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Jueves, 1 de septiembre de 2011

VIAJE AL CORAZÓN DE UN SHOW DEL INDIO SOLARI

“El tiene que venir, ponerse los auriculares y disfrutar”

A diez años del último show ricotero y a tres días del de Solari en Junín, qué buen momento para hablar con Hernán Aramberri, quien condujo a Los Redondos por el camino de los samplers y ahora pergeña los shows de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. Aramberri es docente y se desempeña en una productora que acaba de trabajar para la versión latina de High School Musical.

 Por Juan Ignacio Provéndola

Todo fanático de Los Redondos desea (o hubiese deseado, en tal caso) acceder a su intimidad, que lo mismo sería sondear sus más secretos misterios. Ser parte, aunque sea por un momentito, de esa narrativa mitológica construida a través del velo de sus canciones nunca franqueables, sus artísticas siempre enigmáticas y sus políticas de trabajo inusuales. Poder entender a Patricio Rey desde sus tripas (si es que existe un Patricio Rey que reclame ser entendido), interpretar de primera mano cómo es eso de ser un grupo de culto pero vendedor, de perfil bajo pero masivo, de mensajes complejos pero populares. De ser leído y releído aun hoy, a una década redonda del “año sabático” que el eje Indio–Skay-Poli anunció oportunamente.

Hernán Aramberri tuvo esa posibilidad, en 1992, sin saber nada de todo aquello. De formación jazzera (estudió con graduados de Berklee y en la academia de Walter Malosetti), Aramberri no se destacaba sólo como baterista y profesor sino, también, como un dúctil maniobrero de nuevas tecnologías aplicadas a la música, sobre las que se actualizaba de modo permanente. Sus talentos iban desde sequencers, máquinas de ritmo y teclados hasta novedosos métodos de producción y grabación. Ese mismo año, después de haberle hecho un trabajo similar a Oscar Moro para la vuelta de Seru Giran, Walter Sidoti lo convocó para que le programara baterías en la grabación de Lobo suelto, cordero atado, el disco –doble– donde Los Redondos comenzaría a asumir riesgos tras los rindes de Gulp!, Oktubre, Un baión para un ojo idiota y La mosca y la sopa.

Digamos que le tocó asistir a un momento crucial de la banda, en el que buscaba redefinirse sonoramente mientras, en simultáneo, comenzaba a lidiar con lo bueno, lo malo y lo feo de la masividad. “Sinceramente, no sabía quiénes eran, ni con quiénes estaba hablando, porque incluso estaba ajeno a lo que sería el rock nacional. Tomé la dimensión de lo que era a partir de los shows”, recuerda, veinte años después. El vínculo se trasladó del estudio al vivo, y de Sidoti al resto de la banda. El resto de su historia con Los Redondos (que también fue la historia de la banda misma) ya la conocemos un poco (si no, mirá El culpable de las máquinas). Una historia que trascendió a la banda misma, por cierto, ya que fue convocado por el Indio ni bien éste decidió darle rienda a su carrera solista. Es que, así como Skay se quedó con el arte de Rocambole, la obvia presencia de Poli y algunos talentos de producción (Claudio Quartero, por ejemplo, que también toca el bajo), el Indio también echó mano entre afinidades de otros tiempos para su causa solista.

En distintos roles intervinieron Eduardo Herrera como ingeniero de grabación, el ex La Favorita Mariano Sagaste como monitorista y el propio Hernán, que arrancó programando cosas y produciendo sonidos y rítmicas. “Por todos los años de cosas en común, de facilidad de trabajo y respeto mutuo, era de esperar que si iba a seguir trabajando con alguno, sería más probablemente con el Indio”, confiesa. También procesó voces e instrumentos, e intervino en la mezcla y masterización de lo que fue El tesoro de los inocentes. “Hasta que no estuvo seguro de que el disco iba a colmar todas sus expectativas artísticas, no salió”, recuerda Aramberri sobre el esperado lanzamiento, que por fin salió a la calle a fines de 2004. “Se tomó su tiempo y en ese sentido se la bancó, porque había una gran incertidumbre de saber cómo iba a ser su primer trabajo solo.”

