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Jueves, 27 de febrero de 2003

UN DIA EN EL ENCUENTRO NACIONAL DE MOTOS

Mi amor, mi perdición

Fotos: Cecilia Salas

El culto a la moto tuvo su meca en el Club Flandria, donde los motoqueros argentinos, a kilómetros luz de los Hell Angels, mostraron sus atributos y celebraron, incluso en compañía de un sacerdote...

 Por Javier Aguirre

“Dale, Poncharello”, le grita una minita peinada como si fuera una modelo de los ‘70 a un chabón que no se parece en nada a Poncharello, aquel personaje de motopolicía que protagonizaba Eric Estrada en la serie Chip’s. Este Poncharello tiene millones de rulos largos, pesa como 130 kilos, cada brazo suyo –completamente tatuado– es ancho como una pelota de fútbol, y tiene una campera de jean desmangada, con un estampado elocuente en la espalda: una calavera con dos ruedas, echando fuego y montada por una mina en tetas que tiene alas de dragón y sangre chorreando de la boquita. Poncharello está tomando un líquido rojizo-oscuro en lo que es el último gran aporte argentino a la vajilla descartable; la botella de plástico que cortada por la mitad se convierte en un supervaso perfecto, apto para albergar cerveza, vino o sus respectivas aleaciones con gaseosa o jugo. Y es uno más en la notable galería de motoqueros dignos de colección que pueblan el Club Flandria, en Luján, donde se celebra –durante cuatro días– el 5º Encuentro Nacional de Motos. Hay más de 700 máquinas de todo tipo: de las Harley a las Zanella, pasando por prototipos caseros que parecen licuadoras con ruedas, las orgullosas antigüedades de aire soviético, las bellezas multicromadas, las parapoliciales, las lujosas, las anchas, las largas, las de tres ruedas, las que tienen un asiento que parece un sofá de cuatro cuerpos, las que tienen ¡un mástil! con la bandera argentina, las que llevan sidecar (carrito lateral), o las que lucen un Elvis de plata encima del guardabarros delantero. Las únicas ausentes, acaso revalidando la puja motoquera británica de los ‘60 entre “rockers” y “mods”, son los scooters y las motonetas.
Este sábado el día es hermoso y la cancha auxiliar de Flandria, donde las motos están estacionadas una al lado de la otra, está rodeada por cientos de carpas. El club se ha convertido en una especie de camping para rodados y humanos, ya que el evento dura cuatro días y los motoqueros llegan desde todo el país. Hay tantas banderas como en un show de Los Piojos: Córdoba, Neuquén, Santa Fe; Pilar, Mar del Plata, La Plata y cada rincón de la provincia de Buenos Aires. ¡Hasta Tierra del Fuego! ¡Desde Tierra del Fuego a Luján en moto!
Las pandillas de motociclistas criollos lucen toda clase de distintivos; trapos, tatuajes, remeras, gorras, camperas, pins; todos con insignias propias. Y la lista de gangs no termina nunca: Razafuerte, Hell Patrol, Vándalos, Panteras del Asfalto, Caballos de Fuego, Jinetes de Argentina, Tormentas del Infierno, Custom Rock, Tehuelches de Chivilcoy (parece un equipo de básquet), La Logia, El Signo, Lobos Solitarios, Ride To Live, Guerreros del Camino y sus primos Caballeros del Camino... La banda de sonido está provista por los motores. Siempre hay motos arrancando o girando por la cancha de fútbol. Algunas, con problemas de arranque, son empujadas por amigos de sus dueños sin que eso implique oprobio ni papelón: son gajes del motoquero y todos lo toman con naturalidad, ninguno apela al consabido “es la primera vez que me pasa”.
El otro gran audio es blues y rock and roll (con breves intervalos de reggae), ya sea como música funcional o a cargo de bandas en vivo, que ofrendan mil versiones de “Me gusta ese tajo”, “Ruta 66” y “Rutas argentinas”. Por las distintas jornadas pasan muchas bandas, a pura distorsión y armónica; y el número central es el ex Riff Vitico y su plan actual Viticus. Pero el rock motoquero tiene exponentes de lujo en Rockmotor (“rock que echa puta”, un instructivo slogan), El Motor, Kerosene y Maquinación; además de grupos menos alusivos como Primitiva, Herederos del Silencio, Agitador o Curiosa Alegría. Todas grosas.
Entre los chabones, el cuero y el jean oscuro se imponen, y llama la atención la cantidad de biotipos de tipo alto parecido a iconos localescomo Pappo, Tanque o Chizzo. Las chicas son minoría y todas tienen mirada hosca. Muchas de ellas van en calidad de novias, abrazadas a los lomos de sus muchachos, en el asiento de atrás. Pero hay otras que tienen su propia moto, pañuelo en la cabeza (nadie las confundiría con una Bandana) y piernas al descubierto. Ninguno les grita nada. El clima es asombrosamente pacífico, más allá de que en los puestitos de venta de bebida haya caritas dignas de la cantina de La guerra de las galaxias.
También se venden, obvio, artículos para la cartera de la motoquera o el bolsillo del motoquero: motitos de juguete, stickers, hebillas, antiparras, pitucones. Hay puestos de tattoo, de fileteado de cascos y tanques de nafta, y flyers de venta de servicios útiles como ensanchamiento de llantas, cromados en negro, soldaduras especiales o repuestos importados de horquillas, manubrios y pedaleras.
La mayoría son veinte-y-treintañeros, pero también hay niños motoqueros y hasta abuelos motoqueros, como una parejita de ancianos (él al manubrio, ella en el sidecar) o el prócer Lito, de 76 años, cuyo rodado ostenta fotos de las décadas del ‘50 en adelante, en distintos lugares de la Argentina y América.

