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Jueves, 1 de octubre de 2009

LAS GRANDES FIGURAS EN CRISIS

¿EL FIN DEL MONOPOLIO?

 Por Javier Aguirre

Arrugados pero vitales, canosos pero rockeros, sexagenarios pero garchadores, los Rolling Stones hacen lo imposible por poner en tela de juicio la idea de que el rock es patrimonio cultural de los jóvenes. Pero cuando un rocker cumple años, hace carrera y deja de ser entrevistado en los suplementos jóvenes para pasar a ser entrevistado en las secciones de Cultura o Espectáculos, quizá ya sea hora de sospechar. El rock no envejece: los que envejecen sólo son algunos rockers. Otros rockers (muchos, muchos más) han nacido hace poco. Y están llenos de pasión y de furia, poguean hasta el calambre y hacen de sus reproductores de MP3 una jarra loca donde todas las canciones se mezclan aleatoriamente para que peguen más.

En algún momento pareció que el rock argentino no sabía de renovación. Las “bandas nuevas” estaban formadas por tipos de 35 años. Los hits de las figuras más convocantes aludían a hechos acontecidos hace décadas. Cuando un jubilado le pide a un rocker permiso para pasar, ¿le dice “señor” o “pibe”?

Sin embargo, la renovación llega de hecho. En estas 100 canciones de rock argentino que marcaron la década, el porcentaje de temas de los artistas históricos es bastante bajo. Acaso con la excepción de Andrés Calamaro –que inició la década como primer jockey del mainstream a caballo del donwload–, las apariciones de otros colosos del rock argentino en esta lista son escasas: algunos covers de Charly García, alguna que otra canción de Luis Alberto Spinetta, Gustavo Cerati, el Indio Solari o Divididos. El juego parece estar más abierto que nunca.

Quizá también en el rock se termina cierta era –digamos– monopólica, y llega cierto aire –digamos– de democratización. La crisis de principios de década, la clase trabajadora de los megafestivales (todas esas bandas que tocan antes de las 18) y, sobre todo, ese boca a boca virtual –¿mouse a mouse?– con el que crecieron, debutaron y flashearon los rockers del 2000, llevaron a la escena a una atomización inesperada. Esa atomización resulta una metralla de sensibilidades que dispara para todos lados; y entonces, el under hoy es mucho más que una veintena de sótanos y pubs: ahora además lo conforman millones de pendrives.

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