En ese entonces, y de ahí en adelante, opera no sólo como recurso técnico y artístico de Solari sino también como militante de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, banda de apoyo que se sostiene a través de un elenco inalterable con Aramberri en batería, Gaspar Benegas y Baltasar Comotto en guitarras, Marcelo Torres en bajo, Pablo Sbaraglia en teclados y Miguel Angel Tallarita y Sergio Colombo como combo de vientos. “Siempre trabajo en las sombras. No sé si es bueno o malo (risas). Es difícil clasificar mi rol. Llevo casi veinte años de trabajo con el Indio, conocí la mística de Los Redondos y me gustaría que perdurara algo de eso ahora. No es sólo ir, tocar e irse. Hay que ponerle la entraña. No podemos ser músicos contratados sino una banda propiamente dicha, a la que el Indio le da ese lugar con una especie de mística formada alrededor.”

El funcionamiento se fue afiatando conforme sucedían los shows y los discos. “En Porco Rex empecé trabajando con él. Nos divertimos mucho, entiendo lo que le gusta y lo que no. Luego grabé voces, guitarras y bajos, lo mezclé y mastericé. Todos trabajamos en conjunto, que es lo que el Indio quiso: armar un equipo de trabajo que funcionara para él.” El despliegue para los recitales es una verdadera odisea que comienza dos meses antes de la cita, cuando Los Fundamentalistas y afines se juntan en maratónicas jornadas preparatorias. “El minuto cero de todo eso vendría a ser la salida de un disco nuevo, cuando hay que proyectar cómo llevar al vivo canciones que nunca fueron tocadas”, comienza Aramberri, y profundiza: “Hay guitarras regrabadas, voces superpuestas, entonces hay que desglosar todo eso para ponerlo en el formato de la banda. Se abren los temas, nos repartimos los roles, y tarea para el hogar. Después nos juntamos para ver qué tiene cada uno, primero de manera más informal, sin tanta tecnología, y luego arrancamos”.

La crew solariana llega a 25 personas en las últimas semanas previas a un show. “Se alquila un lugar grande, como estudios de televisión o publicidad. Armamos la planta del escenario, porque cada micrófono, cada cable y cada cosa que se pone luego se levantará y se colocará tal cual en el lugar del recital. No es algo usual, porque es muy costoso, pero el Indio no escatima en gastos a la hora de ofrecer una buena producción, y nosotros aprovechamos el lugar al mango metiéndonos diez o doce horas.”

–¿Cómo evitan el desgaste de esa logística inmensa?

–No estamos únicamente tocando. También trabajamos la cuestión técnica, que es importantísima. Sonido, mecánica, todo tiene que funcionar. Las mañanas, por lo general, son técnicas: hay dos mezclando lo que se hizo el día anterior, otro trabajando el sonido de guitarra con auriculares. Tener la responsabilidad de manejar esas cosas me gusta. También está metido el orgullo personal. Este es el proyecto del Indio, que lo considero el artista número uno de la Argentina, por su convocatoria, por lo que genera. Tomar esa bandera y poder llevarla adelante está buenísimo. Estoy en el proyecto desde que arrancó, de cero. Se trata de personas afines entre sí, súper profesionales, entonces todo fluye y se labura bien.

–¿Hasta qué punto los detalles no quedan librados al azar?

–Lo importante de todo es que se coordinen los espíritus y las energías de todos, teniendo en cuenta que somos un grupo de trabajo bastante grande. Imprevistos hay siempre, pero hay que estar atento a los detalles. Por ejemplo, al llegar al lugar del show, ver el plano, su orientación, la época del año y cómo pega el sol, porque sería ridículo que el Indio probara sonido con el sol rajándole la cara. Una boludez que se puede anticipar con sentido común y buena voluntad. O errores del vivo que la gente ni los nota, pero que son necesarios resolver si se quiere ofrecer lo mejor.

–¿Cómo construyen la relación cotidiana el Indio y ustedes?

–El tiene que venir, ponerse los auriculares y disfrutar, ya sea de los ensayos o de los recitales. Llegar, tomar un café, reírnos un rato y que esté todo bien cuando diga: “Bueno, muchachos, vamos a tocar”. Para eso tiene una banda. Preguntarles a los chicos: “¿Cómo están? ¿Les falta algo?”. El Indio viene tal día: “¿Llegamos bien?”. Si queremos llegar bien, tenemos que laburar sobre lo concreto. Siempre te puede fallar algo, pero si laburaste durante semanas en la parte técnica, humana y logística, cuando llegás al momento vas limitando los imprevistos. Todo siempre salió bien, las cosas suceden de manera impecable y la gente lo vive como una fiesta. Yo vivo cada show como un acontecimiento histórico, porque lo que se vive ahí es tremendo.

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