mismos ojos a la cumbia que proviene de la bailanta.

–Hay que entender que Latinoamérica es eso, es cumbia. Y ese tema se repite en todos los países de Sudamérica. Bandas como El Gran Silencio oDesorden Público, si bien son grandes y tocan cumbia, hoy no la están pasando bien. Nosotros seguimos apostando a esto porque creo que hemos asumido el lugar de algunos grupos de los ‘70 como Markama, Arco Iris o Quilapayún, llevando los ritmos andinos al rock. Apostamos a ser en el futuro un grupo como Los Jaivas; una banda de folklore rockera. Si hubiéramos crecido en los ‘70, hoy nos dedicaríamos a eso.

–¿No tienen miedo de perder público por ese cambio?

–Y sí, siempre hay miedos. Pero es una elección. Si nosotros hubiéramos apostado a lo que la gente quería escuchar, no salíamos nunca de la Argentina. Hoy el rock argentino afuera no tiene peso. Las bandas más populares de acá afuera no gustan, es una realidad. El gringo nunca consumió rock argentino. Me extraña que las grandes empresas no se den cuenta de que ésta es una buena forma de ganar dinero, porque se han dedicado a convertir al rock nacional en una bailanta, porque acá el rock and roll se renueva cada quince días. En la actualidad se busca que las bandas de rock sean todas clonadas y no se puede salir de eso, por eso proyectos como La Zurda, Andando Descalzo y Resistencia Suburbana, que apuestan a otra cosa, son totalmente marginados. Pero no es un problema de las bandas, que quede claro, sino de las empresas de booking. No veo que el rock le apunte al arte. Antes uno hacía rock como expresión artística y contestataria, pero hoy el rock se transformó en un folklore barrial. El papá le compra al pibe antes de hacerse adolescente una remera de los Redondos y ese pibe ya no se puede cuestionar nada. El rock tiene que volver a esa idea de la elección, donde cada uno diga: “Okey, soy rockero y escucho lo que me dé la gana, y no lo que me imponga el barrio”.

–¿Creés que el rock argentino está estancado?

–Lo que pasa es que sólo la clase media y alta tienen la chance de escuchar otras cosas, y así es más fácil. Pero el rock nacional sigue siendo fuerte, más allá del marketing que, algunas veces, juega con la muerte. Qué sé yo... el disco de Callejeros sale 45 pesos y la banda no ve un mango de eso, porque esa plata va a parar a un juez. Es muy difícil ponerse la camiseta de ellos, ¿viste?

–¿Qué cosas aún te emocionan del rock?

–A mí me gusta ver bandas pegando carteles o grabando demos, todo con humildad. Me emociona ver las pilas que tienen las bandas independientes, que son las víctimas más grandes de todo este circo. El rock me gusta por la gente. Yo renegaba del ser argentino, pero estando lejos te das cuenta del valor de la gente. La música es solamente música y en definitiva se ha inflado, como toda la mierda que trajo Cromañón y el marketing de la muerte que se le hizo al rock. Nadie hace recitales para vender bengalas, ni para que un flaco se mate en un pogo. Los quince minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol hoy son cinco segundos, por eso aparecen cosas como la Academia Movistar. Yo escucho Sumo, El Otro Yo, Los Cadillacs. No me presto a lo que no es música. El escándalo dejáselo a las vedettes.

–¿El fin primario sigue siendo provocar?

–Eso nos pasa a todos, porque el rock, en sí, molesta. Entonces, al sistema lo que le conviene es tomar el standard del rockero argentino, que fue el único tipo que se resistió a la dictadura militar y a los gobiernos de Alfonsín y Menem. Pero hoy hay personajes funestos que son dueños de los grandes medios y quieren acaparar al rock para que no moleste. A mí me gustaría que hablara de esto el Indio Solari, que la tiene muy clara. Como él dice, la gente “perdió el ángel y no la cuida nadie”. El aceptaba al público marginal que tenían los Redondos como una cuestión de cariño, pero realmente creo que en un punto fracasó, porque no pudo revertir la situación cultural de esa gente. Y, salvo un par de cosas, esa gente no aprendió nada.

