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Jueves, 15 de julio de 2010

SCOTT WEILAND: AUGE, CAIDA Y REDENCION

La insoportable levedad de ser bardero

Como si estuviera empezando su carrera, la banda de Weiland editó el disco epónimo Stone Temple Pilots, que lo acompaña por una soberana gira por el Viejo Continente. Como si necesitaran hacerse conocidos...

 Por Luis Paz

Que no venga el viejo de la bolsa. Es lo que parece pedir a gritos Scott Weiland, aunque recordando la alegría que le daban sus visitas, en el tema Bagman, del reciente disco epónimo de Stone Temple Pilots y el primero desde aquel Days of the Week de 2001. La canción tiene el clima del hard rock zapado de los ‘70, al igual que Hazy Daze, otra nueva que camina la misma delgada línea química. Ambos podrían ser bonus tracks para la autobiografía narcótica que el cantante de 42 años está preparando, con más caracteres dedicados a sus constantes recaídas e ingresos a rehabilitación que a otra cosa. Pero, recuperado ya de sus adicciones y en su peso (¡llegó a pesar sólo 60 kilos hace unos años!), Weiland se ha vuelto a poner al frente del grupo que en los ‘90 le hizo (un poquito de) fuerza al brit pop desde el mainstream. Stone Temple Pilots está de vuelta y esta vez, a diferencia de los días de su primera visita a la Argentina en 2008, se mueve por fuera del circo de la memorabilia: el disco Stone Temple Pilots es su novedad, y lo acompañan con una soberana gira que ayer los tuvo tocando en Dublín y mañana los arrimará a Londres. Hasta fines de junio girarán por Europa, entre agosto y septiembre liquidarán Estados Unidos y Canadá y, al parecer, noviembre los ubicaría en los escenarios sudamericanos.

Este 17 de octubre, además del 65º Día de la Lealtad peronista, se cumplirán dos años de aquella angustiante visita con la que STP cerró la edición 2008 del Pepsi Music. En la cobertura de aquella jornada, el cronista se preguntaba qué clase de sociedad atormenta así a un hombre como para que se consuma en demonios propios, qué fue lo que quebró así a Weiland como para que acabara el show angustiado, roto, con el brillo escurriéndole de los ojos y serpenteando por la mejilla que Robert DeLeo, el bajista y compañero de aventuras non sanctas, le secó descuidadamente sobre el tablado del Club Ciudad de Buenos Aires. Weiland se ha puesto a reflexionar y en Stone Temple Pilots intenta respuestas, como muchos alguna vez, a la insoportable levedad de ser un bardero. Y a diferencia de otros casos, la reflexión que habilita es que no hace falta que vuelva a enchastrarse... tanto.

Jorge Araujo de Gran Martell, Gustavo Rowek de Nativo, Tomás Taranto de Infierno 18, Doma de El Perrodiablo, Patricio Feely de Hamacas al Río e Iván Gramático de Ojas votaron a aquella presentación gasificada de Stone Temple Pilots como show internacional en la Encuesta 2008 del NO (que, en ese rubro, ganó Spiritualized). Pero en la encuesta de la década nadie se acordó de la banda de Weiland, los hermanos Robert y Dean DeLeo y el batero Eric Kretz. Difícilmente este disco los ubique nuevamente entre los preferidos cuando llegue la Encuesta 2010. Stone Temple Pilots no es mucho más que un buen disco de una banda que despertó cariños, vicios y broncas.

Qué lejos están estas doce canciones de las de Core (Plush, Sex Type Thing) o Purple (Interstate Love Song, Big Empty), incluso de aquel disco menor pero tan cumplidor que fue Tiny Music... Songs from the Vatican Gift Shop (Trippin’ on a Hole in a Paper Heart, Lady Picture Show). El corte de este nuevo álbum, Between the Lines, es más de lo mismo. Superó a cualquier otro corte de la banda en los charts de música moderna en Estados Unidos y se coló segundo en los de música mainstream, algo que no conseguían desde Trippin’ on a Hole in a Paper Heart. Pero es un buen tema, no más que bueno. Y lo mismo se puede decir de Cinnamon (¿homenaje expreso a Stone Roses? ¡Al menos en el sonido!), de Dare if you Dare (¿Bowie y las arañas de Marte?), de Fast as I can (¿autohomenaje?) o de First Kiss on Mars (¿Elvis Costello?).

