no

Viernes, 2 de mayo de 2008

CONVERSACIONES CON GUILLERMO BONETTO, DE LOS CAFRES

“El rasta es el ser humano antes del peine”

El cantante desanda el camino recorrido hasta llegar a este notable presente, al cual, dice, nadie los vio venir. Entre muchas otras cosas, explica que puede comprender el racismo rastafari de los jamaiquinos, producto de años de esclavitud, pero que a veces los querría “cagar a trompadas”.

 Por Daniel Jimenez

Si uno camina por Palermo –en cualquiera de sus dos formatos pesificados: Hollywood o Soho– un viernes por la tarde, el aire que se respira es el de víspera de celebración. En pocas horas más, los coquetos bares que inundan sus calles sepias de otoño se llenarán de gente que curte al máximo su paleta de texturas: restó climatizados de buen precio, modernas cantinas sin humo, pubs after office y un racimo de reductos de rock –donde se hará esta nota– que vibran en la trasnoche de miércoles y jueves cuando todos duermen.

A la vuelta de uno de ellos, en un pequeño kiosco, una chica de veintipocos años y profundos ojos verdes charla con un proveedor, también joven, quien no deja de mirarla mientras apoya en el piso un pack de gaseosas. “Podés encontrarme en el msn porque estoy todo el tiempo conectada. Anotá mi nick: es tu luz la que ilumina mi rancho”, dice ella. El flaco asiente con la cabeza, perdido en el verde de sus ojos. Se carga unos envases al hombro y promete buscarla próximamente, tal vez con fines menos amistosos que los de su inocente interlocutora.

Su apodo, además de ser un tanto extenso para anotar, remite a una línea de A pesar, canción que Los Cafres grabaron en Quién da más y que fue primer corte de Luna Park, su segundo disco en vivo de 2006. Para Guillermo Bonetto, cantante, pintor y obsesivo del trabajo, la secuencia del drugstore es algo con lo cual soñó desde que intentó jugar a hacer música, hace ya más de dos décadas. El viento que acompaña la libertad de las palabras puede llevarlas, contra la voluntad de su autor, a puertos desconocidos. Y allí ser apropiadas por quien menos se espera: un cura, un asesino, un estudiante, una mesera, un yuppie pudiente de Puerto Madero, un loco feo o un pibe de Gerli que maldice su suerte en una gris metalúrgica.

Una vez que la canción fue concebida ya nadie puede detenerla. Y Guillermo lo sabe: “Eso es loquísimo. Si bien es lo que uno sueña cuando es más pendejo e imagina al proyectar su música hacia fuera, no deja de ser una cuestión maravillosamente inexplicable”.

El momento actual de Los Cafres podría decirse que es lo más parecido al ideal trazado por quienes formaron este proyecto allá por 1987 –no todos sobrevivieron hasta aquí–, cuando el reggae era propiedad exclusiva de Los Pericos y su banana alfonsinista. Si no, sumen: diez placas editadas, shows sold out en Obras y Luna Park, proyección internacional, convocatoria creciente, giras interminables, viajes a Jamaica y un tour por Colombia, Puerto Rico y México junto a Cultura Profética y Gondwana que se inició hace dos días y que finalizará cuando el 18 de mayo regresen al Luna Park para presentar Hombre Simple y Barrilete. Dos placas independientes lanzadas en el ocaso de 2007. Un camino recorrido con inquebrantable coherencia artística y enaltecido por el respeto ganado en base a un laburo de hormiga.

