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Jueves, 31 de mayo de 2012

EL BAILE TRASCENDENTAL DE LA PRIMERA YOGA RAVE PORTEÑA

No es por culpa de la droga, no es por culpa del alcohol

Estas fiestas quizá sean la mejor postal del boom de la espiritualidad en la Argentina: encuentros sin humo, con oradores que instan a “abrir y calentar los canales de energía” y sanguchitos vegetarianos, momentos de meditación y sonrisas inoxidables.

 Por José Totah

El flaco de seguridad de Groove, el boliche que queda al costado de La Rural, nunca tuvo tan poco trabajo. Está cruzado de brazos y observa, sin entender demasiado, la fila de gente feliz que ingresa a la pista. Ticket en mano, los recién llegados se ríen de algo que sólo ellos saben. Dan un poco de envidia, en el fondo. Son las ocho de la noche de un horrible domingo de lluvia y la sala está repleta: va a comenzar la primera Yoga Rave porteña. Aquí no se consigue ni una gota de alcohol, nadie fuma ni se empastilla, ni apura el fondo caliente de un tetra antes de pasar por la boletería. El NO se infiltró en este ritual, organizado por la fundación El Arte de Vivir, y te cuenta cómo es pasar la noche en un bailongo yogui.

Lo primero que se ve al entrar a Groove es a un montón de gente en el piso, muy atenta a lo que dice un tipo desde el escenario. “Divertite sin humos, sin drogas ni alcohol”, proclama. Todos festejan la consigna, se sacan fotos como en un viaje de egresados y se felicitan por estar ahí (“¿Vos estabas en mi curso?”, se preguntan una y otra vez). Se refieren a los cursos de El Arte de Vivir, una ONG creada en 1982 por Sri Sri Ravi Shankar, cuyo objetivo es aliviar el estrés y la violencia, con la Unesco como entidad consultiva. El que toma el micrófono es un tal Sergio, que da las instrucciones de la relajación: “Vamos a abrir los canales de energía así vivís la fiesta al ciento por ciento; cuanto mejor respires, más potente va a ser esta experiencia para vos. Poné una sonrisa en tu rostro y exhalá. La sonrisa es la mejor droga que hay”, insiste. Y, entre tanto cuerpo relajado, siempre está la ganancia del pescador, porque una rubia se queja de lo contracturada que está y un pelado muy ganador aprovecha para hacerle masajitos en los pies. Para algo habrán servido tantas horas de yoga y colchoneta, pensará el hombre. No se sabe si los canales de energía están abiertos, pero que están calientes no hay ninguna duda.

Para el que no entiende de qué se trata, la escena es desconcertante. Ahora están todos firmes frente al escenario –en las pantallas titila un signo de exclamación colorado–, como una legión de zombis yóguicos o un ejército de meditadores dispuestos a conquistar el mundo. Sonríen siempre, con sus botellitas de agua mineral junto a ellos. Y, de repente, ante la señal de Sergio, lanzan un Ommm que retumba como el pisotón de un gigante en toda la pista. Hasta los que están detrás de la barra, sirviendo jugos a veinte pesos (la variedad Amor es la más vendida) y sánguches veganos a diez, parecen hipnotizados por la voz en los parlantes. Es, sin dudas, la mejor postal del boom de la espiritualidad en la Argentina. A esto nos ha llevado la modernidad o la desesperación, dirán los que no creen en esto.

Sabrina, vocera de prensa del evento, cuenta que la mayoría de los que vinieron a la fiesta hicieron los cursos de El Arte de Vivir o escucharon hablar de ellos, y se juntaron esta noche para celebrar a lo grande. La idea misma de las Yoga Rave nació de un grupo de músicos que se conocieron en estos seminarios, durante 2008, y decidieron salir al mundo a cantar sus mantras. Mal no les fue: el grupo que toca en Groove esta noche se llama So What Project!, viene de presentarse en Nueva York hace un par de meses y de girar por todo Estados Unidos. El año pasado dieron un show en el Estadio Olímpico de Berlín, frente a 50 mil personas, y anduvieron por toda América del Sur. Sus canciones no tienen letras, sino mantras que se repiten hasta apelotonarse en algún rincón del cerebro. Los dos músicos en escena, Nicolás Pucci y Rodrigo Bustos, hacen un set contagioso. “Cuando empezamos venían diez personas y la gente se fue multiplicando. Además de girar por el mundo, estamos orgullosos de haber tocado la semana pasada en un penal de San Martín y de haberlos hecho bailar a todos”, cuenta Pucci.

“Este es un lugar para venir a bailar, tomar tragos naturales, hacer yoga, meditar y disfrutar de dos horas de show en vivo”, repite Sabrina, que, para variar, también tiene una sonrisa de oreja a oreja. ¿Será uno el amargo o esta gente se ríe de cualquier cosa? Justo cuando nos estamos haciendo esa pregunta empieza el show de So What y el público estalla. Debe haber sido que los canales se abrieron en serio, porque están todos desatados, abrazándose, saltando como si fuese la última noche de sus vidas (y eso que la joda termina, muy puntual, a medianoche). “Yo voy siempre a las Creamfields pero lo que me está pasando acá no lo viví nunca, y mirá que yo soy de reventarme en serio, eh”, jura Lucía, morocha llena de piercings que se saca fotos con todo el mundo e intercambia pings desde su Blackberry. “Disculpame, pero quiero seguir bailando”, se excusa.

Llegado un punto de la noche, tanta sonrisa y buena onda ponen los pelos de punta. El cronista se solidariza con un chabón que está apoyado en la barra, tomando un juguito. Ni se ríe, ni baila ni corea mantras. Parece bastante amargado, de hecho. “¿Que querés que te diga, flaco? Me pasaron el dato de que acá se levantaba pero las minas están peor que drogadas. Les hablo y me sonríen como tontas, y me toquetean también, pero cuando les quiero enchufar un pico me corren la cara”, confiesa. A medianoche, cuando termine la Yoga Rave, se lo verá salir de Groove con un sánguche de vegetales a medio comer en una mano y un jugo Amor en la otra. Para él, todo el asunto de abrir los canales de energía no habrá servido de nada.

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Imagen: Cecilia Salas
 
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