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Jueves, 22 de julio de 2010

LIBROS DEL PALO EN MESAS DE SALDOS

Un rollo de papel

Mientras avanzan los soportes digitales, un cronista del NO salió a la calle para comprar libros de papel: unos cuantos saldos por una módica cifra que, sumados todos, apenas llega a los 98 pesos.

 Por Luis Paz

Desde Avenida Corrientes

Será culpa del Bicentenario, de los videojuegos de estrategia o de la paranoia invasionista inculcada en la escuela, pero la imagen es terrorífica. Con el Obelisco detrás y a punto de cruzar Cerrito para dejar lejos la histeria del microcentro, la calle Corrientes devuelve la imagen clara del miedo. Por el asfalto baja una multitud de taxistas que marca el tempo de canciones variadas (que parecen ser la misma) con sus bocinazos taxi, nunca joya. Por las aceras, jaurías de telemarketers pasados de rosca y hordas de tarjeteras en rally de ofertas devastan Corrientes con ayuda de los zarpados elefantes de guerra pérsica que son los colectiveros. La pucha, convenía empezar del otro lado.

El kilómetro literario, la travesía en cuestión, es el que va del 1300 al 2300 de Corrientes, desde Talcahuano hasta Pasteur, que en la esquina tiene un cojudo quiosco donde reponer energía. La idea es hacerle fuck you a la psicosis digital para revolver mesas de saldo y comprar libros editados en este siglo, en formato original, nuevos y que sean “de saldo”: obras recientes, por lo general, que no venden lo esperado, por lo que vienen con descuento en el último manotazo por sacar tajada de cada uno y no venderlos por kilo como papel a reciclar. Suelen ser libros intrascendentes, insípidos y livianos, pero no siempre. La búsqueda de alguno bueno se da con un billete de 100 en mano, que hará mitosis en otros de 2, 5, 10, 20 y 50 tan empolvados como los libros que compran. Un aviso, ante todo: en el viaje al kilómetro literario, la música es esencial para sobrevivir a los bocinazos de conductores simios y los agudos de las alumnas urracas del Colegio Público de Abogados.

El punto de largada es la librería Libertador (Corrientes 1318), un solar donde vivió Tita Merello, ahora convertido en galpón donde conseguir ediciones baratas (casi descartables) de obras clásicas. En la penúltima mesa del centro hay una chica: en sus manos tiene La Era Rock (1953-2003), del catalán Jordi Sierra i Fabra. Sale 20 pesos e incluye desde Elvis hasta los Strokes. Historiador y biógrafo del rock y el pop, el tipo recorrió secciones con buen reconocimiento: en 1978, mientras la dictadura de acá se masturbaba con la Copa del Mundo, Sierra i Fabra publicaba su obra Terror y muerte en los mundiales. Ya viejo, escribe historias para niños y jóvenes, y cada tanto saca algo como sus tres volúmenes sobre el exilio del franquismo, de 2002 y 2003.

Bastan unos minutos para entender las prácticas distintivas del visitador crónico de las mesas de saldo, que se distingue por dos clases de movimiento. El habitué se mueve entre ellas como los personajes de los juegos de acción en primera persona controlados con las teclas W-A-S-D: con el pecho de frente a la mesa, da pasos laterales (por lo que la habitué tiene buenas piernas o várices) y gira 180 grados revoleando los hombros mejor que un reggaetonero.

Para revisar cada mesa hay dos técnicas que dependen del espacio: quedarse parado en un lugar y que la vista pivotee (que resulta en un jodido dolor de cuello) o clavar la cabeza 45 grados en picada y acercarse con pasos cortos y las manos en los bolsillos, como en la carnicería. La librería Libertador es algo rara. Vende mazos de adivinación a 5 pesos y casas de muñecas por entrega: “Hola, hija, te traje un juguete, es un depósito para el inodoro de tu casa de muñecas”. Insuperable. Y hay otros sets: el establo para la casa de muñecas. ¡¿Todas las muñecas tienen caballos?!

