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Jueves, 28 de enero de 2010

VIAJE AL MUNDO DE THE FLAMING LIPS

“El público quiere que me vuelva loco y cante sobre eso”

Después de 25 años en el ruedo, editaron Embryonic, un disco que evoca los viejos tiempos de la banda de Wayne Coyne, cuando proveían a la escena rockera de post-punk, pre-grunge art-rock. Este álbum doble de “bizarría cósmica”, exige una explicación: gran parte del disco no se presta para ser tocado en vivo.

 Por Craig McLean *

Wayne Coyne, el hombre más amable del rock, está pegándole duro a Arcade Fire. ¿Son estos adorados canadienses baluartes del espíritu comunitario del rock de masas? No, cree el líder de Flaming Lips, son un montón de boludos. “Estábamos en un festival. Como en todos los festivales, compartimos los baños y el backstage. Muchos de los músicos estaban ahí: Devendra Banhart, Sleater-Kinney. La verdad es que entraron e hicieron que todos se fueran. ‘Escuchen, Arcade Fire está aquí ahora y ustedes no pueden quedarse’. ¿Qué quiere decir que no podemos estar aquí? Esto es un festival, ¡todos estamos aquí! Algunos de nosotros queríamos subir al escenario y verlos tocar, y no nos dejaban. ‘Es Arcade Fire, ¿quién te crees que sos?’ ¿Que querés decir? ¡Somos grupos tocando en un festival!’” Coyne sacude su pelo canoso y enrulado. “Pensé, ‘qué manga de....’ ¿Por qué hacen eso? ¿Por qué les importa tanto? ¿Por qué hacer tanto quilombo?”

Wayne Coyne lleva un tiempo en esto del rock. Formó The Flaming Lips en 1983 y los condujo alrededor de la ruidosa escena under estadounidense de estrellas de Sub Pop como The Melvins (con quienes tocaron en Seattle por primera vez), Nirvana, Smashing Pumpkins, Butthole Surfers y los Pixies. Luego, una vez que firmaron con Warner Bros a comienzos de la década de los ‘90, los condujo a través del improbable hit de MTV She Don’t Use Jelly hasta su actual estatus: un muy querido grupo de visionarios pop-psicodélicos que sobrevivieron a sus pares.

De manera que un hombre de su experiencia puede entender cómo quiere aparecer una banda ante una audiencia o ante la prensa. ¿Pero a quién quiere impresionar Arcade Fire? Coyne sabía que no era el único: el día que hizo por primera vez su comentario sobre los canadienses (a la Rolling Stone, desatando una guerra en la blogósfera indie-rock), fue a dos fotógrafos. Ambos eran grandes fans de Arcade Fire. Y ambos dijeron que trabajar con ellos era “su peor experiencia”. “Tratan muy mal a la gente.”

Peleas de rock stars: ¿a quién le importa, no? Al final, no son más que una bolsa de egos. Sin embargo, esto es distinto. Wayne Coyne no está atacando a Arcade Fire para sumar puntos. Está sacando su cabeza, normalmente sosegada, con un cierto sentido del deber. Wayne Coyne y la banda de los soñadores de Oklahoma que él condujo durante 26 años no vinieron a salvar el rock –no podrían ser tan grandes– sino que están aquí para glorificarlo. No dejes que los gruñones bastardos te desalienten.

“La gente debería ser amable, agradecida. ¡Debería estar contenta con la situación en la que se encuentra! ¡Tenemos suerte de estar aquí!”, exclama Coyne, de 48 años, y sabe de lo que habla: durante la primera década de The Flaming Lips trabajó diariamente friendo pescado y estuvo toda su vida rodeado de la adicción a la heroína. Sabe lo que podría haber sucedido y la forma en que las cosas pueden pasar si uno es inteligente.

“No hay ninguna excusa para que alguien sea egoísta o sienta que es más importante. Si hablás con Justin Timberlake –el cantante que, disfrazado de delfín, se unió a los Flaming Lips en el escenario de Top of the Pops en 2003 para cantar Yoshimi Battles the Pink Robots– o hablás con Nick Cave –el australiano post-punk que cantó What a Wonderful World con los Lips cuando estaban de gira juntos en el festival Lollapalooza de 1994– ellos entienden que todos tenemos suerte. La gente no comprende de qué se trata todo esto...” Otra sacudida de cabeza y una mirada a su alrededor. “Sé qué suerte se tiene por haber tenido éxito en algo de esto”.

