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Jueves, 28 de julio de 2011

LOS INCREíBLES CINCO AñOS DE LA BOMBA DE TIEMPO

PASARLA BOMBA

En cinco años de historia, Santiago Vázquez creó junto a La Bomba de Tiempo una manera inédita de comunicarse y comunicar la percusión. Ahora, esa técnica desarrollada en vivo durante años de lunes en el Konex va a convertirse en un libro para expandirse por el planeta.

 Por Julia González

Levante la mano el que todavía no conoce a La Bomba. O mejor: que levante la mano el que no haya estado en La Bomba, que bien arengada tiene su definición: proyectil explosivo que puede lanzarse para que estalle en el momento conveniente. Porque no sólo es el lugar donde cada lunes miles de chicos comulgan la experiencia del ritmo. Ahora además se suma un fin social detrás de ese lenguaje creado por Santiago Vázquez, cabeza que craneó el detonado proyecto del que Einstein seguramente estaría orgulloso. La Bomba, entonces, ya funciona como esos jeques de la tele que enterraron sus apellidos y son hace rato nombres propios. Pero, salvando las distancias con el mundillo televisivo, esta granada estalló en el corazón del Abasto y la onda expansiva, lejos de provocar muertes o desastres ambientales, contagió la esquina de Sarmiento y Jean Jaurès de una energía intensa. Así, las pilas se recargan para comenzar la semana como una metralleta sin tiempo.

Después de su debut en 2006, y a fuerza de presentarse todos los lunes, llueva o truene, La Bomba trascendió al grupo de percusión. Se comió a sus 15, a veces 13 o 12 músicos, y se volvió un adonis poderoso al que el Konex ya le queda chico. Santiago siempre fue un alma inquieta, desde que aprendió a tocar la batería de chico hasta cuando viajó a Marruecos a aprender los orígenes de los bendires, a la India a estudiar tablas en su contexto natural, luego pasó por las mbiras y tuvo una incursión en la música electrónica. Ahora, La Bomba, Puente Celeste, La Grande, el Centro de Estudios del Ritmo de la Universidad Nacional de San Martín y un libro próximo a editarse, que funcionará como un manual que universaliza el lenguaje de señas, lo tienen más ocupado que nunca. Por eso decidió momentáneamente alejarse de los medios y dedicarse a la conquista de sus próximos planes. Sin embargo, se tomó un té con el NO: “El libro es básicamente un manual de referencia de lenguaje de señas de dirección que inventé, que es el que usamos con La Bomba de Tiempo, y hay varios grupos que la están usando y también varios conductores enseñándolo. Entonces es una especie de necesidad el tener un material bien escrito, para los profesores y grupos, para que el lenguaje se articule y crezca de cierta forma. Así, la gente que lo está usando en Mendoza o Buenos Aires o Sydney podamos entendernos con el mismo lenguaje. Es lo mismo que el diccionario”, explica el multiinstrumentista.

La Bomba está festejando su quinto cumpleaños con giras por el interior del país que ya comenzaron y se sucederán ad eternum. Y en estos cinco años, más que cambios, hubo un afianzamiento formidable del lenguaje, lo que atrajo cada vez más público, generando pleno empleo para las 30 personas que trabajan en el proyecto. “A veces tenemos que saber alimentar y mantener esa cuestión inicial que era muy primaria, muy originaria, y eso creo que lo podemos tratar de conseguir o de mantener por las cosas nuevas que aparecen a nivel lenguaje”, cuenta Alejandro Oliva.

Oliva es el otro músico que le sigue a Santiago en importancia e historia, quien también dirige las tocadas. El antecedente de La Bomba fue El Colectivo Eterofónico de Improvisación, compuesto por entre 10 y 17 músicos que se comunicaban a través de las señas donde, además de la percusión, se tocaban instrumentos armónicos que formaban una orquesta de cámara. Se improvisaba jazz y se lo trenzaba con música africana. El verano previo a la invención de La Bomba, Santiago llamó a Oliva y le contó que estaba planeando fundar un grupo con las características del Colectivo, pero solamente para percusión. La idea era armarlo con gente de elevado nivel técnico, con el suficiente conocimiento como para improvisar. Cuando les comentó a quiénes estaba pensando llamar para integrar La Bomba, Oliva terminó de prenderse fuego y firmó. “La gente que él quería convocar me resultaba muy atractiva para mí. Nos pasó a todos eso; y también se le ocurrió los lunes porque nadie tocaba los lunes, entonces esa partida del día de encuentro, más la convocatoria que estaba buenísima, fue como llamar a todos los percusionistas de Primera A. Y así fue desde el comienzo. Me metí inmediatamente”, cuenta Oliva con un pie en el avión que lo llevará a Tucumán con alguno de los otros proyectos que conforma, como el de Pedro Aznar, El Diablo en La Boca o la banda del Chango Spasiuk, cuando el tiempo le da tregua.

