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Jueves, 25 de julio de 2013

LA PSICODELIA EN EL RETROVISOR

El futuro llegó hace rato

Para Laissez Faire, Galápagos y Grillo Matto, se trata de traer de los setenta una ética, una estética y una poética para interpretar el presente, incluso cuando los tiempos (y el ácido) hayan cambiado. Pero en ese movimiento, ¿siguen la línea del rock psicodélico progresivo o trazan un círculo regresivo que se cierra sobre sí mismo?

 Por Julia González

El rock supo ser baile, algarabía, campera de cuero y todos los lugares comunes que expuso Hollywood a través de un cine previsible y obvio en el esplendor de los ‘50, una época fascinante pero naïf para los jóvenes. Sin mediar tecnologías, se descubrían el sexo, el tabaco y el ponche. Pero esos chicos no se imaginaban lo que estaba por pasar: una tarde alguien acercó la creación de Albert Hofmann, que aparcó su bicicleta en un jardín gelatinoso y bendijo al rock (y al mundo) con el LSD, esa síntesis química que cambiaría la visión de lo que él mismo llamó “la realidad”. El ácido, sintetizado en 1938 y descubierto en su esplendor limante en 1943, llegó durante los sesenta a la cultura joven para modificar el ambiente a través de las manifestaciones del alma, de la mano de la contracultura que más tarde adoptaría el neologismo de psicodelia, acuñado también años antes por el psicólogo que le presentó la mescalina a Aldous Huxley.

El contexto estaba dado para que la expansión artística estallara a principios de los ‘60 a fuerza de sustancias psicoactivas y otros hechos sociales y culturales: la beatlemanía, The Who, el asesinato de John F. Kennedy, las movilizaciones de los afroamericanos por sus derechos civiles, el Mayo francés, las marchas en repudio a la guerra de Vietnam. La estética se tornó florida y Los Beatles pasaron del blanco y negro al color en All You Need Is Love en 1967, durante la primera transmisión de televisión satelital. Durante los ‘60, todo era nuevo en un mundo joven que alteraba su percepción del tiempo y el espacio, cuyo sonido se acoplaba a un entorno acorde. Entre muchas bandas que matizaron el antes y el después de Woodstock, dejaron sus huellas Grateful Dead, Jefferson Airplane, The Crazy World of Arthur Brown, The Mothers of Invention, Gong, Cream y los promotores populares de ese sonido: Pink Floyd.

Mientras tanto, por estas latitudes detonaba el Di Tella como un laboratorio de arte, Almendra, Manal y Los Gatos inauguraban una nueva página en la música popular, los estudiantes resistían el Cordobazo, el Rosariazo y la Noche de los Bastones Largos, Julio Cortázar ya había publicado Rayuela, el Che Guevara sublevaba América del Sur, y las patas de elefante y el pelo largo habían invadido la almidonada Buenos Aires. El rock respondió con psicodelia e intensidad a aquel contexto sociocultural mientras se destacaban Color Humano, Litto Nebbia, La Cofradía de la Flor Solar, Invisible, Arco Iris, Miguel Abuelo y la primera época de Los Abuelos de la Nada, Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll, entre otras.

Pero ahora que el mundo se globalizó y asistimos a la rebeldía por tevé, ¿cómo es posible revivir esos viejos posters que fueron héroes del rock? ¿De qué forma se renueva ese sonido intenso y característico que tuvo esa época? ¿Cuál es el motor que impulsa a las bandas actuales a sonar como aquellas de los ‘60 o ‘70? ¿El LSD aún acompaña esa exploración musical? ¿Alguien posó peposo para la tapa de un disco últimamente? Son preguntas que tal vez excedan al presente, pero con una nueva visita de los australianos Tame Impala en el horizonte, o la presencia activa de The Flaming Lips y de MGMT, la manifestación del alma se corporiza aún hoy. Mientras tanto, los locales Pez enarbolan la bandera del rock progresivo y psicodélico, seguido por Tulús, Los Pakidermos, Go-Neko!, La Patrulla Espacial, El Festival de los Viajes, Prietto viaja al cosmos con Mariano, Poseidótica, Vlad Tepes y otras viajeras del arco iris que recorren juntas el cosmos imaginario en su DeLorean acustizado, coleando en las pistas del tiempo.