“Hace poco nos llamaron de Australia para hacer una nota. Era con una chica argentina, pero para un medio de Australia, y eso no me deja de sorprender. Nos pasó algo así a finales de los noventa. A través de Internet conocimos a una chica argentina que le gustaban Los Cafres y que era novia de un músico en Puerto Rico, que tenía una banda bastante nuevita pero importantísima, que también le cabían Los Cafres. Entonces nos fuimos para allá y nos encontramos con esa banda. Empezaron a hacer covers nuestros como La vela y Ya no hay, y veías que estaban zarpados de calidad. Hoy son los Cultura Profética”, cuenta Bonetto. Y esta anécdota, que forma parte de su colección personal, le sirve al cantante para poder reírse de la dureza de los inicios: “Nosotros veníamos de una época muy oscura acá. Nos iba bien pero nunca ganábamos un mango y no existíamos en ningún lado. La gente venía a los shows, pero era todo muy difícil; había mucha tirantez interna. Y allá tuvimos un éxito increíble y fue como un sueño. Nada que ver a lo que pasaba en Buenos Aires. Apenas si salíamos a Mar del Plata, Rosario y Córdoba. Vos soñás esas cosas, pero al mismo tiempo veías que disco a disco no pasaba nada. Lo loco es que esa realidad paralela que uno siempre soñó existía”.

–¿Qué fue lo que más les costó superar?

–El desencanto. Las cosas no salían como nosotros queríamos. Vendíamos bastantes discos, tocábamos casi todos los fines de semana y había una movida de reggae que sabía que existíamos, pero no había una respuesta de los medios. Nadie salía a decir “che, qué buenos son Los Cafres”. Uno tenía la inocencia de pensar que los medios iban a cubrir nuestros shows, y te preguntabas “¿cuánto tiempo van a tardar en darse cuenta de que somos el único grupo de reggae?” O desayunarte leyendo en un suplemento de rock una nota de reggae donde sólo aparecíamos al final y al pasar. “¿Qué onda con esta gente?” “¿Dónde estuvieron investigando todos estos años?” (risas).

–¿Y cómo empieza a cambiar la historia?

–Pasó que nos dimos cuenta de cómo eran las cosas. Nuestra inocencia o estupidez llegó a un punto que dijimos: “Pará, hay algo que estamos haciendo mal. ¿Por qué hay gente a la que le va bien? ¿Qué tenemos nosotros de especial para que no nos vaya bien? ¿Por qué hablan de otras bandas y de nosotros no? ¿Por qué tienen ellos tanta prensa y nosotros no, si llevamos la misma o más gente? No teníamos a nadie de prensa porque esperábamos a que la compañía lo haga, y tampoco lo hacía. Siempre fuimos muy enquilombados y no conocíamos el ABC de cómo se presenta un disco. Nos pasó de presentar uno, que ahora no me quiero ni acordar cuál fue, y que ni siquiera haya prensa. Era en el Hard Rock. Y no había nadie, ni de prensa. Estaba la pista vacía y la prensa no estaba. Habría cinco personas, que eran todos amigos. Una ridiculez total, una inoperancia absoluta. Y entonces, decís: “Che, revisemos las cuentas”. Porque después, el trabajo discográfico, compositivo y de shows, siempre fue bueno. Siempre tuvimos energía y cosas para decir. Nunca fallamos en la parte artística, pero sí en todo lo demás (risas). Y cuando cambiamos de equipo la gente pudo elegir escuchar a Los Cafres. Eramos fantasmas con buen prestigio. Pero el prestigio no te alcanza para vivir.

–Vienen de sacar dos discos al mismo tiempo y ya preparan otro Luna Park. A veces pareciera que llegaron a este presente sin que nadie se diera cuenta.

–Tal cual, es que fue así. Pensá que hicimos dos Luna Park y el primer Obras después de dieciocho años: y todo el mismo año. Aparte con el reggae pasó lo mismo. Las bandas veníamos tocando, llevando más gente, y la mayoría de manera independiente. Pero cuando se decretó que el reggae extranjero no era comercial, no trajeron más a nadie. Hasta que volvieron los Wailers porque los trajo Cebolla, el batero de Los Cafres. Hubo un silencio de radio total: “El reggae no funciona, olvidate”. Se le bajó la cortina y cualquiera que quería firmar con una compañía, le decían lo mismo: “el reggae no es negocio, papá”.

