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Jueves, 15 de julio de 2010

HIP-HOP EN LA METROPOLIS QUE VIO NACER AL CAPO NARCO PABLO ESCOBAR

La parábola de Henry

El artista y productor Henry Arteaga usó la fuerza motora del hip-hop para luchar por el Centro de Desarrollo Cultural de Moravia y se convirtió en un popular personaje de Medellín que atravesó fronteras. “Soy sólo un mestizo”, dice.

 Por Yumber Vera Rojas

Desde Medellin

En esta metrópolis de contrastes en la que vio la luz Fernando Botero y encontró su muerte Pablo Escobar, el hip-hop se convirtió en sinónimo de prosperidad. El NO recorre el barrio de Moravia, que a simple vista pareciera ser una villa miseria más del cinturón de miseria latinoamericano, aunque con la particularidad de que fue enarbolada sobre un basural. El gobierno regional está tratando de reubicar a sus pobladores no tan lejos de allí debido al peligro que implica vivir sobre esta inmensa bomba de gases combustibles. No obstante, se resisten a abandonarla pues prefieren el tugurio o la humilde casita de ladrillos, que les enseñó lo que era la dignidad, a un departamento estatal con manual de calidad de vida incluido.

Y es que esta gente luchó tanto por la reivindicación de los derechos de su comunidad que no conoce otra forma de subsistencia que la del batallar diario. Justamente fue de esa manera que pudieron erigir el Centro de Desarrollo Cultural de Moravia, uno de los emblemas de articulación colectiva de la ciudad. Para construirlo no dependieron de la burocracia política, ni de la filantropía de la burguesía capitalista, ni del mesianismo, sino de las ganas de que este sueño se hiciera realidad.

La visita al Centro de Desarrollo Cultural –en funcionamiento desde 2007–- ocurre durante el Congreso Iberoamericano de Cultura, que se realizó en la capital antioqueña entre el 1º y el 4 de julio, y en la que participaron 250 artistas (por la Argentina estuvieron León Gieco y Fito Páez). Mientras MCs, DJs y breakers amenizan la calurosa tarde, los vecinos agolpados en el sitio no paran de preguntar si ya llegó Henry Arteaga. De pronto, este morocho impregnado de carisma sale de atrás del escenario, y los pelaos se acercan a saludarlo con fascinación. También las doñas. Si es cierto que los ídolos son creaciones mediáticas, este rapero es una especie en extinción. Su popularidad trascendió la Comuna 4 (que involucra a Moravia y 13 barriadas más, entre ellas la suya, Aranjuez) y llegó al resto de la ciudad a través del boca a boca y de los hechos, no sólo por el trabajo de su colectivo, Crew Peligroso, o de su grupo, Los Compadres (que compone junto con el MC P-Flavor), sino por haberse involucrado en la gestión social para representar tanto a la juventud como a los músicos de su suburbio. “El proyecto se volvió social porque la técnica que desarrollamos en el hip-hop gusta”, explica el artista y productor medellinense. “Al suceder eso, mucha gente se siente atraída. Entonces los pelaos adquieren nuestra disciplina y filosofía. Y eso los aleja de las cosas malas que normalmente dan vueltas en el barrio.”

Pero Henry difícilmente habría llegado a descubrir su talento para el accionar social si antes no hubiese defendido el valor cultural del hip–hop. “Nos sacaron de uno de nuestros ensayos para hablarnos de presupuesto y de cómo éste se invertía en la comuna. Los líderes del barrio empezaron a referirse acerca del hip-hop con una propiedad que no me pareció acertada. Levanté la mano y opiné. Los técnicos del municipio me dijeron que ningún joven se había pronunciado de esa forma antes y me invitaron a que siguiera asistiendo a las reuniones. Fue así que me di cuenta de que la misma comunidad era la que decidía qué hacer con el dinero sin necesidad de practicar política, ni de estar en un partido.” Pese al escepticismo que generó entre los líderes de la barriada, el éxito de la primera actividad que organizó le permitió al rapero de 29 años convencer a los suyos sobre su capacidad operativa. “Definimos en una mesa, con diferentes actores del barrio, cuánto sería el aporte para la cultura. Eso fue hace seis años. Cuando pasó eso, hicimos un festival y la comunidad nos creyó. Entonces convoqué a más gente y creamos escenarios para proyectar a los artistas de la Comuna 4. Luego sumamos al rock, a la trova y a la performance, porque la idea era apoyarnos entre todos para salir adelante. Nos organizamos jurídicamente, y montamos la Corporación Cultural y Artística Elements. Funciona tan bien que ahora nos buscan de otras partes del país para que los asesoremos.”

Aparte de la Corporación, de la Crew y de la confección de un torneo llamado Zona de Batalla, esta labor dejó como frutos la confección de una escuela dedicada al hip-hop. “Se encuentra en la Comuna 4 y lleva por nombre Cuatro Elementos Escuela”, dilucida este MC que cuando se presenta en vivo utiliza el alias de El JKE. “Al mismo tiempo, asesoramos a un grupo de break de pelaos llamado Casta Crew, que surgió a partir de unos talleres que ofrecimos y que son gratuitos.” Si bien todas estas iniciativas están aunadas por el matiz artístico, Arteaga hace hincapié en las diferencias presupuestarias de cada uno. “El proyecto es el proyecto. Por eso, Peligroso Crew necesita inversión para poder sobrevivir. Así que buscamos presentaciones o vendemos nuestras camisetas.” Más allá del renombre y de los méritos alcanzados, la realidad que enfrenta el exponente medellinense, que se inició en esta expresión artística a los 15 años, es dura. “Como nunca creí en los políticos, tampoco tengo confianza en este que acaba de ganar la presidencia. A mí me tratan como referente, pero yo no me veo así. Soy un man normal. Debido a ello aposté por ser un artista independiente. Una vez quisimos armar un concierto ambicioso y nos preguntaron: ‘¿Ustedes se creen Juanes o qué?’. El hecho de que no hayamos grabado un disco con un sello importante ni una decena de videos no quiere decir que no tengamos el ingenio para hacer algo relevante.”

Al igual que en la mayoría de las grandes urbes latinoamericanas, el hip–hop entró en Medellín de la mano del breakdance en la primera mitad de los ‘80. “Fue con los hermanos Constantinos, que vivían frente al barrio de nosotros”, recuerda Henry. Y creció en los ‘90 gracias a figuras de la talla del MC y productor Rulaz Plazko, época en la que paramilitares y narcos establecieron su gobierno paralelo en la ciudad. Sin embargo, en la actualidad la situación cambió. “Creo que a partir del hip-hop se han producido muchos cambios en Medellín. Nosotros en un censo contamos más de 250 grupos de rap, 12 conjuntos de B-Boys y 25 graffiteros.”

Consonante con el auge que vive la música popular colombiana, maravillado con el movimiento de cumbia underground liderado por Bomba Estéreo y Puerto Candelaria, el rap medellinense (que tiene en el compilado de 2008 Barriología - Manifiesto contra el silencio un estupendo documento) mira hacia el mestizaje. Y con Los Compadres, El JKE va a por esa búsqueda. “Tratamos de tener un estilo de Medellín, hablar nuestro lenguaje, samplear las cosas que nos representan. Poner ese picante que nos pone contentos. Siempre me pregunto de dónde soy, de qué tribu vengo, de si tengo una etnia, y eso me deja melancólico porque no sé cuál es mi ascendencia. Soy sólo un mestizo. Así que decidí explorar en todas las músicas latinas. Esto tiene que ver con la reivindicación de mi color. Queremos algo que genere identidad.”

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