Déjalo ser

LAISSEZ FAIRE

Laissez Faire no tiene nada que ver con la expresión francesa “dejad hacer, dejad pasar” naturalizada por la teoría del libre mercado. Sus integrantes aclaran que ni siquiera están de acuerdo “en términos políticos, económicos o culturales con el concepto”. Lo que trataron de hacer con el laissez faire fue un dejar hacer: “Un let it be, una revolución artístico-cultural en la cual combinamos diferentes tipos de arte para llevar un concepto a largo plazo”, explica Leo Moreno (guitarra y voz) a la vez que da una clase intensiva de francés: “Lesefér, se pronuncia”. Esclarecida la cuestión del nombre, la banda que homenajea a The Who y Pescado Rabioso en su último disco, Tornasol, habla de rescatar el espíritu de la psicodelia para retomarla y resignificarla en el presente.

Laissez Faire parte de la cultura beatnik, pasa por lo que fue Vietnam y el Mayo francés y redime este anclaje en la historia como un eje valioso en el cual “la gente casi toma conciencia masivamente. Se despertó la juventud como herramienta fundamental para el cambio y ese tipo de vanguardias que antes eran mucho más elitista, fue un destape: las drogas, el cine, la Revolución Cubana”, expone Leo, y recuerda Medianoche en Paris, la película de Woody Allen en la que los artistas de la Belle Epoque estaban insatisfechos y añoraban un pasado estético que no habían vivido.

“Un artista tiene la ventaja de que siempre tuvo a alguien atrás que lo hizo movilizarse”, dice Leo. Y especula: “Dentro de veinte o treinta años va a estar buenísimo el revisionismo indie; es un poco como lo que pasa con Cemento, jactarse de haber tocado ahí cuando ir a Cemento era una basura”, se ríe de la comparación.

Con Pizarnik como vocera de las influencias literarias y una pizca de Rimbaud, Marechal, Cortázar, el existencialismo sartreano y los poetas malditos, Laissez Faire nutre su vuelo. El arte y el nombre del disco abren una puerta al pasado cuya paleta de colores y matices viaja al fin de los ‘60. Musicalmente es la muerte del Flower Power, la psicodelia que recupera a Led Zeppelin “y se pega más al Swinging London que al kraut rock alemán”, comenta el cantante.

En Tornasol, las canciones se despegan de las que conforman el primer disco, Puentes de pasto, oscuro y minimalista, a pesar de tener la pretensión y la soberbia de las cosas que se hacen por primera vez. Hoy los integrantes de Laissez Faire reconocen la experiencia que les dio pasar por épocas de autoproscripción y otras más felices, como la fecha que compartieron con Interpol e Inspiral Carpets luego de ganar un concurso. “Fue un mimo eso. Después vino el ostracismo, tuvimos muchos quilombos estructurales, bardos con el manager. No teníamos un peso, el disco no salía, Sony nos cajoneó, esas promesas de las multinacionales... Tuvimos un año de especulaciones, esperando la coneja que nunca llegó.”

Hasta que dejaron de hacer cola y fueron al encuentro de la montaña, empezaron a tocar en lugares más chicos, a rockear y a tornarse más garageros. “Aprendí a tener paciencia y a no hacerles caso a las opiniones de terceros, me chupa un huevo lo que piensan los terceros. La posta la tiene el grupo humano que conforma el arte, los que están atrás son de palo”, retruca.

