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Jueves, 11 de septiembre de 2008

LA VIDA DETRáS DE LA OCUPACIóN DE LAS ESCUELAS SECUNDARIAS

Hay una toma en el colegio

En estos días de tomas en colegios secundarios, las sospechas son más o menos estándar: ahí debe haber sexo, drogas y rock and roll. ¿Qué otra cosa puede pasar en un sitio lúgubre y a puerta cerrada, con todas esas hormonas revoloteando y un dulce tufillo a prohibido? Pero adentro, el infierno son los otros; afuera, funcionarios de hielo y viejas reaccionarias; puertas adentro, los conscientes de que algo hay que cambiar. Disculpas, entonces, por aniquilar el morbo. Pero si todo sale mal, el lunes vuelve la toma generalizada.

 Por Mario Yannoulas

“Colegio tomado” espetan los carteles pintados a mano y algún que otro graffiti. Nada fuera de lo común. Un reclamo por mejoras en la calidad de la educación pública. No es novedad. 16 secundarios porteños tomados en el transcurso de una semana es un buen número. Representantes de 57 colegios reunidos en asamblea es una banda. 30 mil alumnos sin becas, también. Hay ciertas cosas que el dinero sí puede y debe comprar, y de eso se trata la nueva lucha de los estudiantes secundarios porteños, que planean una toma generalizada para el lunes en la Capital.

La toma es un recurso de protesta tan clásico como las polémicas que genera. Si se hace la prueba de invocarla en charla espontánea con un desconocido, son altas las probabilidades de escuchar palabras como “vagos” o “pendejos” del otro lado. Pero pocos saben efectivamente qué es lo que pasa durante el día, y qué ocurre cuando las puertas se cierran con todos esos adolescentes adentro. Por otro lado, tampoco se conocen los motivos esenciales. En definitiva, no se suele saber bien qué carajo hacen los pibes desde adentro.

El argumento

La gota que rebalsó el vaso fue el recorte del 50 por ciento de las becas de estudio por parte del jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri, y su ministro de Educación, Mariano Narodows-ky. El discurso paralizante y anti–política que avanza desde la última dictadura, y hoy tiene en el PRO un exponente, fue la génesis de su propia paradoja, tal vez por creer que siempre se puede tirar un poco más de la soga. Pero los pibitos se retobaron, porque al recortar 10 millones de pesos en becas, que les hubiesen permitido a treinta mil (¿ex?) estudiantes llegar al colegio en transporte público o comprar materiales de estudio, entre otras cosas, el gobierno porteño completó la lista: bajos salarios docentes, falta de presupuesto, pequeñas viandas podridas y condiciones edilicias preocupantes ya eran suficiente. Seguramente, la consecuente deserción tienda a engordar los números del trabajo infantil.

Los reclamos hacia la política macrista se pliegan a un descontento general con respecto al estado de la educación pública. Paralelamente, estudiantes de la UBA también toman facultades y sus docentes también paran, en reclamo por mejores condiciones edilicias y mejores sueldos.

Las sospechas son las mismas que recaen sobre cualquier tipo de juventud más o menos estándar: ahí debe haber sexo, drogas y rock and roll. ¿Qué otra cosa puede pasar en un sitio lúgubre y a puerta cerrada, con todas esas hormonas revoloteando y un dulce tufillo a prohibido? Pero adentro, como lo escribió Sartre hablando de puertas cerradas, el infierno son los otros: afuera, funcionarios de hielo y viejas reaccionarias; puertas adentro, los conscientes de que algo hay que cambiar, y de que esos cambios sólo llegan después de pelearla. Disculpas por aniquilar el morbo, pero éste no es un caso de sexo, drogas y rock and roll. Más bien es asamblea, sanguchitos y emepetres.

En el secundario, después de los floggers, los emos, los tragas, los pibes chorros y los inclasificables, están los que militan. “Allá están los hippies”, señala uno cuando se le pregunta por ellos. Aunque todavía los pinte un poco el espectro psicobolche, los militantes están menos lookeados que antes. Son más identificables por la negativa, porque no se peinan liso y al costado, no usan ropa llamativa ni excesivamente oscura, no usan llantas ni pantalones chupines. Su lengua no está tan empapada de palabras digitales, dicen más veces “lucha” que “posteame”, y les tienen menos miedo a las relaciones cara a cara. Entre la Revolución Rusa, el Cordobazo, la iconografía de los ‘70 y la nube de bits de la blogósfera, la franja de militantes secundarios actual es algo así como un eslabón perdido en la cadena de vínculos sociales púberes. La particularidad de estas últimas semanas es el alto nivel de adhesión que lograron, incluso en compañeros que nunca se habían interesado por la política.