Es un glorioso día en el estado de Washington y en un parque a pocos kilómetros de Seattle, los Flaming Lips se preparan para comenzar su extravagancia espacial para unos cuatro mil espectadores: estudiantes universitarios, estudiantes secundarios, chicos, chicas, madres y padres, y los pequeñitos. Muchos vendrán con disfraces, como es la tradición de los Lips. Esto es tan amigable e incluyente como el emotivo indie-rock puede serlo, y sí, durante todo el concierto, se fumará marihuana.

El puesto de merchandising desempaca sus mercaderías. Una remera dice: “Yo experimenté el concierto de Flaming Lips y eso me hizo ser una mejor persona”. Hay pequeños láseres rojos con los que los asistentes al concierto se animan a ametrallar el cielo nocturno. Y también botellitas de la salsa picante The Flaming Lips. Estas “tres gotas de la muerte”, hechas por un amigo de la banda, son a la vez frutales (los primeros ingredientes son ananá y jugo de ananá), picantes (pimienta Habanero) y vivaz (cerveza St Arnold Fancy Lawnmower). Igual que la banda.

Este recorrido de shows al aire libre en Estados Unidos es en apoyo al decimosegundo álbum de la banda, Embryonic. En un mundo ideal, el disco debería haber salido antes de la gira. Sin embargo, llegó a la calle recién dos meses después. No importa, dice Coyne mientras se encoge de hombros, y ríe con su eterna sonrisa. Es bueno estar en la ruta.

En cualquier caso, Embryonic no tiene mucho que ver con sus últimos tres discos, The Soft Bulletin (‘99), Yoshimi Battles the Pink Robots (‘02), y At War with the Mystics (‘06). Esas eran piezas maestras de pop psicodélico que, en cada caso, tuvieron un par de bellos y entradores cortes de difusión para las radios (Do You Realize?, Waitin’ for a Superman o The Yeah Yeah Yeah Song. Embryonic, evocando los viejos tiempos de The Flaming Lips, cuando proveían al mundo de post-punk, pre-grunge y art-rock, es un álbum doble de bizarría cósmica. En verdad, gran parte del disco no se presta para ser tocado en vivo, e incluso esta noche tocarán una sola de las 18 canciones.

Coyne dice que, cuando él, el bajista y tecladista Michael Ivins, el multiinstrumentista Steven Drozd y el baterista Kliph Scurlock comenzaron a pensar en grabar este disco en enero de 2009, sabían que tenían “una pila de canciones”; que harían un disco doble; y que iban a hacerlo en el estudio que el productor Dave Fridmann tiene en Nueva York. Fridmann es un amigo y colaborador desde hace años, y oficia de modo similar con otros artistas de culto, como Mercury Rev.

“Después de una docena de discos o algo así, uno tiene una idea de cómo hará lo suyo”, dice Coyne. “Las pilas de canciones se fueron perfeccionando hasta que quedaron diez u once que son muy buenas. Y por otro lado estaba otra pila con mierda autoindulgente... Y nosotros –agrega brillantemente– ¡fuimos directo a la pila de mierda autoindulgente! Cuando más trabajábamos en lo que pensábamos que era el material de relleno radical y ruidoso, bueno, menos queríamos volver al otro material”.

Así que, tirá a la basura un “álbum perdido” de canciones pop y publicá el material delirante: es lo inverso de lo que harían las bandas más imaginativas. Pero es típico de los Flaming Lips, una banda que pasó años haciendo una película, Christmas on Mars, principalmente en el patio trasero lleno de basura de Coyne en Oklahoma City, y que cierta vez hizo un álbum (Zaireeka, de 1997), que sólo “funcionaba” si se ponía a la vez en cuatro reproductores de CD.