Tornasol incluye Post-Crucifixión, de Pescado Rabioso, el tema del riff primigenio, el de la escala pentatónica que por instinto toca un guitarrista al enterarse del significado de riff. Y la batería está a cargo de quien grabó esa canción originalmente, Black Amaya, quien vino especialmente desde San Luis para la toma. Con Black se conocen desde 2009, cuando compartieron una fecha con su quinteto de blues. “Y justo hicimos Suspensión, un tema de Invisible. Le gustó la banda, estuvimos charlando en camarines, y después él nos nombró como banda revelación.”

El canto del grillo

GRILLO MATTO

El proyecto de armar una banda estaba en el aire cuando una madrugada se presentó un grillo en el living de la casa de Alejandro Morandini. Estaba tocando bajito para no hacer demasiado ruido, con la guitarra desenchufada, y Federico Bramanti golpeaba apenas la mesa con los palillos, mientras el canto del grillo acompañaba el ritmo. Cuando Federico paraba, el insecto se callaba. Y así estuvo coordinado el trío de humanos e insecto cerca de veinte segundos. “Y empezamos a decir ‘Uh, el grillo, el grillo’, pensamos en El Grillo Loco como nombre de la banda, pero no iba. Y como todos éramos tanos dijimos ‘¿Cómo se dice loco en italiano?’. Matto, bueno, nos llamamos Grillo Matto”, recupera Alejandro.

“Lo atractivo es tocar, es como el error transformado en algo positivo. Después se da algo medio de casualidad. Agarramos, hacemos la música que nos gusta, la armamos en la sala, y queda así”, dice Alejandro a propósito de si el sonido de Grillo Matto es o no psicodélico. El cuarteto presenta su debut epónimo, que puede también funcionar como un disco interactivo, ya que el arte tiene más de un recoveco en donde indagar, además de la música. Es una especie de paneo de lo que el diseñador iba escuchando a medida que ponía manos en la obra. Hay palabras sueltas, frases que pertenecen a la película Apocalipse Now, diferentes relieves en la trama, triángulos, ojos, el predominio del color negro, frases de Nietzsche.

Esta búsqueda de un concepto linkea el pasado con el presente, cuando el arte de los discos era una forma más de meterse en el mundo de la banda en cuestión: “Que valga la pena comprar el disco”, aclara Ale la intención.

Grabadas en vivo para captar la crudeza del audio, las canciones viajan por melodías disonantes hasta que el pop con riffs bien definidos logra adueñarse del sonido. “Si hay algo psicodélico, no se buscó. Me acuerdo de que una vez nos compararon con Syd Barrett por un cover de Pink Floyd que hacemos. Yo había escuchado a Barrett pero poco y nada”, dice Matías Ferraris (voz y guitarra). Tal vez los accidentes de la disonancia los acerque a ese sonido retro, pero Grillo Matto registra su influencia stoner en la admiración hacia Queens of the Stone Age, también en los primeros cuatro discos de Charly García y... Los Piojos. “Yo los vi en River antes de a Los Rolling Stones y se movió el estadio más que con los Rolling. En cambio, con Las Pelotas no se movió un ápice de gente”, dice Agustín Goett (bajo).

Una noche Grillo Matto tocó con Chucky de Ipola en un bar de Almagro y Andrés Ciro era su invitado. Cuenta Alejandro que cuando se corrió la bola de que venía Ciro, se prendió fuego el lugar. “El chabón tiene una energía muy especial, estaba sin moverse, tocando la armónica en un cuadrado re chiquito y cantando todos temas pedorros”, recuerda Alejandro.

Federico Bramanti (batería) era alumno de Walter Broide de Los Natas, con lo cual solían ir a sus recitales. “Fede dice ‘Vamos a ver la banda de mi profesor’. Los tipos después me rompieron la cabeza. Estábamos en el teatro este donde hacían los Viernes Verdes, yo estaba medio loco, y de repente se cierra el telón y empiezan los chabones con unas guitarras... Al toque empezaron a tocar, yo lo miré a Fede. Habían tocado tres bandas antes que ellos y no me habían movido un pelo”, recuerda Alejandro.

