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Jueves, 10 de agosto de 2006

NOTA DE TAPA 2 > LOS ESCRITOS íNTIMOS DE KURT COBAIN

El grunge a diario

Los garabatos del líder de Nirvana se publicaron en un libro llamado Diarios. Por fin, llega ese puñado de hojas comunes que sirven como la mejor biografía del hombre que le puso fiebre a los 90. Sin intermediarios, sin anestesia. Y en español.

 Por EDUARDO FABREGAT


No leas mi diario en mi ausencia. OK, ahora me voy a trabajar. Esta mañana, cuando te levantes, por favor leé mi diario. Registrá mis cosas, y tratá de entenderme.

El mismo párrafo inicial de los Diarios de Kurt Cobain, esa contradicción entre el carácter público/privado de los escritos del líder de Nirvana, confirma que es imposible llegar a una conclusión sobre qué pensaría el rubio ante la publicación mundial de sus cuadernos. Al fin editado en castellano por Mondadori, el libro que Courtney Love vendió por 4 millones de dólares podría ser un mero intento por revolver la carroña, esa apropiación del arte por un sistema que el músico denuncia una y otra vez en los textos. Pero los Diarios son más que eso, son algo mejor: sin preámbulo, epílogo, interpretación psicológica, ni análisis externo, los intensos garrapateos de Kurt en hojas comunes y corrientes sirven como la mejor biografía posible del muchacho que atravesó y le puso fiebre a los ‘90. Un relato de vida 1988-1994 sin intermediarios, escrito al calor de lo que sucedía en cada momento.

Los diarios sirven, además, para atestiguar la construcción del discurso de Nirvana, el modo en que las observaciones privadas del músico sobre su entorno, sus congéneres, el estado de la cultura en Estados Unidos, la música, la prensa, comenzaron a volcarse en su obra y en sus manifestaciones públicas a medida que la fama pateaba su puerta. Y, más allá de arrestos aislados, explosiones de cólera o párrafos manuscritos donde se advierte el temblor del yonqui desesperado, no hay allí una caricatura o una colección de conceptos deshilachados. A medida que avanzan las páginas seleccionadas por Clara Drechsler y Harald Hellman (y traducidas por Angeles Leiva), queda claro que Cobain estaba muy lejos de ser un loquito que la había pegado con un par de hits.

Aun atormentado por su indescifrable enfermedad estomacal, asediado por las drogas o la falta de ellas, el pensamiento de Cobain exhibe un nivel de análisis nada despreciable, una conciencia de sus posibilidades artísticas y el entorno cultural, un abanico de temas que supera largamente los lugares comunes del rock star. Sí, Kurt se queja de la fama, el estado de la música, las compañías discográficas, los grandes medios y los críticos de rock, pero no se queda en el grito caprichoso o la puteada destemplada: a través de listas de discos o canciones favoritas, ideas para videos, cartas nunca enviadas a amigos y padres, la misiva de despido a un baterista, textos descartados para el arte de los discos, confesiones sobre sus males de salud y sus adicciones o ensayos sobre cuestiones que podían ir de los valores de The Melvins al aborto o el sexismo en los campus universitarios, los Diarios permiten echar un vistazo a la intimidad de un rocker pensante y lúcido. Y un vistazo que no viene acompañado por la sensación de estar espiando miserias ajenas.

Ese “tratá de entenderme”, en última instancia, comprueba la necesidad de muchos artistas de ligar con su público más allá del consumo de una obra. Los Diarios ayudan a entender al zurdo de Seattle, pero sobre todo construyen una rara paradoja: son un producto que, sí, venderá tantos ejemplares como un disco de Nirvana. Un producto que podría fomentar el mito de Kurt Cobain, la parábola del músico under que pelea por lo suyo, consigue llegar a un lugar de exposición y termina atosigado por la circunstancias, con la escopeta en la boca. Pero no: a cambio, los cuadernos conforman un retrato del otro Cobain, el tipo que, antes que estampita y poster, fue un creador sensible. Quizá demasiado.

NIRVANA es de Olympia, Washington, a 60 millas de Seattle. El guitarrista/vocalista (Kurt Kobain) y el bajista (Chris Novoselic) de NIRVANA vivían en Aberdeen, a 190 millas de Seattle.

La población de Aberdeen está compuesta mayoritariamente por leñadores ignorantes y fanáticos –mascadores de tabaco, cazadores de venados y homofóbicos– que no ven con buenos ojos a los new wavers con pintas raras. (Chad) el batería es de una isla de niños ricos adictos al LSD.

NIRVANA es un trío que toca rock duro con toques de punk.

Normalmente no tienen trabajo.

Así que pueden ir de gira en cualquier momento.

NIRVANA no ha tocado nunca versiones de clásicos como “Gloria” o “Lououie Lououie”, ni tampoco ha tenido que reescribir estos temas y decir que son suyos.

