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Jueves, 17 de noviembre de 2011

CATUPECU MACHU SOBRE “EL MEZCAL Y LA COBRA”

Unos animales

Este exótico animal que nunca existió vuelve a cambiar de piel, y renueva integrantes. Su flamante trabajo es resultado de un retiro –esta vez en la ciudad– donde se conjugan los deseos con una cierta complejidad retórica.

 Por Lucas Kuperman y Mario Yannoulas

“Son las mejores papas que vas a probar en tu vida.” Fernando Ruiz Díaz está sentado en uno de sus refugios predilectos: un restaurante de Recoleta especializado en comida norteamericana. Las fritas llevan queso, panceta y cebolla de verdeo. “Y son de verdad, no las congeladas”, anticipa, con la jactancia del habitué. Pero la escena es algo más amplia. La mesa es grande, y junto a él están sus compañeros de aventuras, un grupo que ha sido desanudado y vuelto a anudar más de una vez.


Foto: Cecilia Salas

A sus espaldas, una ventana amplia desnuda la solemne entrada del cementerio de la Recoleta, que está siendo empapado por una lluvia intransigente y hace que la escenografía parezca ideal. “Son las cruces de un cementerio / las que dicen y cuentan / que estamos acá”, canta Fernando en Metrópolis Nueva, primer corte de El Mezcal y la Cobra, séptimo disco de estudio de Catupecu Machu, una nueva marcha lunática de doce piezas que vio la luz hace semanas. “Tengo fascinación por los cementerios. Desde lo arquitectónico, hasta pensar que estamos acá tomando una birra, pero pase lo que pase terminamos ahí (se da vuelta y señala). Eso siempre lo vi. La frase se me ocurrió cuando salíamos de Nueva York después de masterizar el disco anterior. Estábamos cruzando el East River y debajo de ese puente hay un cementerio donde están enterrados varios próceres. Miré para atrás y dije: ‘Qué lindo Manhattan’. Saltó el taxista, un puertorriqueño que había ido a Estados Unidos a comprar el auto y el microondas, pero se quejaba de que tenía que trabajar mucho. Yo le dije ‘¿Sabés de dónde venimos nosotros, papá? De la Argentina. Allá tenés que laburar de verdad, es todo muy difícil, así que no te quejes porque al final todos terminamos ahí’, señalándole el cementerio. En el avión de vuelta escribí esas líneas, que son una imagen en tiempo real”, narra el guitarrista y cantante.

El exótico animal que nunca existió volvió a cambiar de piel. Dos piezas importantes se apartaron del camino: Fausto Lomba, manager histórico, y Javier Herrlein, baterista germinal y legatario de Abril Sosa desde Cuadros Dentro de Cuadros. Los suceden Pablo “Doc” Mayer y el ex bajista de Cuentos Borgeanos Agustín Rocino, hoy a cargo de la batería (ver aparte). Los siguen acompañando el tecladista, samplerista y productor Macabre, y el bajista y guitarrista Sebastián Cáceres. Además, Gaby Ruiz Díaz completa la formación como un gurú espiritual, cuyas enseñanzas durarán unos cuantos años más. “Los cambios son inherentes a la vida de todos los seres humanos y Catupecu no es la excepción a la regla. Los orientales dicen que crisis es oportunidad, entonces hay que ver las dos caras. Siempre ha habido cambios, a veces son buscados y otras simplemente suceden. Hay que verlo como que es lo que tiene que pasar, y este cambio fue positivo para Catupecu”, revela Fernando.

–¿Estos cambios fueron buscados o inevitables?

Fernando: –Es muy lindo ver la historia de U2, que están con el mismo manager desde que empezaron. En nuestro caso se dio de otra manera y no fue buscado. Sí buscamos separarnos porque había conflictos. Es buenísimo lo que estamos viviendo actualmente con Pablo, nuestro nuevo manager, y con Agus. Creo que el único cambio que no se hubiera querido nunca fue lo que pasó con Gaby, pero bueno... pasó.

Macabre: –Lo buscado fue cambiar para estar mejor. Todas las rupturas son dolorosas para los dos lados. No vamos a entrar en detalles, pero creo que logramos mejorar desde lo anímico y espiritual. Fer supo ver muy bien la necesidad de bajar toda esa energía en un disco en el momento ideal, porque los planes de grabar estaban para más tarde, pero se adelantaron unos meses para que esa nueva energía pudiera quedar plasmada.

Fernando: –Volvimos de vacaciones, y en tres días nos separamos del manager y el baterista. A la semana estábamos empezando a grabar el disco.