–Pero el público del reggae siempre existió.

–Sí, pero no se sabía que el reggae funcionaba, no existía ese concepto. Era una cosa totalmente underground. Acá hasta que no te llega a tu puerta y a tu oficina todo servido, no sabés que existe. Somos un poco cómodos en ese sentido. Y siempre la credibilidad te la dan los demás. Recuerdo que le costaba a un productor decir “che, el reggae puede andar”. Porque vos vas a poner guita en algo que anda y no en algo que “puede andar”. Los Pericos son un fenómeno propio. Tuvieron su magia, su forma de hacer canciones, diferente a todas las bandas de reggae. Y el reggae era su vehículo, como lo es el de Los Cafres. Si hubiéramos tenido prensa en los primeros discos no sé si nos hubiera ido bien como ahora, porque hoy tenemos más idea de cómo construir una canción, su narrativa. Y no es una pavada, porque eso es lo que diferencia a un hit y va más allá de lo comercial.

–¿Te pusiste a pensar qué es lo que encuentra la gente en un hit?

–Mirá, creo que somos todos iguales... hay una unidad real. No es una cuestión ideológica ni de filosofía; todos tenemos las mismas necesidades y los mismos miedos, las mismas vergüenza, las mismas insatisfacciones, los mismos deseos. Por eso algunas cosas funcionan a nivel masivo de comunicación social, porque nos pasan a todos. Y sucede con esos programas de mierda que ve todo el mundo. En algún punto Gran Hermano es una mierda y lo detesto y, por suerte, no lo vi casi nunca. Pero si lo ves, te enganchas por curiosidad. Pero uno cae en esos lugares porque somos todos iguales.

–¿Les costó despegar de los complementos que se le suelen colocar al reggae en Argentina, como el porro y los dreadlocks?

–Ja ja ja, es verdad eso (risas). Y no sabés en las notas que hemos hecho a lo largo de la historia. ¿Por qué hacen rigi? (imita una voz finita de locutora) Ja ja ja. Mirá, a nosotros nos gusta mucho el reggae de verdad y no creo que haya un jamaiquino que le guste el reggae más que a nosotros. Obviamente, pasamos por un montón de etapas y a veces esas cosas van atadas a la juventud de cada uno. Yo moría por tener dreadlocks y los tuve doce años, pero antes estuve investigando para hacérmelos. A veces se necesitan estereotipos para sentirse seguro.

–La importancia del grupo de pertenencia.

–Sí, tal cual, es buscar un grupo de pertenencia. Tiene que ver con la etapa de la adolescencia, donde uno necesita ratificar sus valores. Y a medida que vas creciendo te vas decepcionando de los iconos. A mí me pasó miles de veces. Yo viví en Canadá dos años y medio y allá está lleno de jamaiquinos. Hay gente copadísima y también muchos pelotudos que te juzgan por ser blanco o tener dreadlocks. Y ahí dejás de idolatrar. Me pasó de estar hablando en el bondi con otro argentino y ver cómo te sacan la radiografía: rasta, blanco y hablando en otro idioma. Te miran con cara de “¿y este disfrazado quién es?”. Y vos los querés cagar a trompadas. En Jamaica pasa lo mismo; hay gente copada y gente que no. Mirá, una vez estuve comiendo en el patio de un percusionista muy groso de allá, que participó en nuestro primer disco y que tiene como una fondita en su casa. Todo súper buena onda, pero había un jamaiquino cuarentón que estaba con dos morochas rastas que me miraba mal y le decía a las minas: “He’s not a rasta’ white man’ not rasta’, y yo sé inglés y le entendía todo. ¡Estaba hablando de mí! (risas) Qué sé yo, en Jamaica te pasan secuencias que no sabés si son de verdad o es un sueño. Pero volviendo a lo anterior, ¿desde dónde me juzgaba este tipo? Y ahí dejás de idealizar. Yo jamás me consideré rasta, pero estas cosas te van alejando un poco de la idiosincrasia, junto al hecho de la cuadradez. Yo sé que todas las religiones en un punto son una mierda, porque son cuadradas y encierran grandes mentiras. Entonces algo raro hay. El caso del rastafari es diferente. Yo entiendo al más racista de los jamaiquinos, porque se encuentra en una situación que bajo cualquier punto de vista él no eligió. Sus ancestros no vinieron de turismo a Jamaica, sino que todos fueron esclavos. Y el gobierno es blanco y en el billete está la reina... ¿Cómo el negro no va a estar resentido en Jamaica? Es totalmente lógico que sea “derechista” en cierto punto. El viaje real de ellos es la libertad mental: “Loco, somos iguales y liberémonos de la esclavitud mental”. Babilonia no es sólo Estados Unidos o Inglaterra; Babilonia está dentro nuestro. Es el sistema que aceptamos y al cual contribuimos. Hoy hay muchas ramas que se van al carajo: están los rastas y los fundamentalistas más heavies, que piensan que el negro es superior al blanco. Lo podés entender, pero se transforma en algo muy negativo.