En un punto, hacer un álbum doble de 18 tracks justo en el punto en el que, después de más de veinticinco años de hacer música, tu stock comercial nunca ha sido más alto, es la cumbre de la indulgencia egomaníaca. Los Lips tuvieron una nominación para los Brits Awards, por ejemplo, y Do You Realize? fue declarada la “Canción de Rock Oficial” de su estado natal de Oklahoma. Pero en otro nivel “Coynesco”, ¿por qué otra razón iba a estar él aquí sino para autoconsentirse? Los fans, dice él, entienden esto.

“Si el público de los Flaming Lips quiere algo, es que me vuelva loco y cante sobre eso. Tengo una libertad completa para hacer lo que tenga ganas. Y me importa un carajo sentarme acá, ser inteligente y pensar qué podría hacernos más exitosos. Al cabo, eso me da la libertad para decir ‘Perdón si hicimos un disco de mierda: simplemente estaba haciendo la mierda que se me ocurrió y fui un esclavo de eso. Y si es bueno, mejor. Si es horrible, simplemente me subí al carro’.” Otra vez, esa sonrisa de mierda.

Wayne Coyne, vestido con ese ajustado traje de lino blanco mate que suele usar, está vagando por ahí entre las gigantes coníferas en el backstage del Marrymoor Park en Redmond, Washington, repartiendo bonhomía por donde va. Faltan unas cuantas horas para el show. En la agenda del día, clavada a la puerta del backstage, dice que al mediodía “llega el CO2”.

El cantante apunta hacia un arca con ruedas estacionada fuera de uno de los dos camiones con patente que dice “Oklahoma OK!” Del arca se derrama un gigantesco disfraz de tractor púrpura. Coyne, felizmente casado, usa su tiempo fuera del escenario y los estudios para revisar negocios de segunda mano y su tienda de disfraces. Está muy orgulloso de su nuevo agregado a la caja de disfraces de los Lips. Tanto, que decide trepar hasta el tractor púrpura. Y aún sigue vestido con su traje de lino.

Mientras tanto, los plomos están ocupados montando el escenario. Todo sobre él es anaranjado: los amplificadores, las luces, los micrófonos. Y también los plomos. ¿Por qué? “Si uno usa un mameluco naranja es un signo universal que significa ‘estoy aquí para arreglarle su televisión por cable o el inodoro, o soy un electricista’. Me inspiré viendo a los trabajadores en el tren bala en Tokio, que estaban vestidos con trajes inmaculados. Están mejor vestidos que los hombres de negocios. Y como nuestros muchachos tienen tanto trabajo para hacer, porque construyen los sets y están con nosotros durante el show, queríamos que el público supiera que ellos trabajan para nosotros. Estos no son simplemente unos matones vestidos con remeras negras que andan por ahí. Además, eso les da un poco más de mística o de identidad”.

Y los uniformes naranjas dieron como resultado escenarios naranjas. “Todo se ve como si hubiera salido de una fábrica de juguetes que sólo hace juguetes para nosotros”, observa Coyne con orgullo. “Pero si te acercás lo suficiente vas a ver que son simplemente equipos comunes cubierto con cinta adhesiva y pintura”. También el arte vanguardista de los Flaming Lips, dice con cierto orgullo, es materia casera. De niño, Coyne solía ir a la Feria Estatal de Oklahoma. Desde cierta distancia era un gran espectáculo; más cerca “era una mierda barata”. “Yo pensé que era algo grandioso. No era algo hecho en una línea de montaje: alguien había hecho eso. Tiene que ver con hacer un esfuerzo, incluso si es algo medio raro”. Justo en ese momento pasan caminando unos cuantos veinteañeros. Están vestidos como yetis. Todas saludan a Coyne y él les devuelve el saludo.

Son los invitados de Embryonic. El año pasado, la nueva sensación norteamericana MGMT contribuyó al rock sintetizado de Worm Mountain. “Ellos dijeron que había hecho una fogata fuera del estudio y que habían quemado muñecas Barbie mientras componían. Seis de ellos salieron, pusieron un micrófono, cantaron en círculo y corrieron alrededor de la fogata. Pero es probable que MGMT grabe así todas sus canciones...”

De todos modos, lograron exactamente lo que buscaba Coyne: “Hicieron que el track suene como una sesión de espiritismo fuera de control en medio del bosque, donde se invoca a los espíritus, se toman drogas y se asa gente desnuda”.