El Mezcal y la Cobra fue entonces la válvula de escape. Puesto a rodar, suena como el diario íntimo de un colectivo que busca en la convulsión el combustible de su persistencia. Secuencias electrónicas y riffs dignos de hard rock conviven sin hacinarse, y la lengua exótica del cantante y guitarrista esta vez se relame en lo autorreferencial (“El reptil que cambia la piel / otra vez”, “Y eso que estaba por dormir / queda despierto / y eso que estaba por morir / no morirá en el intento”, o “Un cuerpo que carga / a un alma en pena / pero que quema igual”), como en la celebración de la danza, y la danza como celebración (Aparecen Cuando Bailamos, Baile Guerrero, Danza de los Secretos, o “la cobra y su danza ritual / te encuentro, te pierdo y te busco”, de El Mezcal y la Cobra). “Nos gusta mucho el festejo, la danza como una cuestión tribal, ritual. Tocamos, escribimos, burlamos a la muerte con eso. Bailamos para estar vivos. Para tocar el piano o la guitarra tenés que saber, pero para bailar no tenés que saber nada. Te ponen un ritmo y se te mueve el corazón”, desgrana Fernando.

–Para Simetría de Moebius habían recurrido a una especie de ostracismo en el campo, ¿cómo fue el proceso para este disco?

Fernando: –Igual, sólo que el retiro esta vez fue en la ciudad. Nos borramos de todos lados, estábamos metidos en el estudio todo el día, todo lo que conocíamos eran esas paredes. En algún sentido el campo tenía una cosa un poco más divertida, relajada.

Sebastián: –Simetría fue dos años después del accidente de Gaby, y ahora estamos a dos años de Simetría, así que algo tuvo que haber cambiado. El resultado de este disco es más abierto, pero el trabajo fue mucho más intenso. Hubo cosas que se propusieron en el estudio y quedaron de primera toma, como Baile Guerrero, que es un tema a tres bajos, y los tres están grabados un mismo día.

Macabre: –O el último, Shakulute Peruano, que es una reversión del primero (El Mezcal y la Cobra), grabada en vivo y de primera toma.

Sebastián: –Mismo en Musas, donde usamos la toma de voz que grabó Fer para mostrarle el tema a la gente de la compañía.

Fernando: –No tenemos un método específico pero sí mucho trabajo, muchas horas hombre. Baile Guerrero salió una noche que me quedé solo en el estudio.

–Sin embargo, se nota que hay muchos procesos en el disco...

Macabre: –Muchos. Es la contracara de lo espontáneo. Hay mucha búsqueda, trabajo con los canales, ecualización. Las líneas de bajo, guitarra y teclado cumplen una función súper importante cada una, pero a la vez conviven y forman una masa.

Fernando: –Es un disco muy orquestal.

Macabre: –Es muy importante lo que hace cada instrumento por sí solo. Sin ánimo de compararnos con Bach, acá hay algo de esas obras a tres voces, que cuando las escuchás pensás que con cada una harías un tema. Cada línea es súper interesante y a la vez es necesario que estén juntas.

Fernando: –Tiene mucho ritmo, mucho beat. Escuchás una banda sonando. Hay una conjunción muy interesante de los cuatro, hay un grupo, eso es lo que tiene de bueno. Se ve un grupo. En el disco anterior, por los conflictos que teníamos, no se siente tanto un grupo como en este. Es una sensación.

–Casualmente, o no, ahora los cuatro son bajistas...

Fernando: –Para el disco que viene tiene que haber un tema con secuencia y cuatro bajos. Ya lo hablamos.

Macabre: –Una cuerda cada uno (risas).

Fernando: –Cada instrumento te pone en un lugar diferente. A mí el bajo me encanta. A todos nos gusta, porque escuchás Baile Guerrero, y es un tema guitarrero pero está tocado con bajos. A la izquierda me escuchás a mí, a la derecha a Mac, y en el centro a Seba. Con mi bajo hago algo que inventó Gaby: saco un whammy, un chorus y una distorsión por el equipo de guitarra, y aparte el bajo por otro equipo. Así suenan los dos equipos a la vez.

La obsesión por la simetría de las formas del arte de tapa indica que se trata de un disco de Catupecu, y la superposición de figuras arquitectónicas evidencia la pasión de Fernando por ese arte. No es que haya dejado atrás la poesía nómada y contorsionada que lo caracteriza como letrista –el propio nombre del disco es un indicio de eso–, pero esta vez su inspiración catártica marca el pulso gramatical de la obra. Ese torrente emocional fue más difícil de envasar que nunca: “Es un disco que tiene significancia, carga”, apunta. “Una carga importantísima de música. No digo emotiva porque siempre nos emocionamos. Diría que fue en el que más me costó ponerles títulos a las canciones y al disco. No sabía cómo resumir todo en un solo título. Por ejemplo, Simetría era como una obra todo entero, dicen que lo ponés y no lo podés sacar, pero en este parecemos una banda distinta en cada canción.”

–Hay conceptos distintos en cada disco de Catupecu, ¿eso está planeado?

Fernando: –Está planeado que no tengan nada que ver uno con otro, porque nos aburriríamos, ¿no?

Agustín: –No sé si está planeado o sale así.

Macabre: –Sale así. Es algo muy inherente a Catupecu. Entre discos hay un tiempo de gira, de presentación, que te va nutriendo de experiencias y cuestiones musicales. El momento de grabar es tiempo de registrar todo eso. Ahí es cuando los conceptos se aúnan y las ideas empiezan a bajar, con ayuda y búsquedas de todos nosotros. No pensamos “En este disco vamos a meter piano y bajo acústico”, sino que se macera en el inconsciente. Así pasa con el audio y las letras, donde también hay diferencia entre discos.

