No hay caprichos: Nadie podrá mostrar sorpresa por el triunfo, en la categoría Disco Internacional del Año, de los Foo Fighters —que en abril cerrarán ¡dos veces! el Quilmes Rock, en la cancha de River—, ni creer que el segundo lugar obtenido por Radiohead supone #unmilagroparaThomYorke. Para el padrón del NO, dos de las bandas de rock (¿vuelve el rock?, ¿quieren rrrooacck?) más importantes de los últimos veinte años suenan, en estéreo, desde ambos costados del Atlántico; una, con la espinosa euforia punk norteamericana; la otra, con la intrigante teatralidad rocker británica.

Wasting Light representa para Foo Fighters la nirvanización sin conflicto... o mejor dicho —como corresponde a la memoria de Cobain— llena de conflicto. No sólo por los viejos compañeros de trinchera que reencuentra Dave Grohl (un Krist Novoselic aquí, un Butch Vig allá) sino, claro, por la música. Punk tierno, oscuro, rugiente y con sabor metálico, como mascar el óxido de una moneda que lleva casi dos décadas girando por la calle. Wasting Light duele, pero te termina reconfortando el alma. Como las terapias rockeras tradicionales.

En The King of Limbs Radiohead genera —marca registrada— inquietud: algo anda mal y este disco nos lo va a hacer sentir. Con la aparente sencillez de la sabiduría oriental, convence de que ahí, entre verso y golpe, entre sonido y textura, hay mucho más que lo que estás escuchando. El universo insondable y el pulso cardíaco, el alma y el cuerpo. ¿Es un microscopio o un telescopio? Es la lente (virola) de Thom Yorke.

Y después de tanta furia y de tantas preguntas, el podio se completa con un pumparaarriba. Arctic Monkeys, la única banda del nuevo milenio que cuela un álbum entre los tres más votados, recuerda que el hedonismo sexy también es rock. Con oscuridad, sí, pero con una brisa de piecitos que se mueven, merced al disco Suck it and See. Que la chupen.