–¿Por qué empezaste a tocar?–Porque la música me transportaba. Yo tenía muchos quilombos familiares; mi vieja murió cuando yo era bebé y me crió una abuela, y en mi casa eran todos bardos. Tenía un tío rockero que me prestaba discos de Los Beatles y Peter Frampton, y flasheaba. Yo hacía hockey sobre patines y recuerdo que cantaba Help con el palo de hockey a los siete años.

–¿Y cuándo te diste cuenta de que podías repercutir en la gente?

–Mirá, yo estaba en una banda en Mendoza que se llamaba Perfectos Idiotas y no teníamos cantante, por lo que tocábamos siempre instrumental. Un día debíamos dar un show y el bajista me pidió que cantara, aunque no teníamos ninguna letra escrita. “¿Qué querés que cante?”, le dije. “No sé, improvisá.” Entonces me llevé de casa un Wincofón y un disco con discursos de Stalin, Hitler y Churchill, y le puse un micrófono para amplificarlo, así que mientras hablaba Churchill yo cantaba algo muy naïf como “qué lindos tus ojitos, mi negra”. Y la gente en ese momento empezó a mirar lo que pasaba en el escenario. Nadie bailaba. Nunca antes le había prestado atención a las letras del rock hasta que conecté con Los Violadores, Todos Tus Muertos y Mano Negra. Lo mismo me pasó con Dead Kennedy’s o Black Flag, que tenían letras tremendas. Creo que eso me llevó a tratar de tener una banda con un mensaje contestatario, aunque después me costó mucho salir de ese cuadro. Por eso con Karamelo estamos intentando volver a la poesía y dejar el panfleto de lado.

–¿Pensás que la juventud no tiene el mismo compromiso político que en los ‘70?

–La gente hoy no tiene compromiso porque no está informada. El fútbol sin sentido y el culo mandan, como el fanatismo y las religiones, y la gente dejó de informarse. Si te ponés a pensar, la militancia de izquierda está muy lejos de la realidad de la gente común. Nosotros hemos compartido piquetes y tocamos para el Perro Santillán en Jujuy, porque siempre sirve tocar para la gente, pero muchas veces esa gente es arriada y no está comprometida. La década menemista influyó mucho para crear este contexto. Pero, independientemente de eso, la Argentina retrocedió, porque la educación está para atrás. Acá en el barrio veo todos los días a las doce de la noche a pibes fumando paco y son chabones que se están secando, pero secando en serio; se les seca el hígado y el páncreas. Mirá, la edad de las violaciones de este barrio bajó. Antes a las pibas acá las violaban a los diecisiete años y ahora las violan a los doce sus propios amigos en las fiestas. Y para mí este barrio es una bajada de línea y me pone en la furia de la calle, por eso no me voy. Sé que es jodido, pero me la banco. Mis vecinos me ponen la música los domingos a la mañana al palo, pero respetan que yo ensaye con mi banda. Son códigos.

–¿Es sólo falta de educación?

–Lo que pasa es que la gente no quiere estudiar y no sabe qué hacer. Acá vienen pibes a ofrecerse para limpiar la casa o el estudio y yo les digo: “Loco, invéntense algo, hagan algo”. Se vienen a Buenos Aires a vivir hacinados porque es más fácil para ellos instalarse en este barrio y vivir en un conventillo con cincuenta familias y salir a pedir limosnas o a robar que irse a un pueblo a intentar algo. La gente ha perdido la dignidad.

–¿Qué espacio ocupa Karamelo Santo en el rock argentino?

–Karamelo es una banda que no ha logrado la masividad que siempre soñó, porque nosotros, como todos, soñamos en algún momento con ser masivos. Pero ésta es una banda que tiene un techo armado por nosotros mismos. Somos los únicos culpables de que Karamelo no haya crecido.

–¿Te preocupa eso?

–No es que me preocupe, pero nos quedamos en la mitad de un camino que, por insistencia, es mucho más lento. La que nos queda a nosotros es lograr una masividad por medio del laburo y no por medio del marketing. A nosotros nos cuesta hoy llenar un teatro y llevamos mil quinientaspersonas. Somos una banda con mucha energía, pero que nunca trató de echarse a nadie en contra ni competir con ninguna banda.

