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Jueves, 17 de octubre de 2013

VOLVIó EL PROMOTOR DE LA ESCENA PORTEñA

Swingin’ Baires

El reputado bailarín e intrépido productor Juan Villafañe regresó de los más importantes festivales del mundo para darle un subidón al lindy hop.

 Por Brian Majlin

Viernes a la noche. Tomás un bondi y bajás en la puerta del boliche. Pagás, entrás, tomás algo y pensás que es una fiesta más, en la que sonará la misma música. Te gusta, pero no hay sorpresa. Yirás de un sector a otro, buscando rincones más amables, y caés donde suena algo distinto. Pero te suena familiar, lúdico, como si te remitiera a la infancia –pero no sabés a qué específicamente–; ves mujeres estilo pin up, tiradores en los hombres, zapatos de baile, una orquesta y a la vera de ella una ronda. En el centro, un par de parejas se mueven con pasos desconcertantes pero famosos, que remiten a películas viejas. No sabés cómo seguirlos, pero bailás. Con vergüenza, con cierta desprolijidad, como te sale. Acabás de entrar en el mundo paralelo de la escena swing de Buenos Aires. Ojo, no swinger. A decir verdad, el swing no es nuevo ni siquiera para la escena porteña. Pero ganó terreno y, a partir de una serie de eventos estables como la Swingin’ Party en Niceto Club, la Vie en Swing en La Oreja Negra, o la Orquesta Inestable en el Teatro Mandril, también mayor convocatoria.

“Hoy hay más oferta que demanda”, admite Juan Villafañe en un periplo reflexivo en el relato que lo lleva desde sus inicios –grabando en VHS de MTV y MuchMusic, como adolescente de los ‘90 que fue– hasta sus viajes por los festivales más importantes del mundo. Es uno de los precursores del swing porteño, productor de la Swingin’ Party y también mundialmente reconocido por su baile. Después de viajar unos años retomó la conducción de la escena swing local –que había dejado en manos de sus alumnos hace unos años, cuando abandonó las milongas swingeras de cada jueves en La Castorera– y promueve el baile como forma de alegría y conjunción de las personas. “Incluso por los valores que tiene el swing, desde la ropa, la elegancia, la energía y la forma de relacionarse en parejas”, dirá. A su regreso, decidió ampliar la movida local y apostó fuerte: “Todo vintage, swing todo el tiempo, la Brazo Fuerte All Stars –traducción del jazzero (Louis) Armstrong–, una banda que toca hot jazz al estilo Nueva Orleans”.

Villafañe busca crear más demanda pero antes se lanza a la oferta, apelando al viejo e incomprobable apotegma que reza que toda oferta crea su demanda: “Sueño con un lugar gigante con baile y orquesta, recreando el viejo y mítico Savoy Ballroom neoyorquino”. Por ahora juntan unos cientos de personas en el pequeño pero estable circuito porteño. “Una de las cosas por las que pega el swing es porque toda la gente de mi edad –dice Juan, que tiene 30– se crió con dibujos norteamericanos, con música swing aún sin saberlo, pero cuando lo oís te retrotrae a esa etapa feliz.”

Cuando se oyen los primeros acordes se remite a la escena por excelencia de la infancia de muchos: Red Hot Riding Hood –Caperucita al Rojo Vivo–, ese dibujo de Tex Avery de 1940 en el que al lobo se le salen los ojos por el baile de una mujer enfundada en un sensual vestido rojo. Lo repetiría La Máscara, a fines de la década del 90, en el cuerpo de Jim Carrey. Las épocas no son casuales, la movida swing tuvo tres etapas: comenzó en Nueva York, en la fusión inmigrante de los negros de Harlem, hacia 1930. Tuvo un pequeño auge al costado de la escena jazz y luego se apagó hasta que, a mediados de los ‘80, tuvo un repunte con el Neo Swing que se disparó desde Suecia, donde rescataron a viejas leyendas como Frankie Manning, aquella postal de dentadura enorme y pies siempre sonrientes.

A Juan le llegaron esas imágenes, coletazos del resurgimiento, a través del cable. Escuchó una canción de Cherry Poppin’ Daddies –Zoot Suit Riot– en los tempranos 2000 y desde se obsesionó con el baile. Aprenderlo (primero desde el rock y en una escuela de salsa, por lo inexistente de la escena local) y luego enseñarlo. Viajó y formó parte de los festivales más importantes, como el de la pequeña localidad de Herrang, Suecia, la actual meca del swing. En Buenos Aires dejó un festival: el Buenos Aires Lindy Hop Festival (2005-2006), dedicado al tipo de baile que acompaña el swing –jazz, algo de tap, algo de charleston–, nacido en los años ‘30 en Harlem.

Ahora, Villafañe está de regreso para asentar el baile y arriesga una teoría incomprobada: “El jazz norteamericano es primo del tango argentino, de la misma época y de las mismas raíces. Por eso cae tan bien acá”.

* Swingin’ Party y presentación del disco de la Brazo Fuerte All Stars. Viernes 18 en Niceto Lado B (Niceto Vega 5510). Desde las 23.

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