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Jueves, 30 de agosto de 2012

EL VIAJE PSICOMáGICO DEL EX LAGARTIJEANDO

“La música no era para subirse a un escenario”

El sonidero y docente rural Matías Zundel, parte del colectivo ZZK, acaba de lanzar el ecléctico e interesante Amazónico gravitante, una fusión de folklores y electrónica que compuso en Perú, Bolivia, Ecuador y Colombia.

 Por Santiago Rial Ungaro

“¿Legartijuandou?” Matías Zundel cuenta que cambió su nombre artístico, con el que ya había editado Neo bailongo, en 2009, para el sello ZZK Records, porque “a los gringos les cuesta un poco decir Lagartijeando, pero en definitiva no es algo tan importante como lo musical: me sigo sintiendo identificado con Lagartijeando”, sostiene. La anécdota es ilustrativa de las paradojas de ZZK, sello que colabora con el prestigioso colectivo estadounidense Waxploitation y cuyas producciones for export posibilitan que exista este interesante y ecléctico primer disco editado bajo su nombre: Mati Zundel. Aunque Matías viajó con su música por Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, Dinamarca, es curioso que por ahora no tenga fechas en el país y sí toque a fin de mes en Perú y en Bolivia. Lo cierto es que sin esta dinámica de producción global que caracteriza al sello, este disco quizá sólo existiría en el disco rígido de su computadora, en Dolores, lugar donde vive este músico-profesor rural, justo ahí donde se abre la Ruta 63, a unos 150 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires.

“El problema que tiene esta música es que no tiene una escena que la encuadre –explica–. Aunque yo tampoco vengo mucho para Buenos Aires, más que para tocar una vez al mes.” Zundel trabaja de docente en el campo, en cuatro escuelas primarias y secundarias, y cuenta que va a trabajar a dedo: “No hay otra forma”, aclara este aventurero nacido en 1982 que vino de su pueblo natal a estudiar sonido y grabación en la Universidad Nacional de Lanús, algo que le sirvió para “salvar las papas y poder dar clases”. No sólo de “lagartijear” vive este hombre, que después de haber tocado el bajo en Ojas durante cinco años, un día de 2008 decidió vender todo y viajar tres meses a México. Al final se quedó casi dos años, en un viaje iniciático que lo llevó por Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia.

De esa experiencia fue que surgió este disco tan bailable como ecléctico: con su humilde laptop, Mati fue captando sonidos de quenas, tamporias y bombos legüeros que descubrió en el camino, y fusionándolos con bases electrónicas en ritmos de bomba ecuatoriana o de cumbia, dándoles color a sus extravagantes canciones. Aunque la música de Amazónico gravitante sea realmente telúrica y latinoamericanista, tocar en Europa sigue apareciendo como un destino ineludible. “Lo que pasa es que allá capaz que existe la posibilidad de conseguir un manguito, lo que acá es bastante jodido; los lugares que apuestan a innovar son pocos. Allá hay un público más intelectual que se copa con esa cosa rítmica y exótica: está medio de onda escuchar una música loca, de otro país, aunque tampoco hay algo concreto o establecido. Son pibes que capaz que son djs y se copan con armar fiestas.”

Más allá de estas experiencias cosmopolitas, lo que marcó su desprejuiciada actitud musical fue el viaje: “Allá me pasó que me pidieran un tema de mi tierra, pero cuando tocaba reggae me paraban y me pedían algo folklórico. Y me di cuenta de que tenían razón, así que me puse a investigar el folklore, desde clásicos como Mercedes Sosa y José Larralde hasta cosas más nuevas como Bruno Arias o Tomás Lipán. Escucho folklore, electrónica, reggaetón, cumbia, música indígena, y de todo eso sale una ensalada. Creo que Amazónico gravitante es eso: una ensalada de géneros en la que hay de todo, desde una canción pop hasta un canto del ayahuasca”.

La gravitación de su música tiene bastante que ver con esta experiencia: “Yo no creía en Dios, y en un punto fue como buscar a Dios. Ponerle un poco la lupa a esa parte espiritual”, cuenta sobre su encuentro con Rosa Giove, cirujana peruana que a la vez es directora de un centro de rehabilitación en Tarapoto y que aparece, en pleno trance ayahuasquero, cantando esas inquietantes canciones e invocaciones que “le vienen” cuando está en trance. “Yo estaba sorprendido, porque la conocí en un evento que organizaba el gobierno de Colombia para el que te podías quedar ahí a precios re baratos tomando ayahuasca con varios chamanes. De repente veías a un viejito de 80 años que había venido desde el Amazonas caminando dos días... ¡y andaba re bien! Me pareció muy bueno ver que el Estado promueva algo así, algo que es parte de la cultura de ellos.”

Con todo, la gravitación amazónica no dejó a Mati en la estratosfera fantasmagórica: “Es bastante revelador, porque cuando tomás se te vienen espíritus y ves el aire y el agua, y percibís que tienen una energía re zarpada: ves cosas que antes no conocías. Yo no voy a estar viendo el mundo siempre así, pero sé que eso está. Y a partir de saber eso, se te reconfigura el mundo de otra forma. Pero no quiero que quede como una propaganda: he visto a gente pasarla muy mal. Hay que tener mucho cuidado con ese tema porque es algo que desata fuerzas muy fuertes... y esas fuerzas te pueden llegar a dominar”, advierte y comenta que hace un tiempo que practica la meditación vipassana con una prestigiosa fundación que viene de la India: “La verdad es que me parece mucho más profundo, no es algo externo sino interno y al final es un trabajo que si te sirve para la cotidianidad. Pero sí me sirvió esa experiencia para tener otra mirada y revisar otras cosas. Entender que antes la música no era para subirse a un escenario sino que se le cantaba a algo más”.

* Mati Zundel es uno de los artistas participantes del compilado Future Sounds of Buenos Aires, que reúne piezas de artistas de ZZK Record como Frikstailers, Tremor, Daleduro, Fauna, Chancha Vía Circuito, The Peronists, Super Guachín, La Yegros, El Remolón, El Trip Selector y King Coya.

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Imagen: Cecilia Salas
 
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