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Jueves, 1 de julio de 2010

A PURO REVISIONISMO CON GRAN MARTELL

“El marketing maneja la artística”

Tito Fargo y Jorge Araujo (+ Gustavo Jamardo = el trío que presenta Un volcán) no tienen pelos en la lengua para analizar a su propia banda, ese proyecto en constante reinvención que ya lleva seis años y tres discos, pero tampoco para hacerlo con el rock, lo que es del rock y lo que los ajenos pusieron entre medio. “Gran Martell era una rareza hasta para nosotros mismos”, concede el ex Divididos. “Aunque ahora intentamos un concepto de canción, pero sin tanto tópico”, completa el ex Redondos.

 Por Cristian Vitale

“En otras épocas era muy jodido tocar esta música”, empieza a recordar Jorge Araujo. “El rock era que te caguen a palos, tomarte el tren colgado o que tu viejo te cague a puteadas. Hoy, no sólo que los empresarios te llaman sino que te condicionan la artística. Una vez nos convocaron a un festival para tocar a las cinco de la tarde y yo les dije: ‘Tengo un doble senior de tenis con Fargo a esa hora’.” Tito Fargo y Jorge Araujo (+ Gustavo Jamardo = Gran Martell) demarcan terreno crítico en el momento justo. Ni tan viejos como para hacer de la nostalgia un axioma, ni tan jóvenes como para tornar invisible una tradición. Uno, el guitarrista, lleva kilómetros de rock, con un mojón cero que lo ubica, previas juntadas con Luca Prodan, como guitarrista de Los Redondos de Ricota en la época que va de Gulp! a Oktubre –después, Skay nunca permitió un par a su lado–- y 17 años de trote en España, donde formó bandas cuyas grabaciones caseras harían caer los calzones a más de uno, Baobads o Los Románticos de Artane, entre ellas. El otro, baterista, lo acompaña en generación y lleva detrás un pasado inquieto con un sello que le quema la espalda: Divididos. Fue la tercera pata cuando el trío alcanzó su cenit horizontal entre Otroletravaladna y Vengo del placard de otro. En suma, ninguno de ambos se transformó en una estrella con anteojeras que le impidieran ver más allá del ombligo. Y ninguno, a la vez, pretendió un ostracismo heroico de loser incomprendido. “Gran Martell es un grupo que no se escucha en la radio”, despeja Araujo. “A nivel convocatoria, ojalá llenemos Niceto –donde el trío presentará Un volcán el 6 de agosto–, pero no somos una banda de cinco Obras. Estamos juntos porque somos amigos, porque somos una banda de verdad.” Suma Fargo: “Tres tipos, cuatro instrumentos y micros de línea por todo el país, eso somos. Parece raro que tipos como nosotros lo hagan, porque ya lo hemos pasado. Pero hay que salir a tocar y es la que nos va”.

Sobra, si a la opción por ser auténticos se le anexa una formidable intención musical de seis años y tres discos (el debut homónimo, 2 huecos y Un volcán), para que se los considere como una de las mejores bandas del alicaído rock argentino. Una suma de partes –la guitarra hurgadora y lacerante de Fargo + el toque sutil, poderoso y exacto de Araujo + más el contundente bajo de Jamardo– que conforman un todo explosivo y riesgoso, psicodélico y con el cuchillo entre los dientes. Una apuesta que no niega a la canción –ama y señora del mainstream actual–, pero sí la subsume en un más allá inesperado. Un plafón de sonidos que resignifica –sin copiar–- lo que era el rock cuando el rock era. Otra Era, claramente. “Hoy es al revés –reengancha Araujo–. El rock tiene que ver con lo seductor que te ofrece el medio. Es como Internet: estás pelotudeando una hora y no viste nada, por la cantidad de información que hay... El cerebro no puede detenerse a hilvanar una idea. Es algo medio engañoso. A los pibes se los llena de ilusiones y después no pasa nada... Es como una picadora de carne, ¿no? A nosotros nos gusta ser como somos.”

–¿Cómo son?

Araujo: –Ni tipos establecidos como banda, ni tipos que estamos en la lona.

Fargo: –Todo el mundo quiere llevarte por el canal que va todo el mundo, y la verdad es que por ahí no queremos ir. No es nuestro canal, porque no lo disfrutamos, no tiene que ver con la raíz de esto que es hacer música lo mejor que se pueda con lo que tengamos a mano.

–Una opción que tal vez los autorice a dar testimonio sin ponerse el casete. ¿Hay un hartazgo con el rock? ¿Hay desencanto?

Fargo: –Nosotros estamos en una situación intermedia... pasamos nuestra adolescencia en el rock, pero todavía no llegamos a la vejez. Estamos tirando de las dos puntas y eso te permite ver con más claridad que lo que antes era contestatario se dio vuelta. Y hoy no le contesta a nada. Ya no se puede hablar de un estilo que tiene 80 años... ¡80 años!

Araujo: –Yo me siento más identificado con Lisandro Aristimuño, que no debe ser visto como un artista de rock, por lo que dice y compone, que con algunas bandas que llaman “el nuevo rock”. ¿Qué es el nuevo rock?