La posibilidad de una isla

GALAPAGOS

Una flor de la vida ilustra la superficie de Supernova, el cuarto disco de Galápagos. La matriz de esta geometría sagrada es una elección atinada que encuadra con la búsqueda de la banda: “Las letras van por el camino espiritual, no hablamos de cosas mundanas”, explica Sebastián Antola (guitarra y voz). El arte que encierra el mandala musical también es un anzuelo a esa exploración. Una vaca, el animal sacrosanto de la leche primal, está en medio de una explosión estelar contenida por un triángulo, el símbolo místico por excelencia. “Estamos medio obsesionados con la cosa espacial y natural”, cuenta Antola a propósito del concepto estético del disco, y Patricio Claisse (bajo y coros) cuenta a grandes rasgos la relación que este animal tiene con el budismo: “Buda viajó, en la India el tipo vio caer una estrella y dijo ‘Ahí llega el enviado’ y viajó de India a la China en buey, fue su medio de transporte”.

Pero al margen de esta historia, Antola aclara que hubo un hecho aun más concreto para que las letras tuvieran esa línea un tanto esotérica, y es su reciente paternidad. En Hijo dime surge la pregunta de qué es lo que decía Dios y qué hay que hacer para regresar a ese estado de paz que –se supone– se experimenta antes de nacer. “Lo psicodélico está muy relacionado con el vuelo –interviene Andrés Raffo (piano Rhodes y teclados)–, hay algo del color que se mantiene a futuro.”

En Desierto Avant Garde (2009), la banda ya había abandonado el formato power trío para incluir formalmente a un tecladista, cuya presencia aportó la atmósfera expansiva en esos viajes sónicos que se ajustan a los riffs melódicos y potentes, los cuales dotan de texturas a la canción. “Es todo una gran mezcla. Hoy en día, en 2013, por más que queramos, no vamos a sonar como Spinetta; absorbemos cosas actuales, más allá de que nos gusten los ‘70”, explica Lionel Fortunato (batería). De la mano de Luis Alberto atraviesan Invisible, Pescado Rabioso y Spinetta Jade, pero reconocen que en el espacio hay muchas otras cosas que los acercan a la psicodelia. “Quizás hay puntos medios, porque o sos rock chabón o sos Spinetta y no es tan así”, afirma Patricio. Esa otra cosa que hay en el medio puede ser Queens of The Stone Age, otra influencia que la banda reconoce.

A punto de cumplir diez años, Galápagos heredó el nombre de los últimos dinosaurios y de la isla ecuatoriana. Durante ese tiempo, además de la formación (ninguno de los cuatro discos está grabado por los mismos músicos), la banda fue cambiando la paleta sonora que los llevó del hard rock, pasando por el stoner, al estado retro que los abduce hoy. “Hay una dirección, un norte más o menos claro de hacia dónde queremos ir, y lo vamos persiguiendo. Creo que va sonando cada vez más a nuestro gusto, cada vez mejor. Hay un estilo que es bastante claro”, reconoce Sebastián, el único que está desde el primer acorde. Y para que no queden dudas de que viven el presente con guiños a un tiempo que fue hermoso y lisérgico de verdad, cierra Lionel: “Supernova es un nuevo comienzo, como un parto. Todo lo buscado en los discos anteriores se resume en este disco. Estamos re conformes. Lo logramos y ahora resta seguir para adelante”.

* Galápagos toca este jueves 25 en el Centro Cultural Ricardo Rojas (Corrientes 2038). A las 21. Laissez Faire el jueves 1º de agosto en Niceto Club (Niceto Vega 5510). A las 20. Y Grillo Matto también el 1º en Vuela el Pez (Córdoba 4379). A las 21.

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