–¿Te hicieron sentir alguna vez que estabas tocando un género prestado?

–Sí, obvio. Hay gente que me lo ha hecho sentir y también me he peleado por eso. Y aprovecho de paso para aclarar las dudas de mucha gente: Deja de señalar se lo hice a un extranjero. Para que se termine la controversia de si se lo hice a Fidel o a Néstor de Nonpalidece. Inventaron cualquier cosa. No voy a decir quién es, pero se lo hice a un extranjero. Me dijo miles de cosas increíbles que me hicieron reír. Pero inexorablemente eso va acompañado por una llamativa falta de talento. Entonces se basan en la ilustración, en el conocimiento acérrimo de “yo sé más que vos, yo te puedo enseñar a vos”. Necesitaba afirmar frente a mí que él era más que yo, que sabía más que yo. Los que se embanderan en las creencias básicas del reggae o de Jamaica sienten que tienen derecho a decirte cualquier cosa. Y encima hay gente que los apoya: “¿No ves la bandera y la toga que tienen? ¡Son los verdaderos!” (risas). A mí me enorgullece estar lejos de eso. Nunca me consideré rasta pero estoy contento de haberme cortado los dreadlocks para evitar todo tipo de confusiones. Que quede claro: el jamaiquino saca los dreadlocks de la cultura india, no de Africa. Nunca vas a encontrar un pueblo rasta en Africa. En India los llaman “sadus”, que son los flacos que no se cortan el pelo nunca, andan semidesnudos y se pintan un poquito la cara. ¡El rasta es el ser humano antes que se invente el peine, muchachos! (Risas.) ¿Entonces los pordioseros son rastas?

–¿Te lo cortaste por eso?

–No, me lo corté porque tenía ganas y porque fue un ciclo para mí. Tenía mucho peso a nivel estético y no quería agarrarme de eso. Tener rastas fue como una especie de escudo.

Bonetto tiene la virtud de saber reírse de sus propios errores, que a veces solamente son detalles perceptibles para los músicos y que no siempre son descubiertos por el gran público. Y su contagiosa carcajada reviste a su confesión de la picardía propia de quien se burla de la perfección absoluta. Para los atentos amantes de la estadística, la prolija versión de Si el amor se cae que cierra su disco en vivo en el Luna Park, no pertenece a ese show sino que fue registrada en el Pepsi Music 2006. Dato que se aclara en el booklet interno del álbum. “Dejamos ese porque las versiones del Luna o de Obras eran un desastre. Yo canté para el orto, el violero estaba alegre y como lo hacíamos siempre al final y era un show muy largo, salió así medio ‘gastado’. Además, venía con el público recaliente y de pronto se puso así como... frío (risas). Son cosas que pasan. Uno es humano y los errores siempre están. Afortunadamente la realidad te obliga a bajar un cambio porque la exigencia que uno se pone es tan jodida que hay que poder bancarla. Yo prefiero mil veces la fuerza a la perfección.”

