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Jueves, 9 de enero de 2014

FILHOS NUESTROS, EL SUB SUPLEMENTO MUNDIALISTA

En el nombre del padre

La Selección Argentina debutará en Brasil ante el joven equipo bosnio, uno de jugadores exiliados y resistentes que quisieron defender sus raíces.

 Por Juan Ignacio Provéndola

Cuando el alemán Felix Zwayer sopló su pito esa noche de octubre en la capital lituana y al fin acabó con la espera, sólo una mitad de Bosnia estaba atenta al momento histórico. Es que la salvaje guerra con la que se selló la emancipación de la vieja Yugoslavia dejó para siempre expuestas las heridas más difíciles de cauterizar: las de la memoria. Desde entonces, los tres bandos entreverados en aquel latrocinio de muerte y espanto se miran de reojo en un país tan chico como Jujuy, cohabitado con las mismas diferencias que los empujaron a masacrarse sin tutías dos décadas atrás.

Por eso, cuando Bosnia venció a Lituania y clasificó por primera vez a un Mundial, sólo los musulmanes locales sintieron propio el triunfo. Los bosniocroatas y los serbiobosnios, de acervo cristiano, prefirieron mirar los partidos que en simultáneo jugaban Croacia y Serbia, con suerte para uno y perjuicio para otro definidos mucho antes. Y eso que la selección no sólo la componen islamistas como el capitán Emir Spahic (del Bayern Leverkusen) o el entrenador Safet Susic (el “mejor jugador bosnio” de la historia) sino también integrantes de las otras etnias: Mensur Mujdza (oriundo de Zagreb, hoy capital croata) o Miroslav Stevanovic (nacido en el límite con Serbia). La balcanización del fútbol en su máxima expresión.

Mientras comenzaba una guerra que en tres años dejaría un tendal de muertos y un millón de exiliados, Bosnia-Herzegovina se constituía como Estado independiente el 3 de febrero de 1992. A los pocos meses fue creada la federación de fútbol de la incipiente nación y se impuso despojar al deporte de toda significación política para asegurarse la simpatía de la FIFA, siempre paranoica de que los intereses domésticos entorpezcan los propios. Por eso, recientemente rechazaron el convite de la selección de Catalunya, que siempre usa estos partidos como pretexto para reivindicar sus proclamas separatistas, y prefirieron cerrar el año con un amistoso ante Argentina, que ganó con dos goles del Kun. No fue el primer choque: hay un antecedente en 1998, en Córdoba, con goleada 5-0 para los locales.

Como el hálito desgajado de un pasado espantoso, la única de las 32 selecciones de Brasil 2014 que nunca jugó un Mundial se construye con los escombros de Sarajevo, el tronar de los bombardeos de la OTAN y los recuerdos de las violaciones en masa que las tropas cometían al capturar una ciudad del bando adverso. Algunos padecieron el destierro, como Sead Kolasinac, que hizo su carrera en el Schalke 04 de Alemania, que lo asiló, o Senad Lulic, defensor de la Lazio, refugiado originalmente en Suiza. Otros, como Boris Pandza o Toni Sunjic, se tutearon con la guerra en su Mostar natal, una de las ciudades bosnias más arrasadas. Algo similar le sucedió a Edin Dzeko, emblema de una selección a la que condujo al Mundial con su fuerza goleadora (la misma que sacó campeones al Werder Bremen y al Manchester City), después de haberse criado entre estruendos en Sarajevo.

Ninguno en la Premijer Liga, que a tono con las divisiones locales no cuenta con equipos serbiobosnios, nucleados en un minúsculo campeonato propio. Pero a pesar de haberse criado futbolísticamente en otros lados (pudiendo representar a otros seleccionados más sólidos y competitivos), los jugadores bosnios, que promedian los 24 años, son atravesados por el mismo sentimiento de representar al país de sus padres. Y serán los que, en nombre de ellos, entonen el himno cuando Bosnia busque reescribir su historia, el domingo 15 de junio ante Argentina, en el Estadio Maracaná.

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