Un célebre matemático alemán llamado Thorsten Wörmann provee de interludios hablados. ¿Por qué? Es para ayudar a que “el chico de 17 años con un iPod sepa dónde termina el lado dos y empieza el tres”. No, ¿por qué un matemático alemán? Coyne no tiene idea. “Simplemente tenía una voz con autoridad. Y cuando uno hace discos empieza a coleccionar pedacitos interesantes.”

Karen O, del “ya no más hip” trío neoyorquino Yeah Yeah Yeahs, canta coros en el último tema, Watching the Planets. Ese aporte fue arreglado por teléfono en 45 minutos. O, quien acaba de publicar su banda sonora de la película de Spike Jonze Where the Wild Things Are, también es la voz de I Can Be a Frog, una canción cuya raíz fue el pedido de la cantante a Coyne de hacer una versión de Watching the Planets, según ella, “donde pudiera enloquecer”. “Por lo general estoy borracha y hago locuras. Pero ahora no estoy borracha...”

Por supuesto, Coyne dijo que sí. “Y ella empezó a hacer cosas en las que se reía, ladraba, gruñía y hacia un montón de ruidos extraños”. Coyne puso los ruidos de animales de O entre versos que escribió apuradamente: “Puedo ser una rana... Puedo ser un monstruo gila... Puedo ser un tornado”. Es una canción raramente bella, como un recorte tembloroso del libro infantil The Gruffalo. En ácido, claro. “Es sólo una cosita tonta”, dice Coyne, correctamente. “Es probable que nadie más en el mundo quiera hacer una canción así. O, en todo caso, nunca podrá volver a suceder de un modo tan intuitivo o simple como I Can Be a Frog. Pero ella es completamente, completamente una estrella”.

¿Qué drogas consumió Wayne Coyne? ¿Y dónde podemos conseguirlas? La respuesta es: ninguna. El dijo una vez: “Nuestra música es rara, nuestras vidas son normales”. Como un filósofo pop de mente rápida, expande esa idea: Coyne piensa que la gente que es “rock’n’roll” en el más cliché de los sentidos –los fiesteros y drogones– “no tienen en la cabeza nada que deseen”. “Todo lo que quieren cogerse, tomar o hacer, ya están haciéndolo. En cambio, mi vida siempre ha sido estable. Normal, al menos para mí. Nunca consumí muchas drogas, nunca tuve un estilo de vida aventurero ni nunca maté por accidente a nadie, ¡que son los problemas que tienen las estrellas de rock dramáticas de hoy!”

“Pero sabía que, para mí, la mayoría de esas cosas sólo suceden en la imaginación de todos modos. El desafío es sacarlas de tu mente y hacerlas realidad. Es análogo a esto: embarazar a una mujer es fácil, pero criar a un chico hasta que tiene 20 años es mucho trabajo duro.” Coyne ha tenido fuertes experiencias sobre el daño causado por las drogas. Su hermano mayor consume heroína desde siempre y ha estado en la cárcel y en rehabilitación. Steven Drozd fue adicto a la heroína durante mucho tiempo, hasta que la abandonó mientras hacían Yoshimi Battles the Pink Robots.

“He visto cómo las drogas hacen descarrilar a lo más poderoso que hay en la mente de las personas, cosas como el amor. Mi vida entera ha transcurrido entre gente que consumió drogas. Crecí en los ‘60 y los ‘70. Hubo un tiempo en los ‘70 en que la gente pensaba que era más piola si se drogaba. Bueno, no tenían razón, pero ellos pensaban que sí la tenían. Así que las tomaban todos los días. Se despertaban y tomaban drogas para lavarse los dientes. Nunca lo hice porque nunca me gustó. Sé que con el tiempo disminuye la capacidad de persistir en algo, ya sea con lo que pensás que hay de valioso en el mundo o en crear cosas que querés a tu alrededor. Es difícil crear tu propia vida. Por eso es que la creatividad es tan valorada. La gente no se da cuenta, uno debe crear sus propias experiencias en la vida. Hay montones de opciones y muchas cosas que pueden suceder. Pero aun así, tenés que crearlas vos mismo”.