NIRVANA está buscando la manera de grabar su música en vinilo o conseguir un préstamo de 2 mil dólares.

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Mis letras son un gran montón de contradicciones. Se dividen a partes iguales entre opiniones y sentimientos sumamente sinceros y refutaciones sarcásticas y humorísticas, espero, hacia los estereotipados ideales bohemios desfasados desde hace años.

Y es que parece que un compositor de canciones no tenga más que dos maneras de ser: o la propia de visionarios tristes y trágicos como Morrissey, Michael Stipe o Robert Smith, o la del típico chico blanco alelado e ido de la olla que va de “Eh, vámonos de juerga y olvidémonos de todo”, gente como Van Halen o las demás mierdas del heavy metal.

En fin, a mí me gusta ser apasionado y sincero, pero también me gusta divertirme y hacer el imbécil.

Bichos raros del mundo, uníos.

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(...)Trivialidades del rock. Dios, qué harto estoy de las trivialidades del rock. Ya ves tú, ¿qué voy a hacer cuando sea mayor, si ya lo sé todo sobre el rock’n’roll a los 19?

Sólo Dios sabe que no hay nada que aprender sobre todos esos timos de bandas nostálgicas horrendas de los ‘80.

Pues sí, al final he decidido hacerme adicto a la heroína y pudrirme poco a poco en las calles de Idaho o de algún otro estado de mala muerte como ése. Me aburriré tanto que me limitaré a leer sobre aquello a lo que haya sobrevivido y permanecido inmune adrede, porque sepa usted, señor Crítico de Rock, que cuando sea mayor se va a aburrir. Aburrir. Aburrir. Aburrir. Como yo, como los ancianos de hoy. No quiero que una nieta mía me cambie los calzoncillos de plástico sucios mientras yo me dedico a chupar una cracker, aferrándome a la existencia para poder recordar mi vida como un nostálgico profesional. Además, a estas alturas tengo la memoria hecha polvo de toda la maría que fumé hace unos años. Un día vi en el show de Merve Griffin a unos hippies que decían tener SPRAYS NASALES para potenciar la memoria, y también vi a esa pareja que juraba que, con la debida ejercitación, “se puede llegar a tener hasta 10 orgasmos antes de eyacular”. Toma, claro, si te atas una goma en la punta.

Todas estas reflexiones tan increíblemente trascendentales me impidieron darme cuenta de que la casa entera estaba llena de humo de los libros de Charles Bukowski, y que el fuego se había extendido hasta las cortinas, lo que me alertó de que tenía el tiempo justo para salir de casa pitando. Pues vaya con Dios.

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Me gusta quejarme y no hacer nada para mejorar las cosas. Me gusta culpar a la generación de mis padres por llegar a estar tan cerca del cambio social, para luego darse por vencida tras unos pocos esfuerzos fructíferos por parte de los medios y el gobierno para desvirtuar la imagen del movimiento, utilizando a los Manson y a otros representantes hippies como ejemplos propagandísticos de que no eran más que una plaga antipatriótica, comunista, satánica e inhumana, y lo que hicieron los hijos del baby boom [los nacidos justo después de la Segunda Guerra Mundial] fue convertirse en los mayores hipócritas, yuppies y conformistas que jamás ha producido una generación.

Me gusta analizar mis opiniones con calma y sensatez, adoptando una actitud conformista, aunque me considere de extrema izquierda.

Me gusta infiltrarme en los mecanismos de un sistema, haciéndome pasar por uno de ellos para luego empezar a corromper lentamente el imperio desde dentro.

Me gusta acabar con el menor y el mayor de dos males.

Me gusta impugnar a Dios.

Me gusta abortar a Cristo.

Me gusta joder a los borregos.

Me gusta el consuelo de saber que las mujeres son generalmente superiores y por naturaleza menos violentas que los hombres.

Me gusta el consuelo de saber que las mujeres son el único futuro del rock and roll.

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Me gusta el consuelo de saber que los afroamericanos inventaron el rock and roll y aun así sólo se han visto recompensados o premiados por sus logros cuando se han avenido a los principios del hombre blanco.

Me gusta el consuelo de saber que los afroamericanos han sido una vez más la única raza que ha aportado un nuevo estilo de música original a esta década, o sea, el hip hop/rap.

La censura es MUY americana.

He conocido a muchas mentes capaces de almacenar y traducir cantidades ingentes de información, y sin embargo carecen de la más mínima habilidad para alcanzar la sabiduría o apreciar la pasión.

La conspiración contra el éxito en América se basa en la inmediatez. Exponer las mentes con escasa capacidad de atención a una repetición formidable. Deprisa y corriendo, ¡ahora aún con más sabor a queso! Hoy aquí, mañana quién sabe dónde, porque los seguidores de ayer no eran más que un instrumento al servicio del individuo en su necesidad de autosuficiencia, espectáculo y rituales sociales. El arte que posee un valor duradero no puede ser apreciado por las mayorías. Sólo el mismo porcentaje minoritario apreciará la paciencia de las artes, como siempre ha hecho. Eso está bien. Los que no son conscientes, no merecen falsas sugerencias en sus deberes consumistas.