–¿Sentís la responsabilidad de ser la cabeza de un colectivo de trabajo?

–No sé si la cabeza, pero sí me siento responsable. Si no preguntale a Los Callejeros... Nosotros somos una familia grande trabajando, y pienso que el trabajo con la música, en el éxito o el fracaso, te dan humildad, si es que tenés dos dedos de frente, claro. Porque hay tantos factores que inciden que a veces te quedás callado mirando para el costado y no entendés por qué el tema quedó así, por qué el show fue así, por qué la gente estaba asá, por qué pegó o no pegó un tema. Hay miles de factores que hacen que te sientas un porotito de mierda. Tener un éxito no te infla el ego, al contrario, te hace más humilde.

–¿Se puede manejar el ego?

–Es difícil, es muy difícil. Para nosotros es muy nuevo todo este tema de la masividad, pero también fuimos curtidos por las decepciones. Te tiro un ejemplo: hay gente que se casó con un tema nuestro. Eso es fuerte. Una vez estaba viendo a Mimí Maura en El Dorado con mi ex mujer y en eso se da vuelta una mina, y me dice: “Yo me casé con Tus ojos”. Yo me hice el boludo porque no entendía si era un piropo o qué. Y además estaba con mi mujer al lado. Y la mina se da vuelta otra vez y, como vio que mi reacción era nula, me dice: “Yo me casé con él –señala a su marido– con el tema Tus ojos. Imaginate la profundidad del tema. No había nada inventado, era así, un vómito. Y otra persona, años después, me dijo lo mismo. Y hace poco otros se casaron con Este jardín.

–¿No pensaron en hacer un Wedding Album?

–Ja ja ja, qué bueno sería, ja ja ja (risas). Pero yo a ese caballo me subo, ves. Porque me da fuerza para respetarme, para bajar un poco el cambio de la paranoia y la autocrítica, que a veces es muy dura. Y el respeto por uno, como parte del rock nacional, es importante. Aunque es un título que me resulta ajeno y que es un poquito grande. Pero evidentemente en algún punto existimos.

La conversación se traslada de una mesa en el interior de un bar a la vereda, porque en un rato se toca y la banda de turno necesita probar sonido. Guille se calza la mochila, sale y apenas se asoma en la puerta un par de pibes lo reconocen y se paran a charlar con él. El cantante los escucha, les extiende la mano y vuelve a su gaseosa. A la media hora, otro flaco pasa y le deja un disco de su grupo. Bonetto lo mira, elogia el arte de tapa y se lo guarda. Cuando retomamos la entrevista –y la tarde ya se hizo noche– dirá que este camino es muy áspero y que no todos están en condiciones de lograrlo. “Yo he descubierto amigos o bandas que la vida los supera. ¿Por dónde pasa el tema? Por el escenario. O naciste para esto o no. No sé hasta que punto es cierto, pero yo lo he visto. Vi gente que no se la aguanta. Y la mayoría que no llega a nada es porque no quiere llegar; inventa excusas: ‘Lo que pasa es que cambiamos el batero’ o ‘ahora estamos grabando otro demo’. Siempre le encuentran una vuelta a todo. Pero el conflicto es uno y hay que hacerse cargo. El tema es el miedo al fracaso y el fantasma que uno tenga: a que no vaya nadie a los shows, a que no se venda el disco, a que la gente piense que sos un pelotudo. Siempre podés largar todo e irte a laburar a una ferretería. Yo también tengo conflictos en el escenario. Soy frontman, no lo olvides.”