Stone Temple Pilots tiene ese corte revisionista desde que revisita a la banda, las melodías en escalada, el sonido de sus guitarras grunge y las baterías funcionales, las letras enroscadas o pasadas de rosca, y a la vez vuelve a visitar cada influencia de la banda, ocho años después del que entonces pareció el final abrupto, escandaloso y definitivo de 2002, pero que se convirtió en simple impasse con el regreso en 2008. La producción del disco cayó en manos de los DeLeo y, más allá de la fidelidad al sonido de STP, un productor asociado hubiera venido bien. “Artísticamente tenemos una reputación, un estilo, pero procuramos no repetirnos, ser ingeniosos, que cada vez que entregás material nuevo sientas que la mierda que estás dando a la gente les guste”, le explicó Dean DeLeo a la prensa estadounidense. Y que, en realidad, es su disco “más country, debido a canciones como Huckleberry Crumble o First Kiss on Mars”. Más o menos se entiende.

Pero, ¿dónde queda Velvet Revolver en todo eso? Sigue donde estaba, sepultado bajo una montaña de drogas y declaraciones cruzadas de las que Weiland entregó un par a Austin Scaggs, de la Rolling Stone: “Salvo Van Halen, nunca vi a una banda recuperarse luego de perder a su cantante. Pero les deseo lo mejor. Slash acaba de sacar un disco todo estilo Santana. Matt Sorum tiene un curro en Las Vegas con bailarinas de burdel. Duff McKagan no necesita plata porque invirtió al principio de Starbucks”, señala el cantante, denotando no demasiado cariño por sus ex compañeros de ese otro proyecto que se fue al diablo enseguida. “Habernos dado aire con proyectos paralelos tempranamente ayudó a que hoy volvamos a estar juntos. Fueron interesantes porque nos permitieron explorar otros sonidos, pero a la vez te hacen decir: ‘La puta madre, extraño mi banda, mi casa’”, interpretó hace poco Weiland.

La vuelta desde aquel infierno de los STP es sabida: Dean DeLeo piloteó cuanto pudo las llamadas de varios productores de festivales norteamericanos y europeos que los querían y ofrecían una cifra algo escandalosa. La rehab no se paga sola, así que aceptaron nomás y aquí estarán en algunos meses: Brasil, México, Chile, Perú y (¡sí!) la Argentina están en sus planes para el final sudamericano de su gira 2010. Eso si aparecen los productores y la plata escandalosa. “Tocar en la Argentina es como tocar frente a 40 mil bateristas. La manera en que entienden la música, conocen los ritmos, cada nota, es una pasión que sólo se encuentra en Sudamérica”, mojó la oreja el baterista del grupo, Eric Kretz, en diálogo con la prensa trasandina.

Además, estos años de parate le han aportado mística a la banda. David Slade, el director del oscuro video de Sour Girl, es hoy más conocido como el director de Eclipse, el cierre de la saga Crepúsculo. Para el arte de este disco convocaron al artista Shepard Fairey, un serígrafo de culto que, entre otras cositas, hizo afiches para la campaña de Barack Obama y diseñó esa joyita que es la portada de Mothership, de Led Zeppelin. Y los Pilots aparecen incluidos en Guitar Hero: Warriors of Rock, la nueva entrega de la saga del air guitar.

Entre tanto escándalo y fango, para Weiland estos 20 años no han pasado en vano. Así como ya no llama al viejo de la bolsa, el hecho de ser padre lo ha centrado (un poco, al menos): “Tenés que avivarte y encontrar el modo de no prenderte fuego. Es muy jodido cuando te llaman tus pibes a la medianoche, llorando, preguntándote cuándo volvés a casa”.

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