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Jueves, 29 de diciembre de 2011

POESIA

Rimbaud

 Por Julia González

Los poetas fueron –antes, durante y después de Arthur Rimbaud– los encargados de dar a conocer las acciones de los intrépidos y poner en evidencia lo que estaba destinado al olvido. De no haber aparecido las musas, las palabras hubieran quedado atrapadas en las bocas de los funcionarios y no del arte. Ellas, diosas inspiradoras de la poesía, nos dieron a la Humanidad la posibilidad de poner en el estrato estético a la palabra. En aquellos comienzos, la eficacia de la poesía le daba al poeta la posibilidad de llevar a la luz la realidad silenciada. Pero lo que nos importa hoy, miles de años después, es que la poesía sigue siendo resistencia en la boca de los poetas que vulneran el límite de un libro. Se suben a las mesas y recitan, gritan, susurran, montan una performance, en una plaza, en un bar con borrachos sensibles, en un bar más careta, en una casa, a dúo, de a muchos, en soledad. Y estas tertulias que se daban a puertas cerradas y sólo para locos en el siglo pasado, y antes también, comenzaron a cobrar protagonismo cuando la poesía se desparramó entre el tumulto y abrieron las puertas a todos y a todas.

Ya en el comienzo de 2000, este suplemento alertaba sobre ese otro aguante, el de la palabra hablada: “Revistas, ciclos de poesía y toda clase de propuestas se generan en un espacio que no tiene dueño y que tampoco espera que lo legitimen”. Belleza y Felicidad, Los Amigos de lo Ajeno, Zapatos Rojos, Nunca nunca quisiera irme a casa, La novia de Tyson, Los Verbonautas, Voy a salir y si me hiere un rayo, fueron revistas, ciclos, lugares y fanzines donde un grupo de personas, y (esta vez sí) sólo por amor al arte, difundieron la poesía por el mero hecho de llenar un vacío a través de este acto estético. “Las lecturas se volvieron populares y encima vienen con un bonus track: las acompaña el rock. Quienes escriben, deambulan entre nosotros, aunque aún exista esa idea implícita de que los escritores son viejos”, escribía esta cronista en 2007, artículo donde además se sugerían espacios para confirmar aquella sospecha. No hace falta prueba de sonido, vender cierta cantidad de tickets o grabar un disco: sólo la necesidad del artista de expresarse e inmolarse desnudo de cualquier sonido más allá de su propia voz. Y como la palabra hablada es algo que no dejará de existir, los lugares para juntarse a leer y a escuchar se propagan. Living Público, Carne Argentina, Slam de Poesía Oral, Más Poesía, Menos Poesía, Festi Té, ¡Que viva la poesía!, No lo intenten en sus casas, Los Domingos Suicidas de CILC, El Combo Belga y tantos más, que si seguimos enumerando se acaba el mundo.

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