Una cuadra arriba (siempre por Corrientes) aparece otro escenario interesante, que pronto deja de serlo por tener ubicado a Hechos y relaciones, la compilación de ambas obras de Juan Gelman (Hechos de 1973 y Relaciones de 1980), junto a Comer sano y bien. Hay sólo dos mesas, así que las zapatillas (¿literatura barata y zapatillas de lona?) siguen hasta la puerta de un local de Compro Libros. Durante el rato en el salón (nada interesante) el vendedor responde lo mismo a un universitario y a una pareja: “No, este tipo de libros en particular no compramos”. Tampoco vende en ese rato.

Casi pegado está La Cátedra, que todavía ofrece a 12 pesos La Argentina crónica, que bajo el subtítulo “Historias reales de un país al límite” reunió en 2007 artículos de periodistas jóvenes y efectivos en el género –-Pablo Plotkin, Julián Gorodischer, Josefina Licitra, Cicco, Leila Guerriero y Alejandro Seselovsky, entre otros– sobre reidores de TV, hermanas satánicas, turistas sexuales y políticos en campaña. Pero en La Cátedra también opera la mano invisible del mercado, metida hasta en la obra visible de los libertarios: los libros de Utopía Libertaria salen entre 25 y 35, cuando a metros se consiguen a entre 18 y 25. La utopía en acción... ¿inflacionaria?

Desde La Cátedra hasta La Oferta (en Corrientes y Riobamba, de frente al Pasaje Enrique Santos Discépolo) hay alguna librería más, pero con estanterías de usados en lugar de mesas de saldo. No garpan. Hay algo que hace que los libros en horizontal sean incluso más atractivos. Algo físico, tal vez. O hasta ideológico: nada de libros enfilados, dádnoslos revueltos o en pilas, como paquetes de cocaína en un allanamiento. ¡Que se asemejen en algo a un riesgo! El que se va a un estante es un libro asegurado, ya leído y no recurrido.

La librería La Oferta es amplia y al fondo tiene títulos realmente bizarros al precio de un atado de puchos: Puedes evitarlo del basquetbolista Magic Johnson sobre el HIV es un caso paradigmático de lo que puede aparecer en la mesa de 3 x $ 12. El librero también tiene una copia del Ulises de James Joyce en francés (más jodido, ¿no? ¿Alguna en mandarín, maestro?) y un montón de libros sobre perros y aves. En su local queda uno de 10 pesos por El banquero, la investigación de Susana Viau sobre Raúl Moneta, “un amigo del poder en la ruta del lavado” que hace poco agrandó el lavadero y compró la Rock & Pop.

Queda poca novedad en el último tramo, más que nada libros para regalar a alguien despreciado (como el Manual del chanta argentino de Pablo y Pachu, que a 6 pesos está caro para posavasos). Pero en la última posta aparecen mágicamente todos juntos, como escuadrón de groupies para banda de teen pop: libros del palo y de saldo en las mesas mágicas de A Libro Abierto, discreta librería al 2116 de Corrientes. Hay muchos Mescalito, de Hunter Thompson. De la misma mesa de saldos a 12 pesos se despiden de sus clones y se entregan al nuevo dueño El gran vacío (conversaciones de Norman Mailer y su hijo John Buffalo sobre sexo, política, boxeo, Dios y otros mitos); The Palermo Manifesto, de Esteban Schmidt; y Callejeros en primera persona, de Laura Cambra; los cuatro por 48 pesos. En el camino a la caja se suma Sexo, drogas y biología, el tratado científico de Diego Golombek para la colección “Ciencia que ladra”, a módicos $ 8. A fin de cuentas, valió cambiar 98 pesos por cuatro bolsitas (de libros, eh). Sólo quedan las ampollas, un Mitre emblanquecido y amargado y 8 libros, 1750 páginas atentando contra la eternidad, orgullosas de haber encontrado alguien que les preste atención sin haber tenido que regalarse.

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