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Ha llegado la hora de que todos los “afortunados”, las animadoras y los jugadores de fútbol se desnuden delante de todo el colegio durante una asamblea general y supliquen perdón y misericordia con toda su alma, y reconozcan que están equivocados. Son los representantes de la codicia y los valores egoístas, y no bastará con que afirmen lamentarse de su conducta, deben decirlo en serio, deben verse con una pistola apuntada a su cabeza, deben verse aterrorizados sólo de pensar en convertirse en los republicanos del futuro, blancos de derechas arrogantes, farisaicos, segregacionistas, propagadores del sentimiento de culpa y lameculos.

MUERTE A LOS ROCKEFELLERS

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Estoy totalmente y absolutamente a favor de: la homosexualidad, el consumo de drogas como forma de experimentación (aunque yo sea la prueba viviente de los resultados perniciosos de la excesiva permisividad en este sentido), la antiopresión (entendiendo por opresión la religión, el racismo, el sexismo, la censura y el patriotismo), la creatividad a través de la música, el arte, el periodismo, el amor, la amistad, la familia, los animales y la revolución a gran escala organizada de forma violenta y alimentada por el terrorismo.

No se puede desprogramar a los codiciosos.

Estaría bien que los codiciosos llegaran a ser perseguidos con tal asiduidad que al final acabaran sometiéndose al modo de proceder contrario al suyo, o estuvieran tan cagados de miedo que no salieran nunca de casa.

John Lennon ha sido mi ídolo toda la vida, pero con respecto a la revolución está rematadamente equivocado.

¡No muevas el culo y que te sacudan!

¡Chorradas! Armate, busca a un representante de la codicia o de la opresión y vuélale la tapa de los sesos al muy hijo de puta. Elabora manifiestos con ideas, contactos, adeptos, haz oír tu voz, asume el riesgo de la cárcel o el asesinato, busca un empleo relacionado con tu objetivo para infiltrarte con más facilidad en el sistema y dedícate a corromper lentamente los mecanismos del imperio.

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(...) Me siento como un cretino escribiendo sobre mí mismo como si fuera un icono semidivino del pop rock americano o un producto confeso de una rebelión de elaboración corporativista, pero es que he oído tantas historias y declaraciones de mis amigos disparatadamente exageradas y leído tantas interpretaciones freudianas mediocres y patéticas basadas en entrevistas que hablan de mí, desde mi infancia hasta el estado actual de mi personalidad, y de mi fama de heroinómano perdido, alcohólico, autodestructivo, aunque abiertamente sensible y delicado, frágil, sosegado, narcoléptico, neurótico, un pobre diablo dispuesto en cualquier momento a meterse una sobredosis, tirarse de un tejado totalmente ido de la olla, volarse la tapa de los sesos o las 3 cosas a la vez. ¡Dios santo, no soporto el éxito! ¡El éxito! ¡Y me siento tan increíblemente culpable! Por haber abandonado a mis verdaderos colegas, a los que son fieles de verdad, a los que ya nos seguían hace unos años. Dentro de diez años, cuando NIRVANA seamos un grupo tan memorable como Kajagoogoo, ese mismo porcentaje reducidísimo vendrá a vernos a conciertos revival patrocinados por una marca de pañales para la incontinencia, donde ya gordos y calvos intentaremos aún hacer RAWK [rock] en parques de atracciones. Sábados de teatro de marionetas, montaña rusa y NIRVANA.

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Me he visto obligado a convertirme en una estrella de rock recluida. Esto significa nada de entrevistas, ni de apariciones en radio, etc., por culpa de las autoproclamadas autoridades en el terreno de la música que no son músicos y que no han realizado ninguna contribución artística a los grupos de rock and roll, al margen quizá de unos cuantos mamotretos de segunda fila sobre rock and roll, además de constituir el mayor grupo de misóginos en todas las formas de expresión existentes.

Desde la primera revelación que tuve del pensamiento alternativo –a través primero de mi iniciación en la New Wave, luego en el punk rock y posteriormente en las bandas sonoras alternativas del rock clásico contemporáneo–, nunca había visto en toda mi vida una muestra de sexismo más viperina y radical que en estos dos últimos años. Llevo años observando y esperando como un buitre el más mínimo indicio de sexismo y siempre lo he hallado en dosis relativamente pequeñas en comparación con el estado actual del rock and roll, desde los más mimados por la crítica hasta Samantha Fox, por el mero hecho de que uno de los miembros de lo que solía considerarse una banda formada por varios miembros se haya casado con un éxito musical de renombre determinado por el establishment de los críticos de música sin competencia musical. (...)

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