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Jueves, 27 de marzo de 2014

MAXI PRIETTO, CóSMICO Y ESPIRITUAL

“Ahora quiero hablar de lo que me gusta”

De Bukowski y el heavy a las golosinas y Julieta Venegas, vida y obra del trovador lisérgico de Prietto Viaja al Cosmos con Mariano y Los Espíritus.

 Por Juan Barberis

Ahora Maxi Prietto está controlado por la esperanza. Este hombrecillo psicodélico de erres empastadas, que durante años le sirvió su obra completa a la melancolía, habla como si finalmente un fogonazo de luz se estuviera proyectando sobre su música. “Las nuevas canciones son medio religiosas”, adelanta con entusiasmo el cantante de Los Espíritus y Prietto viaja al cosmos con Mariano, mientras suena Howlin’ Wolf en la sala de ensayo que ocupa parte de su casa de La Paternal. Está recién llegado de Villa Gesell, donde su familia tiene casa y donde se recluye cada tanto para estar en contacto con el sol y el mar, dos de las cosas que más lo apasionan. De cada viaje vuelve con una pila de canciones nuevas, y estas últimas tandas, aunque no lo señalen de forma literal, están dedicadas al mar. “Vengo hace años hablando de la melancolía”, explica. “Y ya si vuelvo sobre eso siento que estoy casi cargándome a mí mismo, no me quiero meter en un personaje. Ahora quiero hablar de lo que me gusta.”

Prietto nació en Quilmes a principios de los ‘80, de padre chaqueño y madre correntina. Desde temprano, siempre reacio a la escuela, el trabajo y los formalismos, se la pasaba dibujando y acumulando casetes. La música le entró por el lado de Oscar, su medio hermano mayor, que era fanático del heavy y tocaba la guitarra. Maxi rápidamente se enamoró de Metallica, Hermética y Sepultura, y a los once ya recorría parques y ferias para comprar discos en vivo y álbumes que recomendaban revistas Madhouse. Pero cuando se dio cuenta de que todos esos pelilargos de voz raposa mencionaban a Led Zeppelin como influencia máxima, pidió plata para su cumpleaños y fue a Musimundo con la misma expectativa de un debut sexual: se compró los primeros tres de Zepp. “¡Y me re cabió, mal!”, recuerda.

Después llegaron el grunge, el punk y el hardcore. Cursando en el Nicolás Avellaneda (donde conoció a Santiago Moraes, actual compañero de Los Espíritus), tuvo algunas bandas como Fratello o Dasfemme-ins. Pero su vínculo con la música se reconfiguró por completo en 2002. Para entonces no tenía banda, ya había dejado la secundaria y trabajaba por 15 pesos por día en el mayorista de golosinas que tenía su padre en Florencia Varela. Vivía con su mamá en Villa Crespo, así que todos los días se embarcaba en un largo y sinuoso recorrido que contemplaba subte, combinación de subte, tren y combinación de tren. “Ahí la cabeza se me trastrocó: de ser un nene grandote, bastante ingenuo, que estaba encerrado en un departamento escuchando discos, a salir a la calle por obligación de mi viejo fue fuerte. Y me re curtí, viví un montón de historias muy heavies”, dice. Ese año, Maxi, que también estaba encarando un breve paso por la escuela popular de música –donde se interiorizó en el tango, el jazz y el folklore–, grabó como cinco discos en la PC que había comprado su mamá. En Vía Temperley, el más significativo, plasmaba las historias oscuras y desdichadas de los hombres que veía a diario cabalgar sobre los rieles filosos del Conurbano. Cuando su viejo –que, en cambio, siempre se enfrentó a esa realidad con ojos de esperanza– escuchó las canciones, la devolución fue tajante. “Me dijo que era muy desmoralizante, que yo era un derrotista”, recuerda.