Militancia en movimiento

Ana Walger es alumna de cuarto de la Escuela de Cerámica Nº 1, de Almagro, el colegio que se arroga más tiempo seguido de toma, con doce días corridos en la cartera. “El año pasado, el movimiento era prácticamente nulo –relata–, pero con esto de las becas los chicos se acercaron al centro de estudiantes, nos empezamos a reunir en asamblea para explicarles cuál era el problema y contarles los otros motivos por los que nos parecía propicio tomar el colegio. De a poco, a medida que se informan, se interesan mucho más.” María Clara Fiszson, compañera de lucha, sugiere que la participación real sigue sin ser mayoritaria: “Acá, de 306 alumnos, sólo cincuenta estábamos fijos en la toma”, dice.

Las historias de toma aparecen atravesadas por la relación de los alumnos entre sí –ponerse de acuerdo para decidir qué hacer, ponerse de acuerdo en la manera de pasar las horas nocturnas, ponerse de acuerdo en qué hacer si alguien prende un porro–, por la relación con las autoridades del colegio y, por último, por las reacciones del gobierno de la Ciudad ante las medidas.

Pero esta vez los pioneros son los alumnos del Mariano Acosta, que a mediados de julio han dado el puntapié inicial en la lucha contra el gobierno porteño. También lo decidieron en asamblea, por votación de la mayoría. De ahí en adelante, el resto de los colegios parece seguir esos pasos. El problema que afrontan los alumnos del Acosta, y que luego va a tocar a los de Cerámica, son las denuncias de sus propias autoridades por usurpación de espacios públicos.

Es la primera vez que Gonzalo se queda a dormir en el colegio. Mira cómo sus compañeros sacan sanguchitos de las mochilas y se quiere matar. Pide ayuda y se le solidarizan con unos mordiscos. Le queda tan sólo medio paquete de pepitas húmedas, de las que vienen con el dulce rígido. Se olvidó de decirle a la vieja que, por más que no lo apoye en ésta, al menos no lo deje morir de hambre. Mientras dura la asamblea no escucha los ruidos de su panza. Sólo las opiniones de los demás. No entiende cómo puede perderse tanto el tiempo en discutir pelotudeces. Horas después, alza la mano a favor de un día más de toma y se tira a buscar música en el reproductor de mp3. De algo está casi seguro: muy lejos estamos de la revolución.

Como Gonzalo hay muchos. La toma tuvo más debutantes que otras veces, que descubrieron que gran parte de los tiempos muertos llegan a la noche, cuando la mayoría se va a casita y hay que poner el cuerpo. En tanto algunos hablan de atacar a Kirchner y a Macri por igual, una cartulina roja pendula, a punto de caerse. El techo también está a punto de sucumbir, y por eso algún cauteloso le puso un enrejado abajo. Como para cuidar las cabecitas.

La comisión va por dentro

Una comisión proyecta armar muestras, clases públicas y charlas abiertas, mientras uno exalta a todos con las “buenas” nuevas: Macri se está dedicando a armar listas negras. Las caras de indignación le dan paso a una nueva asamblea, en la que expresiones de miedo y de furia se disputan el mando. Algunos ya agachan la cabeza porque no pensaban llegar a tanto. A otros se les sale la adrenalina por los ojos. Uno recuerda la famosa “Noche de los Lápices”. Otro se limita a gritar: “¡Qué facho hijo de puta!”. A esta altura, el colegio no parece un lugar tan divertido como cuando hay hora libre. Una rubia acurrucada en un rincón busca refugio en la lectura: es La insoportable levedad del ser.

Camila González, alumna de quinto año del Fader, opina que esta vez la toma fue bastante organizada. “Es la primera vez que no somos diez gatos locos”, confiesa. La primera asamblea se impulsó cuando no hubo respuestas sobre la obra del edificio, que está parada desde hace un año y medio. Ahí se decidió la toma. Al día siguiente, 330 pibes de la mañana ratificaron la medida. Se mueve para organizar un festival, una exposición y diferentes talleres, para esa gente que piensa que cuando hay toma no se hace nada. La última ocupación termina con una movilización en la que el Fader solito mueve a 130 pibes. “Hacía mucho tiempo que no llevábamos tanta gente. No serán buenos oradores en asamblea, pero tienen los ojos abiertos, saben qué es lo que está mal y qué hay que hacer”, traduce.

Otro chiste de Maurizio: se dicta la suspensión de clases en todas las instituciones tomadas, para romper con lo que se venía haciendo en colegios como el Avellaneda, es decir, toma con clases. “Es un intento por hacernos pelear con los padres y el resto de la gente, y desbaratar el movimiento”, opina María Clara, de Cerámica.

Iván Ikosky, alumno de cuarto año del Normal 6 de Palermo, reflexiona sobre la forma de hacer política en su colegio, que se complica cuando, además de secundario, hay jardín, primario y terciario. El 40 por ciento de los alumnos secundarios le dice sí a la toma. “Se dieron asambleas en forma constante, fue algo democrático, con padres del primario que vinieron a confrontar y que terminaron apoyándonos después de escucharnos en asamblea. Los terciarios también dieron su apoyo.” Sin embargo, en su colegio la toma dura menos de veinticuatro horas, y a Iván le comunican que está suspendido por dos días. “Están persiguiendo a todos los que impulsamos la medida. En vez de unirse, se paran en la vereda de enfrente”, se queja. En Cerámica se había permitido la cursada normal de los terciarios. Luego de doce días, los compañeros deciden a cara cansada que la propuesta es de no levantar la toma sino suspenderla hasta que haya novedades.