–¿Pensás que la misma postura contestataria que tomaron desde un principio les jugó en contra para alcanzar la masividad?

–Mirá, siempre tuvimos una condición social fuerte, pero ya es el compromiso con nuestras vidas. Al rock le hizo mal toda esa mierda del rastafarismo nacionalizado de marketing. El rastafarismo es una religión que tiene una energía increíble, pero traerlo acá por una cuestión de marketing fue una mierda. Yo era rasta, me la creí y todo, hasta que un pelotudo me dijo: “Vos no podés tener rastas porque sos blanco”. Y le dije: “El primero que tuvo rastas fue el rey Salomón, que era judío, y yo soy judío. ¿Cuál es el problema?”. No me supo contestar nada. Cuando volví de México de vivir con una comunidad rasta durante más de un año, me encontré con que en la Argentina tenías que ser un chupa-sirio de Selassie, un comunista a ultranza y no un izquierdoso moderado como Trotski; o un anarquista pone-bombas y no un templado desestabilizador del conformismo. Acá tenés que ser extremo y lo único que vale es morirse, como Luca Prodan o como Ricky Espinoza. Durante la vida tenés que vivir engañando y pareciera que la muerte solamente trae aparejada una cuestión de aprendizaje. Y hay gente que todavía está trabajando y haciendo un montón de cosas. Pero ojo, que yo soy un tipo incoherente y lo tengo asumido. Nosotros queremos ser una banda democrática internamente y de repente nos puteamos porque todos queremos tener los mismos derechos, pero nadie las mismas obligaciones. Es muy difícil.

–¿Qué buscás hoy?

–Creo que todos buscamos lo mismo: la mejor canción. Yo compongo una todos los días y aún no la encontré.

–¿Qué te queda por hacer?

–No sé... nosotros hacemos lo que queremos. Hemos logrado el sueño de grabar nuestros discos acá y le grabo discos a quien quiero. Me gustaría que quede la sensación de que nosotros hicimos lo que quisimos, pero lo hicimos con amor, aunque siempre nos boicoteamos. Pienso que nuestro error fue no creérnosla y no tener una personalidad artística avasallante. Yo a veces veo a bandas como Catupecu Machu, que son amigos míos, y digo: “Cómo se la creen esos tipos y qué actitud que tienen”. Y nosotros nunca pudimos posar bien para una foto.

“La gente arriba”

Desde la edición de La Kulebra en 1993, Karamelo Santo supo cultivar distintos ritmos de raíces americanas como el reggae, la salsa, el folklore, la cumbia y el ska, matizados con poderosas bases rockeras. Así, el mismo hilo conductor atravesó Perfectos idiotas, Los guachos y Haciendo bulla, sus otros trabajos. La gente arriba propone un marcado cambio en el concepto musical de la banda, alejándose del rock más áspero y adentrándose en las profundidades del acervo latinoamericano. Goy lo define así: “Este es un disco que marca la personalidad que hoy estamos tratando de imprimirle a Karamelo, por eso siento que existe un gran despegue de toda una situación estética que nos apabullaba. Es el álbum más personal que hicimos hasta ahora porque no apunta al hit sino a los momentos”. En referencia al efectivo Haciendo bulla del 2004, el cantante explica que en aquel momento “la necesidad fue la difusión, por eso compusimos hits especialmente para ese disco, lo que nos sirvió para ir a lugares del interior donde nunca habíamos estado. En este caso decidimos solamente armar momentos, y cuando había que hacer un tema lo componíamos todos juntos”. Según el Goy, La gente arriba es un claro ejemplo de cómo Karamelo puede ir a los extremos: “Podés encontrar un folklore, una cumbia en inglés o un dub lisérgico, por eso la gente que esperaba una continuación de Fruta amarga se debe sentir defraudada, pero fue una decisión que tomamos entre todos. Hoy queremos apuntar a una cuestión renacentista o humanista, donde la gente tiene que estar arriba”.

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Karamelo Santo presentará su disco "La gente arriba" el viernes 26 de mayo en Niceto. Entradas en karamelosanto.com
 
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