Fargo: –Es que si se le pone el rótulo de rock a una situación que es netamente comercial... bueno, no da. El rótulo de rock les queda grande a ciertas expresiones.

Araujo: –Ponele que te la venden tipo “la nueva forma de hacer rock”. Y vos escuchás y decís: ¿qué?, ¿esto es? El tema es quién le da entidad a esos rótulos. Está bueno que el riesgo no sólo tengamos que asumirlo nosotros sino también quienes difunden. Para mí, una banda de rock es una banda que transgrede en algo... Por lo menos las que yo escuché: Beatles, Zeppelin. Incluso algunas de hoy como Mars Volta o Los Natas. La otra vez toqué con ellos y fue un viaje.

Fargo: –Igual, tendrá que aparecer una música con otro nombre. Cuando arrancó el rock, era el rock. Después aparecieron un montón de cosas: el pop rock, el new metal, el heavy... todas reinvenciones del estilo dadas por el concepto sonoro o una manera tal de tocar. Hoy por hoy me parece que esa reinvención no puede ser. Lo más nuevo capaz que es lo más viejo. Está todo bien con Mars Volta, Jorge. Pero ponés un vinilo de Yes y te rompe la cabeza.

–O escuchás Nursery Crime de Genesis después de estar tres años encajonado y te pegás un viaje de aquéllos...

Fargo: –Impresionante. Lo que pasa es que hay gente de generaciones más nuevas que capaz no conocen eso, pero sí a Smashing Pumpkins, por ejemplo, que en su momento fue una banda transgresora.

Araujo: –Yo no sé, comparando con ese Genesis de Gabriel, si la noción de irle bien a un grupo tiene que ver con la cantidad de gente que iba a ver el espectáculo o con lo que se llevaba, más allá de la cantidad. Eso es lo que nosotros estamos abordando hoy. Yo cuando voy a ver a Los Natas veo lo que se lleva la gente, no cuánta gente lleva.

Fargo: –Yo iba a ver a Invisible y me llevaba un viaje tremendo. Ibamos con Diego Arnedo a aprender cómo se tocaba rock.

Araujo: –Increíble. La otra vez vi una clasificación o calificación de cuál era el grupo que más gente había hecho saltar en el festival de la gaseosa, donde los tipos ponían un pogómetro. La verdad es que no sé qué tenía que ver eso con Zeppelin o Los Beatles. ¡Pogómetro! ¿Qué es eso?

Marketing ¿del palo?

Tal vez el pogómetro sea un producto de la inercia del business, que hizo aparecer dentro del género a gente que no tiene nada que ver ni con su historia, ni con su impronta. Productores, vendedores o promotores que, en varios casos, han tomado ciertos medios de difusión y que desconocen por completo un devenir histórico, que incluso han cambiado un lenguaje, una forma de transmitir. “El marketing maneja la artística”, entrega Fargo. “Pero yo pienso que no va a quedar nada de eso, porque no es auténtico. Un video, un tema, un producto comercial y ya fue. Hay un marketing del refrito de la nada.” Araujo cree que ese tipo de situaciones “no van a repercutir en un legado artístico”.

–Fargo, ¿en qué sentido la desaparición de Los Redondos configuró este estado de situación?

–El movimiento de Los Redondos tiene que ver con algo que pasó hace muchos años, y no es para nada actual. Tiene que ver con un lineamiento casi social que no condice con estos tiempos. Un lugar social desde el que aparecieron miles de bandas imitando, a las que les ha ido bien en lo comercial y nada más. Son bandas que han convocado mucho manejándose desde un lugar independiente, como La Renga o Los Piojos, pero está relacionado con el momento en que una banda genera y el entorno en el que lo genera. Este es un país en que el entorno se mueve todo el tiempo y en el que uno tiene la facultad de moverse todo el tiempo con el entorno... Si sos medianamente pícaro y la embocaste, tendrás un poco más de resto que otros. Por eso, una banda como Redondos no ha podido pasar fronteras. Siempre fue una banda muy local.

–¿Te sentís más cercano de Skay o del Indio?

–De ninguno. Skay es un clásico y lo hace bien. El Indio es precursor de cierta vanguardia, pero yo no me siento identificado con ninguna de las dos situaciones. Skay hace simples canciones de rock nacional, con un sonido particular, que es el de su guitarra después de haber tenido una experiencia compositiva de 20 años y que es muy buena en ese aspecto. No lo veo como innovador sino como un músico que ha desarrollado ese concepto al máximo y lo domina. Como un clásico, como Pappo, típico guitarrista de rock y blues en la Argentina... Hemos aprendido a tocar la guitarra gracias a él.

–¿Y vos de Divididos, Araujo?

–Divididos es una banda auténtica. Yo no escuché el último disco, escuché uno o dos temas por Internet y otro en la prueba de sonido del Parque Roca, cuando tocamos con ellos. Pasó con AC/DC cuando sacó el disco... Son grupos que la gente ve como auténticos. Hoy día, para que una banda logre lo que logró Divididos, tiene que hacer que la gente le crea de verdad. Hay gente que está detrás de una cosa superficial, y que las inflan con un inflador, y no de hacer música como Diego y Ricardo.

