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Jueves, 3 de octubre de 2013

EL PICADOR #8: JURASSIC PARK, DE MICHAEL CRICHTON Y STEVEN SPIELBERG

Dinosaurio Jr

La reaparición de una de las películas más adoradas del cine rajen-que-viene-alto-bicho, ahora en 3D, debería despabilar algunas fauces.

 Por Luis Paz

Lo fundamental acerca de la aparición de la Jurassic Park original –una película con la que ni su secuela ni el pedorro cierre de la trilogía pueden aparejarse– en las salas de cine, en junio 1993, y más radicalmente en televisión abierta, es que aquella miríada de dinosaurios mandibuleantes vino a agitarnos en la jeta no sólo los peligros de la intervención genét... Nah, alto verso. Lo fundamental es que venía a presentar, como nunca antes en cine, a los dinosaurios en pantalla gigante, como para encontrar puntos negros en las orejotas retráctiles aquellas de esos mini dilofosaurios, y con sonido surround, como para hacer temblar escrotos sobre las butacas de gamuza azul. Fin de la cuestión.

Si bien muchos de los dinos que alumbraba InGen correspondían en verdad a otra era geológica, Jurassic Park es de cualquier manera un preciso y precioso parque jurásico para los nacidos entre 1982 y 1988, años más o menos; una generación que vio un paleozoico repleto de Pitufos, Paw Paws y Cocomieles y atestiguó su cenozoico ante Arnolds y Helgas, Dougs y Buzz Lightyears.

La razón del anclaje emocional en Jurassic Park por parte, específicamente, de esa camada, no es que un T Rex se haya aferrado con sus cinco docenas de colmillos a nuestras memorias, sino la forma en la que la película vino a congelar una manera de entender la hidrobabosa historia del mundo definida por la aventura más que por cualquier otra cosa. Así como aquel bebé rechoncho de la tira Dinosaurios que Leonardo Greco le difundía acá a Disney le disputó a Majin Boo el papel de pelota rosada más parecida al Bubbaloo en la historia de la TV, la garra de velocirraptor que el doc Alan Grant atesoraba fue el talismán más inconseguible... hasta el Conejo Pepito de Bart Simpson.

La razón de tanto bolutexto es sencilla: ¿qué sentido tiene buscarle razones a poder, ahora sí, vivir esa maravilla del pifie paleontológico, aquella película dechada de virtudes hollywoodenses (entre gordos traidores, bichos feroces y un par de pibitos entrañables), en las pantallas de cine y en 3D? Desde hoy y por unos días que, inseguramente, marcarán una nueva etapa geológica en el consumo simbólico de hiperlagartos, Jurassic Park ha vuelto a los cines. Desde hoy y por unos días, pues, los chicles Dinovo, las revistas de dinosaurios en 3D (Complejos de cines, la tienen adentro), el Dino Crisis, el Turok, las medias naranjas con pterodáctilos azules y los sets de dinosaurios y plantitas de los Todo x $2 de estación están absolutamente bien y son señal inequívoca de madurez psicofísica. Y lo más radical de todo es que ahora podés ver a esos gigarreptiles en pantalla gigante, con el surround estremeciéndote el corpiño, en 3D y con la tuca en el bolsillo. Extinción de la cuestión.

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