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Jueves, 14 de marzo de 2013

Y EN ESO PASó EL 9º TATTOO FEST

Calaveras y diablitos

“¡Yo no me tatuaría en una convención!”, dice Diego “Mandinga” Staropoli, quien no obstante es referente de esta movida artística y solidaria en torno de la que se juntan los fieles de esta “nueva religión” entintada.

 Por Facundo Gari

El grandote está tirado en una camilla, con el brazo de almohada y el límite entre gamba y nalga derechas entregado al tatuador. “Es la cara de una mujer”, balbucea. “¿Alguna en particular?”, consulta el NO. “Genérica”, devuelve sin más. Se lo compadece: lleva tres horas de punzadas y miradas de los que se le arriman como a una atracción de zoológico. Aunque en lugar de cacahuates, un emo le ofrece un chopp. El tatuado, groggy por las agujas y los ojos, actúa como lo haría ahora Winner, el oso polar fallecido en Navidad en el Zoo porteño.

La escena se repite en algunos de los 85 mini estudios distribuidos en tres pisos del Bauen, durante la novena edición del Tattoo Show. “¡Yo no me tatuaría ni ahí en una convención!”, opone Diego “Mandinga” Staropoli, referente de esta movida anual que incluye venta de insumos, certámenes de excelencia, concursos de belleza y recitales de bandas emergentes, además de una colecta para escuelas rurales. “A algunos les gusta esa adrenalina de reality show; yo soy un histérico, prefiero un ambiente relajado”, admite. Igual, se trata de compartir; no sólo sudor y lágrimas sino sobre todo información de tendencias, metodologías e higiene de este arte de hacer que lo esencial sea visible a los ojos. En tu propio cuerpo.

Fueron tres días –de viernes a domingo pasados– de laburo e intercambio de lo más destacado del tattoo vernáculo (por ejemplo, estuvieron los tecnicolores Víctor y Gaby Peralta) e internacional (con el español Mao y el italiano Lauro Paolini a la cabeza de la comitiva), siempre en el hotel cooperativo. De ahí que Staropoli finalmente entienda a quienes eligen enchularse el lomo, aún con 5 mil personas por día rondando, el calor consecuente y el zumbido coral entre molesto y narcótico de las maquinitas: “Es una de las mayores convenciones de Latinoamérica y vienen tatuadores que no se podrán tener a mano en otro momento”, simplifica.

Por los pasillos del Bauen van jóvenes más o menos experimentados: mangas orientales, calaveras y diablitos, un Gauchito Gil, una Campanita, una “PR” con coronita y un escudo de Huracán. Pero también deambulan pieles vírgenes, de las lisas y las arrugadas. La salida del tatuaje del gueto marginal y luego del cool/rockero, y el pasaje de una práctica tabú a un tótem de quienes lo practican abrieron hace años el espectro de usuarios. Lo demuestran quince stands de productos, en los que conviven piercings fluorescentes, catanas samurai y remeras de Marilyn Manson con pines de Mercedes Sosa, gorritas de Messi y carteles de fileteado porteño.

La pata solidaria no es una acción más. Los integrantes del estudio Mandinga –con base en Villa Lugano– son padrinos de seis escuelas y un hospital de Jujuy y Santa Fe. “Por mes mandamos un camión con mercadería”, cuenta el organizador, y señala ropa, alimentos, televisores y compus aportados por la asistencia. El sábado fue proyectado el documental Mandiga Tour, sobre uno de esos viajes; y el domingo una decena de cuadros fue subastada con el fin de comprar cubiertos, mesas y sillas para los colegios. “Al hablar de tatuajes se piensa en un mafioso, y nada que ver. Tenemos conciencia social. Antes que quedarnos criticando a nuestros gobernantes, preferimos llevar ayuda a esa gente que la pasa mal.”

Y es una postura en la que tienen mucho que ver los realizadores, su compromiso estético y ético vinculado con una idea comunitaria de armonía. Justo cuando el NO pasa por el stand de Juan Bonaro –que ya delinea la 3ª Convención Internacional de Tatuajes platense para octubre–, éste le recomienda a un adolescente el pulso de un colega. “Si sabés que otro va a lograr mejor un trabajo de determinado estilo, lo recomendás. Somos una familia.” Staropoli lo secunda: “No me cabe hacer algo que no está bueno. El tatuaje es mi religión: como hay católicos, hay tatuadores”.

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Imagen: Cecilia Salas
 
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