A partir de esa experiencia, Prietto empezó a concebir la música como un canal para contar historias, siempre algo oscuras, marginales y melancólicas, sin límites de géneros ni estructuras determinadas. Ahí conoció a Mariano Castro (que había sido baterista de Flit, una banda que compartía seguido escenario con Dasfemme-ins), y se empezaron a embarcar en zapadas lisérgicas durante días y días. Al mes y medio, Shaman Herrera (al que había conocido en una escuela de grabación) les ofreció hacerse cargo del registro de lo que terminaría resultando el EP debut de Prietto viaja al cosmos con Mariano. “Esa fue la primera vez que pensé que algo que yo hacía realmente le podía gustar a otro”, dice Maxi, que en ese momento atravesaba el duelo por la repentina muerte de su padre. “Yo estaba un poco pinchado y Marian siempre me daba una mano. Nuestros ensayos eran una especie de laboratorio en el cual hablábamos mucho o zapábamos horas. Lo bueno es que él está más loco que yo. Si no estuviera así de chiflado, no sé si me hubiera animado a flashear así.”

Prietto viaja al cosmos con Mariano experimentó un extraño éxito que arrancó en el under platense (“En Capital me sentía un patito feo, pero cuando llegué a La Plata eran todos patitos feos, un grupo absolutamente libre, nunca nadie me juzgó por nada”, dice), siguió por Buenos Aires y llegó hasta México, donde editaron su disco y donde Julieta Venegas se plantó como su fan más visible. Sin embargo, después de esa peripecia, el dúo mostró un tranco algo intermitente que se prolonga hasta hoy. “Nos faltó laburo, digamos. Estábamos atentos a describir la melancolía, siempre fue un proyecto muy musical”, argumenta Prietto. Fue en ese contexto que su personalidad compositiva alcanzó niveles realmente soberbios, y fue capaz de pintar escenas de melancolía y amor a bordo de una prosa ocurrente que absorbió de Kerouac, Bukowski o Miller. “Av. Corrientes fue una de las primeras canciones buenas que hice”, evalúa en relación al tema que abre aquel EP. “Estaba solo en mi pieza y cuando la hice dije: ¡No, no puede ser! La toqué diez veces y no tenía ni idea de dónde había salido. Nunca me pareció que la hubiera hecho yo, eso es asombroso.”

Su perfil de antihéroe melancólico y adorable parece guardar el aroma a resaca matinal después de una noche fatal. Primero con Prietto viaja al cosmos con Mariano, y ahora también junto a Los Espíritus –su último proyecto, un sexteto enérgico más cercano al blues y el funk–, ese cantar nostálgico, cansino y sumamente etílico, curtido entre el tango, el bolero y el folclore, cristalizó como su sello inconfundible. “Yo quería tener una voz como la de Tom Waits, y tenía una diez mil octavas más aguda”, se ríe. “No me gustaba mi voz, así que tuve que buscarle la vuelta. Siempre quise hacer las pausas necesarias y resaltar las consonantes para que la gente escuchara bien la letra, eso siempre fue lo más importante para mí.”

Después de la edición del debut homónimo de Los Espíritus, que con Lo echaron del bar colocó un hit suburbano y psicodélico, Maxi dice estar decidido a correr a un lado la melancolía y empezar a registrar este sospechoso estado de bienestar. Dice, también, que aquello que le dijo su viejo cuando escuchó Vía Temperley, lo de ser “un derrotista”, todavía le rebota en la cabeza. “Siempre hice como que no me interesaba, pero con el tiempo me di cuenta de que está bien. Vos decís algo y a partir de eso se construye una realidad. La gente puede estar a favor o en contra, pero lo único que hace es hablar de eso”, analiza. “Por eso, ahora que estoy en un momento bastante positivo, muy contento con mi perro, mi novia, mis amigos y Los Espíritus, quiero retratar todo lo que me gusta y que la gente pueda verlo. Quiero que con mis canciones la gente se imagine que va manejando y que le da el viento en la cara. Quiero que todo sea bueno.”

* Domingo 30 en el Festival Elefante en la Habitación, Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3151). Desde las 16.30 con Globo, Lautaro Feldman, Ciruelo, ChauCoco! y Proyecto Gómez Casa.

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Imagen: Cecilia Salas
 
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