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Jueves, 31 de marzo de 2011

A 16 AñOS DEL NACIMIENTO DEL FAMOSO FORMATO DE COMPRESIóN DE AUDIO

Generación M (p3)

Una nueva generación de consumidores musicales digitales podría destruir a los grandes magnates de la música. Según la British Recording Industry Association, en 2004 los músicos británicos ganaban la mitad que las discográficas y ahora pasaron a ganar lo mismo.

 Por Luis Paz

En 1995, el ingeniero alemán Karlheinz Brandenburg, jefe del departamento de Medios Electrónicos del Instituto Fraunhofer, logró convertir un archivo digital a mp3 y concluyó así el desarrollo del MPEG1-Audio Layer 3. En el mes de julio, el formato de compresión de audio que conocimos por su extensión mp3 cumplirá 16 años como objeto de un debate más simbólico y político que práctico o técnico. El aniversario obliga a espiar qué pasa con el mp3 como formato maduro. Y lo primero que aparece es algo tan notable como que haya dejado fuera del uso de los jóvenes al CD. Para la generación que ingresó a la experiencia musical en los últimos años, la duda ya no fue si CD o mp3, como para la anterior, sino si escuchar música online o bajarla. Hay algo revolucionario en que ahora las dos alternativas de experiencia con música grabada más comunes entre los jóvenes ocurran bajo el control del usuario: con el mp3 se decide cuándo y qué oír y ver en Soundcloud, Cuevana y YouTube o en teléfonos móviles, reproductores portátiles y consolas de videojuegos.

Este par conceptual streaming/download supone un contrato social distinto al de los soportes físicos, diferente a la vieja disyuntiva entre escuchar por radio o comprar un disco. Al no poder decidir cuándo sonaría una canción en radio (ni cuándo sería interpretada en vivo), se compraron discos bajo la lógica existente desde la aparición del vinilo, como proceso de apropiación. Pero si todo lo que hay para bajar está online, ¿por y para qué descargar? ¿Por qué no vivir del streaming? Los cambios en los usos, las costumbres y especialmente las tecnologías de los últimos años podrían haber llevado la apropiación a ese plano: así como uno grababa canciones en casete desde la radio porque no sabía cuándo sonarían y, en última instancia, dejarían de pasarlas seguido, en el streaming hay algo que aleja al usuario del control: la necesidad de conectividad. Lo bajado, en cambio, es de dominio propio.

La descarga aparece como una relación más estrecha con un artista o un álbum, tal vez como un compromiso new age. Que bajen su disco es realmente un guiño para los artistas under de esta generación, o con llegada a ella, que publican su música en mp3, la ofrecen en streaming gratuitamente, y que hasta cuentan y comentan cuántas bajadas tuvo el disco. Pero también hay una apropiación de la obra: así como la “instantaneidad con demora” que ofrecía Napster, al permitir bajar temas en minutos, fue reemplazada por la instantaneidad en tiempo real del canal de YouTube o el perfil de Last.fm de un artista, podría darse en descargar un “movimiento” similar al de comprar un CD. Descargar implica un movimiento: buscar el disco, hallar el link de descarga correcto, esperar a que se baje, descomprimir, ingresar claves y entonces oír. Descomprimir un zip no tendrá que ver con comprar un CD y romper su envoltorio en términos simbólicos, pero sí en aquellos prácticos.

Hay que entender que se trata de una lógica distinta a la de la generación anterior, que se preguntó por la legitimidad de la descarga ilegal; y de las anteriores a ella, que discutieron al mp3 por romanticismo o apego político a un soporte físico y su fidelidad sonora más que por un real problema en el formato. Hay sólo dos problemas grandes para el mp3. El primero es social: la patente es propiedad del Instituto y sus clientes, y dado que el mp3 es básicamente un lenguaje de codificación, sólo puede ser desarrollado por quienes están licenciados para ello, por lo que la comunidad no puede aplicarle mejoras. El segundo problema es económico y es lo demás: la enorme disponibilidad ilegal de música grabada en formato mp3. Eso es lo preocupante para los sellos y los dueños de las patentes, pero no para los artistas: según el informe 2010 de la British Recording Industry Association, en 2004 todos los músicos del Reino Unido ganaban la mitad que todas las discográficas con actividades comerciales allí, pero en 2008 pasaron a ganar lo mismo y en 2010, los músicos ganaron más que los sellos. Sin embargo, según PRS For Music, el ingreso global de todos los músicos se redujo en 7 millones de libras.

“El mp3 fue creado para ayudar a las discográficas”, reveló Brandenburg en la presentación del último reporte de avance del proyecto MusicDNA, en el que trabaja también por encargo de los dueños de la gran industria cultural, un formato de compresión más restrictivo que el mp3 que esperan que llegue para solucionarles su problema prontamente. El MusicDNA es el séptimo nivel de compresión del MPEG, es decir un mp7. Ese ahorro de espacio permitirá incluir otras informaciones: letras de canciones, streaming de sus videos, noticias sobre la banda. Y publicidades, eso desde ya. Para todo eso, tendrá una base online con instancia de autovalidación: como un programa que, luego de ser instalado, se conecta a la red para chequear si se trata de software legal, los temas en MusicDNA se validarán online o serán irreproducibles.

Todo a pedido de “la industria”: los clientes del instituto Fraunhofer son grandes corporaciones audiovisuales. Hay sólo seis de ellas que controlan, gestionan y sacan cientos de millones de billetes de la cultura a escala universal, el Big Six: Walt Disney, Time Warner, News Corp., Viacom, NBC Universal y CBS Corp., propietarias de los seis grandes estudios de cine y TV y de los sellos Warner, EMI, Universal y Sony/BMG, los cuatro que publicaron los 10 CDs y los 10 DVDs más vendidos en la Argentina durante 2010. El Big Six es largamente analizado por el notable blog The Economic Collapse: son propietarios de los más influyentes canales de música, noticias y deportes, de las revistas más importantes, patentes de sistemas y formatos de audio, catálogos musicales y grandes diarios. De modo que controlan los canales de difusión, las herramientas de reproducción y los estándares y formatos de todo producto audiovisual comercial. Es más: MySpace, espejismo de “cuna de música independiente”, es propiedad de News Corp. Ellos son los perjudicados por las descargas, el libre acceso a la información y el libre uso de tecnologías y soportes; los que encargaron el mp3, obtuvieron un formato que se les volvió en contra y ahora buscan la solución en MusicDNA.

En ese marco, esa dualidad del mp3 podría convertirlo en un tiempo, cuando el MusicDNA –o en lo que sea que acabe ese proyecto– esté en actividad en un formato rebelde por completo: no sólo un acto de romanticismo de época (esta época), de respeto a la vía de iniciación (digital, de red social y descarga directa) y de resistencia en contra de la sumisión comercial (que al parecer será obligatoria en el próximo formato que imponga la industria); también como el soporte capaz de frenar los saltos de estación tecnológica en estación tecnológica y de retenernos en él por todas sus bondades, algo que hasta aquí no lograron el vinilo, el casete y el CD, que cada vez más son destinados para el consumo de melómanos, coleccionistas y trabajadores de la música. Lo mejor es que las herramientas para acceder a ella en mp3, bajarla, oírla y deconstruirla están disponibles aquí, ahora y para todos.

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