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Jueves, 21 de noviembre de 2013

EL PICADOR #10: RON MUECK EN LA FUNDACIóN PORTEñA

Mascarón en PROA

Buena parte de la obra del ora as de los efectos especiales australiano, ora escultor, debuta en América latina para recordar lo que el cuerpo es.

 Por Luis Paz

Si Urbania, en el condado yanqui de Ohio, supo ser cuna en la ficción de los hermanos O’Shea y de los Pequeños Gigantes de la memorable película infantojuvenil de los ‘90, la porteña Fundación PROA, ese mundo al costado del Caminito, en La Boca, es pesebre ahora de pequeñas y gigantes figuras humanas impresionantemente recreadas por Ron Mueck. Este escultor y capo australiano del diseño de criaturas para cine creó –tutelado por el Dios de los Muppets, Jim Henson– e interpretó al bicho Ludo en Laberinto, pero fue a partir de su ingreso a mediados de los ‘90 en el circuito formal de la escultura, de la mano de su suegra, la pintora portuguesa Paula Rego, que comenzó una obra ejemplar e impactante de antropomorfia en silicona.

Las nueve piezas que PROA expone de Mueck en esta muestra concebida por la Fondation Cartier representan prácticamente la cuarta parte de su obra, con el agregado valor impuesto de que tres fueron especialmente fabricadas para ella. Fabricar, un verbo posible si se atiende a Mueck como una especie de dios fabril, de clonador de rostros y de cuerpos universales: tal vez ninguno de sus hiperfigurines sea una copia de una persona equis. Tal vez todos sean un poco el promedio de todo Occidente.

Esquivos miradores, estos seres siliconados de resina y pelo quizá sean los asistentes a una muestra ad hoc: la de la intelligentzia del arte alto pasando a ver sus obras, la del curioseo normal superior al que las obras de Mueck dan lugar, como si se tratase de réplicas de dinosaurios en el Museo de Ciencias Naturales, pero también como partículas de la máquina de Dios y la capacidad de moldear vida, en este caso inanimada por capricho apenas del soporte: que no haya vida en esos pliegues, esos ceños, esas muecas, es una mentira tan poco astuta como la de que la escultura no es capaz de interpelar incluso al menos dechado de virtudes de observación.

Abierta hasta el 23 de febrero en el espacio de Pedro de Mendoza al 1900, la exhibición Ron Mueck de PROA comienza con un mascarón ensoñado y acaba en una película que desnuda la fabricación artesanal de estas obras, imposibles de ser seriadas, demasiado fidedignas en sus líneas como para no esconder algún concepto ulterior al de la belleza de la representación. Y en ese recorrido, atraviesa a la Humanidad y nos deja abierta la herida de lo que somos: unos manojos de pelos y grasa mejor o peor acomodados.

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