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Jueves, 7 de marzo de 2013

UN DOCUMENTAL SOBRE EL JUICIO AL SITIO DE TORRENTS

“The Pirate Bay es diez veces más grande que Napster en su apogeo”

El director sueco Simon Klose hizo un retrato urgente y político sobre el proceso judicial que enfrentaron los responsables del servicio web. Y al final confirmó que no existen héroes perfectos.

 Por Federico Lisica

Paradoja: buscar en Cuevana.tv un documental que se mete de lleno en el debate sobre los alcances de la cultura digital y sus forceps, The Pirate Bay - Away from Keyboard, y que el sitio, pese a tenerla en su catálogo, responda que “no se encuentra disponible para su reproducción”. Es entendible, en parte: desde hace un tiempo, Cuevana está “reorganizándose” por las demandas acerca de delitos contra los derechos de propiedad intelectual. Y, justamente, la obra del documentalista y director de videoclips Simon Klose –que, entre otros, trabajó en el reality de Ozzy para la MTV– mete el dedo en la llaga de estas discusiones, acaso con el retrato más urgente, notable, sensible, político y –cuestión no menor– sencillo en su acercamiento a términos afines al copyright y las nuevas formas de consumo derivadas de Internet.

La película comienza en 2008 y termina en los últimos meses de 2012. Lo que registra es el juicio llevado a cabo en Suecia contra los dueños de The Pirate Bay (el sitio de búsqueda y rastreo de torrents más usado en el planeta) a partir de una demanda impuesta por las principales productoras cinematográficas de Hollywood. “TPB es diez veces más grande que Napster en su apogeo y sigue creciendo”, dice Peter Sunde, uno de los acusados, cerca del final, ojeroso y más pelado que al inicio de un entuerto legal al que define como “kafkiano”, pero aún con fuerzas como para llevar su causa al Parlamento Europeo.

El documental podría ser relacionado con The Social Network (planos alla David Fincher, paranoias de jóvenes brillantes en medio de un conflicto judicial) pero, además de contar una gran historia, es un instrumento de acción concreta. A pocos días de su estreno por la web, ha sido vista por más de un millón y medio de personas, se ha traducido a varios idiomas y desde su sitio (Tpbafk.tv) se invita a “remixar” esta obra financiada vía crowdfunding y lanzada bajo licencia Creative Commons.

“Somos más que una pequeña secta”, define Simon Klose, su realizador, aludiendo a una frase poco feliz que emplea la abogada de los litigantes. En poco más de 80 minutos, el cineasta sueco critica la ofensiva de las organizaciones que ostentan los copyrights y su poder de lobby, retrata la polémica sobre las fronteras de Internet y la injerencia judicial de un país sobre otro, y apunta al gran tema: las visiones contrapuestas de negocio y cultura. “Ellos son como los amish, que quieren vivir sin electricidad; no se les pasa por la cabeza pensar un nuevo modelo”, señala uno de los involucrados, respecto de las productoras comerciales.

La cámara sigue a tres de ellos. El mencionado Sunde, su vocero, el más lúcido, convencido de ser un perseguido político, es quien lanza mantras del tipo: “Ellos intentan con trucos legales, nosotros con técnicos, es una cuestión de demostración táctica con distintas armas”. Su contracara son Gottfrid Svartholm y Fredrik Neij, genios informáticos con más de un problema de comunicación y hasta personales que su director no pretende ocultar. Todo lo contrario.

Svartholm es soberbio con aquel que no maneja el vocabulario de la computación, no duda en mandar a cagar vía mail a sus demandantes y terminará escondido, trabajando para Wikileaks. “Estados Unidos podría perseguirlo por terrorista, drogas y piratería”, dice sobre él –con humor demasiado negro– un amigo suyo.