El martes 2 llegan novedades para todos. En la puerta del Avellaneda, ya despejada del alumnaje, reluce una misiva dirigida al rector, firmada por Walter Bauzada Martínez, subsecretario de Inclusión Escolar y Coordinación Pedagógica. Cada colegio recibe una igual: “En virtud de haber superado el momento en el que las tomas impedían el diálogo, y de acuerdo con nuestro compromiso público de garantizar que cada estudiante que lo necesite tenga su beca, es que le solicito que transmita al Centro de Estudiantes de su institución la invitación a una mesa de diálogo, el día jueves 4 a las 19 horas en la Dirección de Juventud, ubicada en la calle Piedras 1821”, dice. Participarán de la reunión el coordinador del programa de Educación y Memoria, el coordinador del programa Ciudad Educativa, la misma subsecretaría y un representante de cada centro de estudiantes convocado.

Al día siguiente, alumnos y docentes marchan juntos hacia el Ministerio de Educación porteño, en Paseo Colón al 200. Entre tantas consignas, se convoca a representantes de todos los colegios a una asamblea general estudiantil, a realizarse el sábado 6 de septiembre en el colegio Rawson, de Villa Urquiza.

La coordinación

Es sábado a la tarde. Las calles están mojadas y parece ser el día más frío del año. Rodolfo sale a la puerta del Rawson y defenestra la reunión del jueves. “Nos mandaron a un don nadie que de ninguna manera va a poder solucionar la problemática, porque nosotros mismos tuvimos que explicarle qué era lo que estaba pasando. Nos preguntaron qué solución proponíamos, y les dijimos que queremos becas, viandas y presupuesto, cosas que se resuelven con plata que venimos reclamando desde principio de año. Nos dijeron con rodeos que no nos iban a dar nada. Y no es porque falte guita sino porque están atacando políticamente a la educación pública.”

El fracaso de la reunión parece haberle dado más impulso a este encuentro, que se perfila como histórico. Hay representantes de 57 colegios (36 de Capital, 20 de provincia) interesados en el tema, que por lo visto sobrepasa los límites de la Ciudad y por momentos se extiende a un reclamo a nivel nacional, dependiendo de quién encare la charla. A las tres, puntual, se instalan los que serán ejes de discusión toda la tarde: las próximas medidas a tomar, el tipo de coordinación necesario para definir y llevar a cabo esas medidas. Pero el dato más extraordinario sigue siendo la concurrencia: es la primera vez que emisarios de tantos colegios se presentan para definir un plan en conjunto a favor de la educación pública.

Al lado de la puerta está Juan Galeano, militante de última hora. A este alumno de tercero del Fader se le notan la impericia y la falta de tradición: le cuesta un huevo soltar las palabras en el grabador. Todavía tímido, dice que este año empezó a meterse en la política del colegio, aunque minutos después sea él el que se acerque: “Antes te dije que empecé a meterme este año. Eso sería mentir. La verdad es que empecé hace un mes y medio, a causa de este tema de las becas. Me metí para luchar”, susurra.

Milit-antes y ahora

Ahora, menos sectario que antes, el movimiento estudiantil secundario está conformado por tres grupos básicos. El primero lo ocupan los que militan en partidos políticos, que no sólo se dedican a debatir sobre educación pública sino también a resolver roces interpartidarios. Después están los independientes con experiencia, pero sin adhesión. Por último, la camada que se sumó a esta lucha en particular.

Durante un largo receso, Rodolfo repite que hay compañeros vendiendo café y alfajorcitos de maicena para pagar dos vidrios que se rompieron durante la toma. A la vuelta, tres pibes de Villa Soldati ocupan el centro en el discreto hall del Rawson. El de pelo largo y vincha toma la voz para anunciar la primera toma en el sur de la ciudad. “Fui a la marcha del miércoles, vi todo lo que estaba pasando y me gustó mucho. Al día siguiente arreglamos una asamblea y votamos a favor de tomar la escuela desde el jueves hasta el viernes a la noche.”

Por la sala anda dando vueltas Pablo Izcovich, un ex trabajador del programa de becas que fue despedido en febrero. En un momento pide la palabra. “Macri no se esperaba este quilombo, por eso está tratando de flexibilizar las medidas”, perjura. ¿Nueva militancia? ¿Movimientos fortalecidos? El tiempo lo dirá. Por ahora son La cómo se olvidó la política después de diciembre de 2001asdfsfd.

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Imagen: Vera Rosenberg
 
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