Guillermo se define como un “obsesivo” y un hinchapelotas del trabajo. Aunque esa condición de bestia de carga que nunca se detiene oculta un trasfondo que se imagina pero no se conoce. Según él, la lucha desigual que uno mantiene es con la mente. Allí donde residen los demonios que luego vuelca en el papel o que terminan manchando la tela de sus pinturas; su otra forma de canalizar la energía nuclear que se desprende de su cuerpo desgarbado. “A veces la gente piensa que estoy bien y la estoy pasando para la mierda. Y cuando terminás un concierto te gritan ‘che, vuelvan’. Y vos estás recuperando oxígeno en camarines. Hay un desconocimiento muy grande de la vida del músico. Yo creo que habría muchos menos ‘intentadores’ de músicos si realmente se supiera lo que es la vida del músico. Yo trabajé de muchas cosas, pero este trabajo es muy duro. Y no lo podés explicar hasta que no lo vivís. No tenés horarios de verdad, lo que significa que muchas noches de tu vida no vas a dormir o vas a tener distintas privaciones; al menos yo que soy cantante. A veces vamos a países muy lindos y no salgo porque tengo que descansar para el show, o me pasa que están todos comiendo en el camarín y yo no puedo porque tengo que cantar, y termino comiendo un sanguchito en alguna YPF al lado de la ruta.”

–¿Elegir el camino que uno quiere es evitar la presión?

–No, al contrario. Lo que existe es la presión de tener la libertad de elegir lo que vas a hacer. Me refiero a la presión de que vos elegís qué camino tomar, y el camino es súper amplio. Es como la mente. Si vos te dejás vencer por la mente, que a mí a veces me pasa, cagaste. Te empieza a ganar y te quema la cabeza. La mente siempre sigue enganchada y vos le decís “pará un poco, hija de puta” (risas). Pero entendí que las cosas te empiezan a salir bien cuando te respetás. Por ejemplo, yo siempre odié mi voz. Imaginate lo que era para mí que tenía que grabar discos y esas cosas. Antes iba a grabar y me enfermaba, con fiebre y todo. Ahora no me pasa tanto pero me sucedió durante muchísimos años. A mí me encantaba cantar, y decía: ‘si yo disfruto cantando, ¿por qué cuando me escucho, sufro, la puta que te parió?’. Y quizás lo estás haciendo bien, pero vos te juzgás y te inventás que lo estás haciendo mal. La mente tiene cosas muy raras, no le creas a esa hija de puta. Un día te levantás y sos feo y al otro sos lindo. “¿Qué onda? ¿Cuál soy yo? Me parece que uno de los dos me está mintiendo.” (Risas.)

–¿Es muy pretencioso asumir que son una de las bandas de reggae más importante de la Argentina?

–Mirá, te puedo decir que cuando empecé a cantar tuve que inventar una forma de hacerlo en español porque no podía, y además porque el reggae es en inglés. La única banda que vi cantando temas de reggae en español y que me gustaba era Los Fabulosos Cadillacs. Nuestra longevidad es tangible y es real también. Que nos cagamos en los dogmas y esquemas, es real. Nadie nos viene a decir qué es lo que tenemos que hacer: si nos gusta, lo hacemos, si no nos gusta, no. No nos da miedo probar ni seguir nuestro instinto, y eso es muy rescatable. Si llevamos más gente que otros o no, no tiene importancia.

–¿Por qué llegaron hasta acá?

–Porque tuvimos mucha constancia y metas claras. Y nos gusta el reggae posta. Viento o marea, sigo haciendo reggae. ¿Qué me importa lo que opinen los demás? Sé que si a mí me gusta, a uno más, por lo menos, le va a gustar. Un amigo siempre me decía: “Algún día la gente va a entender a Los Cafres y va a llegar todo junto”. Y aquí estamos.

* Los Cafres toca el 18 de mayo en el Luna Park. A las 21.

Compartir: 

Twitter

 
NO
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.