Y Neij, protagonista del gran momento techie de The Pirate Bay - Away from Keyboard, en el que se devela la sede oculta de la compañía. Se ven las cuatro unidades de procesamiento central, con doce procesadores, entre servers y cables y bajo una temperatura fresca, ajenas a lo que sucede allá afuera. Es impactante cómo algo tan pequeño puede originar tanto alboroto. Neij es, en apariencia, el más inocente y menos comprometido a nivel ideológico. Hasta que se toma un par de cervezas y comienza a insultar a los inmigrantes y a uno de sus compañeros, por ser “vegetariano y de izquierda”.

Es que la historia de The Pirate Bay también está teñida de acusaciones sobre racismo, específicamente sobre el cuarto acusado, su financista, un hombre con un pasado ligado a partidos de extrema derecha. Ahí la riqueza de la obra de Klose. Aparecen los fundamentos y contradicciones de un caso paradigmático, que, además, incluye cambios existenciales en la vida de tres geeks. En otro gran momento, uno de ellos dice que prefiere usar la sigla AFK (Away From Keyboard o “al margen del teclado”) antes que la de IRL (In the Real Life, “en la vida real”). Lo hace porque considera “que Internet es real”. Tan real que significará persecuciones, exilios forzados, deudas millonarias y la posibilidad, cada vez más patente, de pasar un buen tiempo tras las rejas.

Simon Klose habla en exclusiva con el NO desde Malmö, Suecia, vía Skype. Sabe “un poquito” de castellano y le pide un mate al Suplemento (agradece que se le acerque la bombilla a cámara). El cineasta acaba de llegar de Alemania, donde presentó TPB-AFK en la Berlinale: “Luego de las proyecciones hubo unas buenas discusiones sobre copyright e Internet; hay un gran debate allí. Como en todos lados, en realidad”.

–¿Esa es la intención de tu documental, instar al debate?

–Se trata de hacernos preguntas, más que de dar respuestas, sobre el futuro de Internet. ¿Queremos que sea libre o que esté en manos de unas pocas compañías? Para artistas como yo, el bloqueo a The Pirate Bay no es una buena forma de concebir la cuestión. Aunque también me interesa el lado humano de la historia: ¿qué precio debés pagar si trabajás con esta herramienta disruptiva e innovadora que llama a la desobediencia digital contra formas establecidas?

–¿Cómo nació el proyecto? Sobre todo teniendo en cuenta que no es la visión oficial de The Pirate Bay del juicio.

–No es su versión, es la mía. Conocí a Peter (Sunde) en unas marchas contra una ley que iba a salir para espiar a los ciudadanos. Luego de esas protestas nos tomamos un café, me contó cómo la administración Bush los persiguió desde que tenían otra página, un montón de historias, algunas muy graciosas, todas fascinantes. Fue un proceso de cinco años, un largo viaje.

–Hay un momento en el que él le agradece a Hollywood por haberle enseñado que “los buenos triunfan al final”, pero la película tiene una visión más amarga de la cuestión. ¿Cuál era tu intención a la hora de retratarlos?

–Ustedes son de la Argentina. Yo de Suecia. Mamamos ese modelo, pero no hacemos películas tipo Hollywood. Si la hubiesen hecho allá seguramente el final sería distinto. El veredicto es una tragedia que nos afecta a todos. Por eso el final puede parecer melancólico. Incluso a Peter no le ha gustado mucho: lo ve demasiado oscuro. A ellos los quería retratar como personas reales, aunque para mí son héroes. No me gustan los héroes demasiado perfectos, no podría confiar en ellos si lo fueran. Quería hacer un retrato desnudo de tres jóvenes que revolucionaron el mundo, tal como lo conocemos, honestos, con sus cosas buenas y malas.

–¿Hay alguna escena que para vos defina al film?

–Cuando están en Laos y leen la sentencia por Internet. Se capta cómo la vida de ellos está por cambiar. Se ven las reacciones, y estamos con ellos, es reflexivo; tiene algo de cinema verité, donde la cámara no interviene, pero también hay una dimensión política.

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