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Jueves, 4 de abril de 2013

SOBRE EL CASO DE AMINA TYLER

Mi cuerpo es mío y de nadie más

Las fotos subidas por esta joven tunecina a Facebook, en las que mostraba esa y otras inscripciones en su torso desnudo, generaron condenas de la Iglesia musulmana y una campaña global de apoyo.

Una mujer, dos tetas y una frase. Luego, la foto y un malentendido padre. O madre: la joven tunecina Amina Tyler, de 19 años, se convirtió en la nueva bandera de algunos movimientos juveniles feministas. Amina vive en Túnez, capital de uno de los países más pequeños y a la vez emblemáticos del mundo árabe (el homónimo, claro), sobre todo por los añejos procesos de secularización que lo distinguen de las vecinas monarquías musulmanas. Entre sus políticas, se ha destacado el plano de igualdad al que accedió la mujer luego de la prohibición de la poligamia, del velo y del matrimonio impuesto por el hombre, conquistas logradas con una ley que no se aprobó ni ayer ni el año pasado, sino en 1957, más de medio siglo atrás. En Túnez se fomenta la participación femenina en la función pública y fue abolida la pena de muerte.

Amina se sacó una foto con sus pechos al aire y la inscripción en árabe: “Mi cuerpo es mío y de nadie más”. Una reivindicación fisiológica. Es decir, física pero también lógica, en un país donde la gente acostumbra a protestar para conservar la tradición musulmana ante la avanzada laicista. Tal como hizo Adel Almi, un sacerdote imán que reclamó públicamente cien latigazos y muerte a pedradas para Amina, cuya foto, una de las publicadas en su muro de Facebook, tuvo con eso repercusión mundial semanas después.

Lo posterior fue confuso. Se dijo que Tyler había sido condenada a pena de muerte (que no corre más desde 2011), que su familia fustigó su obrar de modo implacable, que fue repentinamente secuestrada por fanáticos o bien que estaba internada en una clínica psiquiátrica. En tanto, medios y periodistas que jamás pisaron suelo árabe se prestaban el atrio de la moralidad para elucubrar teorías disparadas sobre esa “sucursal del Mal” llamada Túnez, con argumentos similares a aquellos con los que la OTAN disfraza de misiones humanísticas sus intervenciones criminales en toda la región.

Una especie de clamor mundial invadió la escena, con agrupaciones reuniendo firmas para exigirle al gobierno tunecino su aparición y grupos feministas repudiando la condena a muerte pedida por el sacerdote. Femen, organización ucraniana de alcance mundial que nunca ocultó su desprecio por el fundamentalismo musulmán, convocó a las mujeres del mundo a que este jueves 4 de abril protesten con sus pezones al aire en la puerta de la embajada tunecina que corresponda.

Mientras la iniciativa se desparramaba por el mundo con centenares de chicas replicando la experiencia de Amina en sus propios cuerpos y muros, su abogada aclaró que su clienta se encontraba “sana, salva y en su casa”. Y entonces, la convocatoria mundial quedó reducida a un bleff vergonzoso, donde las reivindicaciones de género quedaron enmarañadas en los prejuicios culturales de quienes no pudieron ver más allá de los propios estereotipos que ellos alimentan, hacia el gesto temerario de una joven indispuesta a que alguien más gobierne su cuerpo. Resignificar un mensaje cuando ya no hay nada más por decir ni hacer –¿había acaso algo para agregar a lo dicho y hecho por Amina?– nos deja a raya siempre de lo evidente: además de los latigazos y las apedreadas, violencia es mentir.

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