Invitar y llevar a alguien a vivir el ritual de los lunes al Konex no requiere de grandes esfuerzos. Sin necesidad de convencer a nadie, se pueden enumerar distintas razones por las cuales ir a La Bomba. Por un lado está la cuestión netamente musical del sonido garantizado por la excelencia de los integrantes. Otro punto es el lenguaje de señas dentro del sistema de improvisación que, si bien existía, no se había desarrollado y profesionalizado. Y finalmente está lo inevitable, lo que a primera vista se percibe y funciona como un imán: la fiesta que determina este fenómeno social. Este suplemento había escrito en 2006 que subir las escaleras e ingresar a la sala de la Ciudad Cultural Konex implicaba internarse en otra dimensión. Se describían por entonces las paredes húmedas y unas pocas luces rojas y azules que le daban el toque de clandestinidad necesario para empezar a vibrar otra realidad. “El sentido de que sea esta sala, y no otra, es porque Vázquez auguraba tocar en un lugar crudo, donde el sonido y el baile fueran protagonistas. Los percusionistas (‘los mejores del país’, según su director) repasan las señas en un ensayo abierto a las 7 de la tarde y entran en calor una hora. Después arranca el toque fuerte y sin pausa, hasta cumplirse las dos horas ininterrumpidas de danza.” Este texto era escrito apenas cuatro meses después de que Vázquez le diera mecha a su proyecto. En aquella nota primaria también se contaba que a los integrantes les costaba dormir las noches de los lunes, inmersos en la energía abrumadora de cien personas que vibraban debajo del escenario. Después de cinco años, el número de asistencia se multiplicó por diez y los percusionistas ya se enfrentan a esa aglomeración eléctrica de una manera más relajada.

–¿Todavía les cuesta dormirse las noches de los lunes?

Santiago: –Un poco menos. Fuimos midiendo nuestra energía y aprendiendo a manejar el impacto de lo que pasa cada lunes. Y así como durante un par de años pasaba que cada dos meses alguno de nosotros aparecía con alguna tendinitis, producto del esfuerzo enorme para el cuerpo que es realmente de mucha exigencia, de pronto tenemos tres conciertos en una semana, más ensayos de siete, ocho horas, pero de 2 años a esta parte ya no hubo una tendinitis más. Así que se ve que hay cosas que vamos aprendiendo a manejar de otra manera. Y a nivel energía me parece que también aprendemos a ser canal sin quedar nosotros tan metidos en el medio como personas, como dejando que fluya esa energía que viene del público, que fluya sin que nos golpee.

–Fue un proceso de varios años.

Santiago: –Es un proceso de aprendizaje para todos los que componemos La Bomba, ser parte de algo nuevo y muy maravilloso que nos mueve y nos llega. No hay que estar remando para que pase algo que creemos que va a suceder sino que tenemos la suerte de formar parte de algo que está sucediendo, que nos mueve también a nosotros.

–¿Les sorprende la magnitud que tomó La Bomba?

Alejandro: –Sí, me sorprende; en principio porque es la primera vez que se tienen noticias de un grupo así acá, y en cualquier otro lado. Es un grupo de percusión que toca todos los lunes hace 5 años con esa convocatoria de gente, algo absolutamente histórico. Desde ese lugar me sorprende muchísimo. También me sorprende porque a diferencia de Santiago, puesto que a él se le ocurrió el proyecto y en algún lugar de su cabeza proyectaba que saliera así, para mí fue toda una sorpresa y una alegría porque he tocado mucho tiempo y en muchos proyectos con músicos muy talentosos y música muy hermosa, y sin embargo eso no garantiza nada. En este caso creo que un montón de cuestiones juntas hicieron que La Bomba sea lo que es hoy.