Descargado el contexto en que Gran Martell produce –escéptico, por cierto–, erosiona Un volcán, tercer disco del trío, que saldrá partido en dos: uno recién horneado en forma de EP, con un perfil electroacústico traducido en cuatro temas (Un volcán, El amigo del rey, Perro por bozal y Ojos desiertos); y otro power, similar “en parte” a las producciones anteriores. “Poné comillas porque no somos reiterativos entre disco y disco”, se ríe Fargo. Ir a lo seguro es, entonces, agregar a las comillas un rasgo de la banda que quedó claro en los discos anteriores: la noción de reinventarse a sí misma. “Hay un cambio porque es la primera vez que trabajamos con un técnico-productor (César Silva) que ve lo que nosotros no vemos; y porque en vez de tomarnos un año para grabar doce temas, tocarlos en vivo en ese proceso y verlos subidos a YouTube, preferimos ser más cautos y partirlo en dos. Darle velocidad. Para nosotros es una experiencia nueva”, señala el guitarrista.

–¿En qué sentido Un volcán implica una ruptura y en cuál una continuidad con los discos anteriores?

Fargo: –La sustancia de los seis años que llevamos como banda terminó comulgando con un concepto y un sonido que se puede entender. Y es representativo. Yo creo que hoy cualquiera lo escucha y, si tiene un poco de conocimiento de la banda, sabe que es Gran Martell, cuando antes era una rareza hasta para nosotros mismos.

–El primer disco, sí. Cuando salió, nadie entendía nada. Era como una ruptura que, a su vez, podía ser vista como una fuga hacia atrás.

Araujo: –Por concepto sí, pero ya para el segundo tuvimos la necesidad de buscar la canción, porque se hizo una reiteración desde afuera para adentro, de gente que nos rodea y nos quiere mucho, que nos decía: “Che, Negro, ¿no estarán cayendo en esa de hacer música para músicos, no?”. La verdad es que durante mucho tiempo yo toqué música instrumental. En casa escucho dos horas de Joe Zawinul o Miles Davis, tanto como cualquier otra expresión rockera. Si decidí hablar con Diego y con Ricardo para tomar otro camino, tuvo que ver con el hecho de salir a tocar otra música en la que pudiera cantar. Entonces, si yo no me hago cargo de que la melodía tiene que estar en un lugar... bueno. Digamos que en el primer disco me hice un poco el boludo, no me hice cargo de que estaba cantando.

–Otro rasgo de Gran Martell es esa tensión que aparece entre la canción, la estructura melódica, y ese dispare sonoro que la confunde, la mete en otra dimensión.

Fargo: –Sí, pero si sos un tipo que hace música popular, podés viajar; pero al final te tenés que encontrar con el concepto más básico de la canción. Gran Martell ha intentado un concepto de canción, pero sin tanto tópico. El primer disco es un disco de canciones, aunque no con la misma estructura que trabajamos ahora.

Araujo: –Y en el segundo pasó al revés: por una necesidad de buscar la melodía y la canción, de decir “che, si la estamos tirando, que se escuche”, quedamos en un lugar demasiado tradicional. Bueno, son etapas: arrancamos para un lado, fuimos para otro y ahora hay un balance. Capaz que hay una melodía muy al frente y de repente aparece una cosa de viola re loca. Somos tipos rebuscados desde lo artístico. Y cuando sos rebuscado te tornás atemporal... Lo nuestro, más que nada, es el legado.

–Y el riesgo, o lo que implica “reinventarse a sí mismos”.

Araujo: –El riesgo lo veo en la música. Como músico siento la necesidad de abordar ese riesgo, si no, no estaríamos en un proyecto así, en un carro ultrapasado. No es joda mantener durante seis años una banda así, pero nos gusta asumir ese riesgo, porque nunca sabemos hacia dónde va el carro.

Fargo: –El grupo nos pasó por encima. Y nos sigue pasando por encima. Todo el tiempo estamos haciendo cosas que no sabemos bien dónde desembocan y de esa manera, sea cual fuere el resultado, te convierte en auténtico.

–¿Le ven alguna veta internacional a Gran Martell? ¿Puede cruzar fronteras? ¿Londres, tal vez? Ustedes tienen un encare muy inglés...

Fargo: –No creo. Si vos ponés a Gran Martell en Inglaterra, tenés que competir contra el mundo. La única diferencia es que cantás en otro idioma, lo único que te puede salvar. Pero ellos inventaron el estilo, lo hicieron sonar, armaron el negocio y vos no tenés esa experiencia. No podés competir nunca. Vos lo decís porque el estilo que nosotros tenemos viene de esa fuente, pero capaz que una banda de este estilo tenga más vigencia en Brasil o incluso en México.

–¿México? Ahí triunfaron los Enanitos Verdes y Los Redondos jamás pudieron entrar...

Araujo: –Bueno, Brasil (risas).

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