En consecuencia, en el mundo según Wayne, por ninguna otra razón más que porque tiene ganas, Coyne creó dos videos para I Can Be a Frog. En ambos aparece una bailarina profesional de 19 años a quien conoce de su ciudad natal. En uno de ellos, ella usa ropas. En el otro, está desnuda. El aparece vestido en ambos. “Nunca haría a propósito un video en el que yo salga desnudo”, dice Coyne, limitando sus apuestas. También está planeando un video para Watching the Planets (de hecho, según Coyne, es probable que haya videos para las 18 canciones de Embryonic). Una vez más, el video de Watching... será un asunto particular, filmado en una de las bicicleteadas nudistas masivas que se hacen todos los años en Portland, Oregon. Es un lugar bien Coyne, “una ciudad intensamente liberal y locamente hippie”. Coyne se encoge de hombros una vez más. “No sé por qué la idea de desnudez parece encajar con este disco. Pero hay algo que tiene que ver con la gente volviendo a una exploración primitiva. Y en el rock’n’roll eso usualmente significa sacarse la ropa.”

Así, en un modo tangencial, el surreal y vagamente inquietante arte de Embryonic, es otra vez un trabajo íntegro de Coyne. “Sólo puedo describirlo como la mano de Dios, tirando de esta joven y bella mujer fuera de la apertura vaginal de Piegrande”, dice como una forma de explicación.

Y así, para la gran entrada de Flaming Lips en Marymoor Park, se mueven imágenes de una mujer desnuda proyectada en la pared posterior del escenario. Estas imágenes solían ser de la esposa de Coyne, que es fotógrafa, pero como la mujer está en cuclillas no puedo ver bien su cara. Luego se abre una escotilla en la pared del escenario entre sus piernas. Uno por uno, los integrantes de la banda y los músicos auxiliares ingresan, saludando.

Pero Coyne no. El aparece rodeado por una gigantesca pelota a través de la cuál se puede mirar. Coyne rueda dentro de la pelota sobre el escenario y sobre el público. Entre gritos de admiración, la multitud –que incluye a Papá Noel, cuatro marcianos, una pareja de Oompa-Loompas, y posiblemente un Pitufo–, empuja la pelota con Coyne adentro antes de depositarlo nuevamente en el escenario. Cuando la banda arranca con Race for the prize y los plomos vestido de naranja sueltan globos y tiran serpentinas y papel picado (aquel C02 es bien usado), Coyne sale de golpe de la pelota y empieza a cantar. ¡Es la hora del show!

Ya para la segunda canción, Coyne canta desde encima de los hombros de un gorila. Luego presenta The Yeah Yeah Yeah Song con un discurso “obamesco” acerca del poder de los sueños. Pronto, una rana gigante está saltando a la izquierda del escenario, un tractor gigantesco ondea a la derecha, y en ambas alas hay una docena de fans voluntarios vestidos de yetis. El que tengo enfrente luce, en la parte de atrás de su remera, una calcomanía cortesía de la banda soporte, Stardeath and White Dwarfs, cuyo cantante es Dennis, el sobrino de Coyne. El sticker dice: “Fumar marihuana hizo que no quiera suicidarme”.

Hacia las 10.02 pm todo termina, excepto las nubes de papel picado. Durante este tiempo, Wayne Coyne ha cantado, bailado y sonreído, incluso cuando disparaba chorros de humo al aire mientras golpeaba un gong. La multitud extasiada de Seattle está a punto de meterse en la noche del bosque. Una hora más tarde, a Coyne se lo encuentra en la penumbra del backstage, hablando con amigos. Está (naturalmente) animado. El no vino hasta acá a jugar el juego del rock y a apoyar a su nuevo álbum. Vino hasta acá a divertirse.

“Queremos tocar en estos lugares bellos de veraneo”, dice. “Sólo que no se puede tocar en verano. De todos modos, ¡vamos a estar tocando durante los próximos cien años! Nosotros no hacemos giras propiamente dichas, simplemente tocamos y grabamos todo el tiempo. Somos los Flaming Lips: somos como Papá Noel. O estamos haciendo juguetes, o estamos entregándotelos.”

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para el Suplemento NO de Página/12.

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