La otra buena noticia es la de la integración social que se plantea a raíz del lenguaje de señas. Hay personas enseñando este sistema en lugares donde no existen los recursos para tomar clases de música, ni para comprar instrumentos. Por eso los fabrican con material de reciclaje y luego, con las señas, comienzan a ensamblarse musicalmente. En algunas escuelas de chicos ciegos también se llevó a cabo la experiencia, además de los colegios primarios. Se encontró que particularmente el lenguaje de señas tiene el potencial de ayudar en distintas áreas, porque además de ser una herramienta para los percusionistas, lo es para el resto de los músicos. Y así se comunican a través de un simple gesto de la mano. “Esta herramienta se está empezando a usar también, con muchísimo éxito, en el sentido que funciona: simplemente es una herramienta muy útil y parece que todo esto es tan sólo el comienzo de las primeras experimentaciones con este lenguaje. Y me da la sensación de que va a seguir creciendo simplemente porque sí, porque es útil”, cuenta Santiago.

No se trata de un shock de exotismo sino de un punto del cual parte la investigación hacia otras áreas. De aquí que Vázquez está creando el Centro de Estudios de Ritmo y Percusión con Señas, para que sea el referente de esta movida que comenzó a encenderse de a poco. Lo que se busca es darle jerarquía al ritmo dentro de la enseñanza musical que por lo general no tuvo en los ámbitos académicos. “El ritmo no se estudió en profundidad; pero, bueno, el Centro de Estudios del Ritmo de alguna manera va a compensar esa falta, no sólo en nuestro país sino en todo el mundo occidental”, impugna y defiende Vázquez su creación, que estima llegará a usarse a nivel mundial, como una reacción nuclear que se expande naturalmente.

Le dieron Bomba

El lunes bisagra llegó hace casi tres años. Sarmiento ya se había transformado en un desfile de artesanos que tiraba paño en toda la cuadra, los panes rellenos se bajoneaban como pan caliente y La Bomba ya tocaba en el patio del Konex. “No tenemos ganas de mudarnos”, dice Santiago Vázquez, reconociendo que la sala más grande les quedó chica hace rato. Ese lunes el Chango Spasiuk era el invitado y, fiel a su carisma rocker, a pesar de tocar folclore, desplegó el sonido del norte con su acordeón. El público, a tono con La Bomba, estalló. Se bailó por toda la planta baja y los pibes se sirvieron de trencitos, pitos y matracas. Nadie se conocía pero el Konex era el templo de la buena onda. Se compartían las cervezas, las pipas y la risa. Y afuera venía el intercambio de teléfonos cuando no los nombres para agregar al Facebook y quedar para el próximo lunes. A partir de la noche del Chango, los asistentes comenzaron a prestar atención a los visitantes. Y esa costumbre se extendió a los de afuera. Parecía que todos los que venían a Buenos Aires tenían que pasar por la Bomba, como los gringos que visitan la ciudad y no se la quieren perder. Como Rubén Albarrán también, cuando tocó con Hoppo, ese especie de lado B de Café Tacuba que recreó canciones del folclore latinoamericano cierto lunes antes de dar comienzo a los tambores. También estuvo René de Calle 13 rapeando bajo la leyenda de su remera: yo era tan cool, tratando de demostrar tal vez su antipatía por el marketing de moda. En estos cinco años también sumaron estruendos Rubén Rada, Ely Guerra, Hugo Fattoruso y Muchachito Bombo Infierno, entre otros extranjeros. Y algunos de acá también subieron a improvisar: Pablo Lescano, Kevin Johansen, Gustavo Cordera, Juana Molina, Ricky Maravilla, Palo Pandolfo, Diego Frenkel, Pocho la Pantera, Javier Malosetti, Raly Barrionuevo, Raúl Carnota, Dante Spinetta, Lisandro Aristimuño, Adriana Varela; Verónica Condomí, Liliana Herrero, Mintcho Garramone, Javier Zuker, Hugo Lobo, Silvia Iriondo, Mariana Baraj, Ramiro Musotto, Tonolec, Franco Fontanarrosa, Mussa Phelps, Ernesto Snajer, Lito Vitale, Moguilevsky, Ale Franov, Kabusaki, Leo García, Ricardo Tapia, Juan Subirá, Edgardo Cardozo, Hernán Jacinto, El Diablo en la Boca, Axel Krigier, Tweety González, Chino Laborde, Lucio Mantel, Martín Buscaglia, Celeste Carballo, Federico Parra y Mínino Garay, entre tantos otros y los que están por venir.

* La Bomba de Tiempo se presenta todos los lunes en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131) a las 20.

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Imagen: Cecilia Salas
 
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