Dios es motoquero
El gran atractivo para los presentes es el exhibicionismo de la moto propia y ajena. Todos escrutan con respeto y admiración, agachándose a medias para señalar detalles, u observando con la mano en la pera y cara de experto. Hay motos punks (con el logo de Attaque 77), de heavy criollo (Almafuerte es favorito), de Animal Planet (pintada de tigre y con casco haciendo juego), con fuego fileteado o cubiertas de escuditos de fútbol. Y además del paso de las bandas en vivo, el encuentro tiene otras actividades, como pulseadas, cinchadas o strippers.
Pero el momento cumbre se da el sábado, cuando la organización –a cargo de la Agrupación As de Espada– prepara una caravana por la ciudad de Luján, un pequeño acto frente a la Municipalidad y un cierre a toda fe frente a la basílica, con bendición para motoqueros y todo. La marcha arranca, las motos abandonan Flandria, y los vecinos de Luján dividen impresiones. Los más salen a la vereda a ver pasar el show –verdadero corso motorizado–, con mate y silla, entre ellos algunos niños con risas nerviosas e histéricas. Otros caminan rápido y se alejan, con cara de miedo ante el ruido descomunal de los motores, que los intimida.
La llegada a la Municipalidad es gloriosa. Las motos copan el Centro de Luján y cortan las calles, y el líder motoquero Gordo Gustavo –un clon de Abraracurcix, el jefe galo de Asterix– sube al escenario donde lo recibe un enviado del intendente, que excusa la ausencia de su jefe blandiendo un supuesto estado gripal. Ambos, el político y el motoquero, intercambian algo parecido a elogios y agradecimientos. “¡Gordo presidente!”, unen sus gritos los motoqueros. “Algunos vecinos de Luján se oponían a que hiciéramos este encuentro argumentando que no hacemos una práctica tradicional”, pasa factura al micrófono y desde el balcón municipal el flamante presidenciable Gustavo, y remata: “¡¡Pero nosotros nos vamos a ocupar de que, con el tiempo, el Encuentro Nacional de Motos sea una tradición en Luján!!”. El pueblo motoquero estalla. Y el enviado del intendente aplaude, medido y feliz. El telón cae mientras un motoquero, en el medio de la calle, hace cero (o sea, hacer girar su moto en el mismo lugar, como un compás cuyo centro es la rueda delantera, logrando tapar la plaza con humo blanco y produciendo un ruido ensordecedor propio de la turbina más grande del mundo). Una niña le llora a su padre, no se ve nada salvo el humo, no se escucha nada salvo el estruendo, todos vuelven a sus asientos.
Ahora, en moto rumbo a la sublimación de la fe cristiana. La caravana sigue un par de cuadras hasta la famosa Basílica de Luján, donde las tradicionales santerías y puestitos de ventas de imágenes de la Virgen venden poco: esta multitud no es una multitud común, es una multitud motoquera. La tropa motorizada ruge en la plaza y entre los escapes y los tatuajes se destaca una calma figura blanca; el sacerdote, que camina y camina ensimismado por los intersticios irregulares que separan las motos, y rocía a todo el mundo con agua bendita. Este malón no es diabólico. Algunos esperan sonrientes, otros directamente se arrojan frente al clérigo buscando en sus cuerpos la líquida bendición. “¡Acá, padre!”, reclama uno con uniforme de cuero, que poco después va a acelerar por la ruta de regreso a su pago, encomendándose a Dios y desafiando la máxima antimotoquera de que “en la moto, la carrocería es uno”. n
* Próximos encuentros de motoqueros previstos: “Solitarios del Camino” (4, 5 y 6 de abril en Marcos Juárez, Córdoba; información en [email protected]) y “Motoencuentro Vampiros” (14, 15 y 16 de noviembre en Carmen de Areco).

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