Fernando: –Sería imposible que un disco de Catupecu sonara como el anterior. Cambian los estados de ánimo, las ganas, los gustos. Yo en mi vida pensé que iba a tocar con Fender, pero ahora estoy usando una Jaguar y una Telecaster, y estoy fascinado. Nunca perdemos esa capacidad de asombro. A la distancia veo que siempre hicimos cosas muy jugadas, y el arte, si no es eso, no sirve para nada. Ahora escucho Simetría y me siento orgulloso, pero es más difícil que la mierda (risas). Cuadros es difícil, hoy día es el icono de irse al carajo... creo que el único que lo entendió de entrada fue (Germán) Daffunchio, que al mes me agarró y me dijo “¿Sos consciente de que hicieron el mejor disco de los últimos diez años?”, y yo le contesté: “No sé, porque todavía no lo entiendo ni yo”. Veníamos de Cuentos Decapitados y Gaby, un icono del bajo, no tocaba el bajo ¡Una locura! En la Argentina, vos pensás en bajistas y decís Machi, Arnedo, Gabriel Ruiz Díaz. Digo los que se me vienen a la cabeza ahora. Después hay otros muy grosos: Malosetti, Vadalá, Marcelo Torres. Este es el primer disco en el que me dediqué a leer las críticas, y me emocioné. Salió con la pata derecha, vendió, lo que sea... encima es un discazo. Tampoco sabíamos que iba a pegar así, porque se llama El mezcal y la cobra, no va muy bien con Radio Disney, aunque parece que está sonando con todo Metrópolis Nueva.

–¿De dónde viene el título del disco?

Fernando: –El proceso no fue simple, pero se pueden contar los pasos. Se unen dos caminos para este nombre. Cuando grabamos Manuel Santillán, El León (para el disco tributo a Los Fabulosos Cadillacs Vos sabés... Cómo te esperaba, Vol.2) y lo vino a escuchar Albertito Moles, de Pop Art, trajo un tequila y un mezcal. Adelante de las máquinas, en el estudio, tenemos una especie de altar donde están el Guasón, las botellas... Jack Daniel’s. Y estaba la botella de mezcal. El tema El Mezcal y la Cobra ya estaba grabado, pero estuvimos un par de días buscando los teclados. Un día Mac trajo su primer teclado, un Prophecy que compró cuando tocaba en Totus Toss. Eran como las cuatro y media de la mañana, no dábamos más, y después de una hora de buscarle el sonido llegamos a algo parecido a una flauta. Y ahí flasheé que era como la flauta del encantador de serpientes. Eso le dio vuelo al tema. Tanto vuelo le dio, que Mac lo cuestionaba, porque bajo y guitarra son una pasta, pero el teclado suena re despegado. Una vez que hicimos eso había que escribir la letra. Otro día se fueron todos y me quedé solo. El silencio de la sala era terrible y me agarró terror al vacío, el horror vacui de las iglesias, que por eso llenaban todo de imágenes. “Hoy sale la letra”, pensé. Algo muy parecido a lo que pasó con el tema La Llama, de Dale!, que prendí tres velas, le di para adelante, y salió un tema que me encanta. Acá me senté, miré la botella de mezcal y me dio una sensación de plenitud. Para mí el tema era la danza de la cobra, y se me ocurrió lo de “Destapar el mezcal / bebernos de a tragos el mundo / la cobra y su danza ritual / te encuentro, te pierdo y te busco”. Te encuentro, te pierdo, y te vuelvo a buscar. Ahí me di cuenta de que el tema se llamaba El Mezcal y la Cobra. Los títulos caen, en algún momento. Fue muy loco, porque tenía un argumento armado para cada uno de por qué ponerle así al disco, y cuando dije El Mezcal y la Cobra todos dijeron que sí enseguida. Les decía: “¡Hijos de puta! ¡Díganme algo, alguno que me lo discuta!” (risas).

Macabre: –A todos nos pareció obvio que el título era ése. Tenemos un amigo que dice: “Claro, los tipos no le ponen al disco ‘La pizza y la fainá’, le ponen El Mezcal y la Cobra. Ahí ya arrancamos con quilombo” (risas).

–Todas las anécdotas son de madrugada... ¿se quedaban hasta muy tarde en el estudio?

Macabre: –Los días que nos íbamos a las dos o tres de la mañana, decíamos “Nos vamos temprano”. Lo usual era terminar tipo seis, siete.

Fernando: –Y no es que empezábamos a las ocho de la noche, empezábamos a las dos de la tarde. Yo dormía cuatro horas y me despertaba a las diez con alguna letra encima.

Macabre: –Sigue siendo así. El otro día empezamos a ensayar los temas del disco, llegué tipo diez de la mañana, y lo encuentro a éste durmiendo en un sillón, que se había quedado toda la noche buscando un sonido de guitarra.

* Catupecu Machu presenta oficialmente El Mezcal y la Cobra el domingo 4 de diciembre desde las 20 en el Luna Park, Av. Madero 420.

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