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Jueves, 10 de abril de 2014

AGUAS(RE)FUERTES

Alerta roja

El infierno no está encantador: barras bravos, jugadores que pegan y no cobran y un presidente en ascuas.

 Por Santiago Rial Ungaro

“Bebote, ¿no se puede sacar el casco?”, le pregunta un periodista al tristemente célebre Bebote Alvarez, que sale de la sede de Independiente con una bolsa blanca con 200 mil pesos, destinados a “hacer socios a los pibes”. Fanfarrón, Bebote, el mismo que supo increpar enmascarado al presidente Cantero en otro hit youtubero, responde: “No quiero, porque soy muy lindo... ¡y estoy casado!”.

El contraste entre el desparpajo del barrabrava rojo más locuaz con las muecas adustas y desconcertadas que ofrecen Cantero y el Rolfi Montenegro confirman lo sabido: ni Bafici, ni Youtube, ni Loolapalooza ofrecen un reality tan truculento como el de los Diablos Rojos de Avellaneda: jugadores, directivos, hinchas e hinchapelotas, todos juntos ahora en su intento de ascender por los anillos de un Infierno que haría empalidecer al de Dante Aligheri. Dos pobres perros colgados, cinco quinchos incendiados, decenas de banderas con mensajes acusadores, una tremenda denuncia por abuso sexual, futbolistas que le pegan a la gente, gente que insultar al propio equipo (¿qué sentido tiene?), un presidente que, más allá de aciertos y desaciertos, no se da cuenta de que si la guita no aparece los goles tampoco...

Cada semana el Reality Rojo se expande a distintas secciones de la prensa, a menudo acaparando más páginas en Policiales que en Deportes. Mientras tanto, la hinchada alienta y el equipo, comandado con un técnico sobrio y lúcido, con heroico pasado de combatiente a Malvinas, se mantiene siempre ahí, luchando contra sus rivales y contra sí mismo, haciendo lo que puede con la presión y los nervios, con el orgullo y la gloria. Hay que tener una buena dosis de valentía para entrar a jugar al Libertadores de América, ese que tendría que haberse llamado Estadio Ricardo Enrique Bochini, más allá de sus críticas, tan inconstructivas como entendibles.

“Tuve miedo, pero en otra época de mi vida”, dice De Felippe y suena creíble, aunque el espanto en los rostros de sus dirigidos aparezca ante la primera contrariedad. “Esos no son hinchas de Independiente”, acusa Parra, mientras dirigentes de la oposición tratan de tomar el club a puro sentido común: “Los jugadores quieren cobrar, y nosotros tenemos la guita, así que habrá que adaptarse”. Mientras Cantero sopesa si vale más su jaqueado orgullo o lograr “el objetivo de todos”, siguen surgiendo, día a día, más frases memorables que buenas jugadas. “Nunca le saqué el culo a la jeringa”, tiran el presi y los jugadores, a los que parece que las vacaciones los relajaron demasiado (algo por otro lado muy entendible teniendo un trabajo tan demandante y que encima... ¡no se les paga!), de a poco se dan cuenta de que son (¡aunque sea un poquito!) mejores que Villa San Carlos, Patronato, Crucero del Norte o Aldosivi.

Pero aunque Bebote, más allá de que no lo dejen entrar al estadio y de sus internas con Loquillo, confíe en que pueda ser “presidenciable”, no es fácil ni divertido ser hincha del Rojo en estos días. Pero como reality, lo del C.A.I en la B demuestra que en estas hermosas tierras de amor y paz la realidad supera la ficción: el tortuoso intento de ascenso a los infiernos (porque la A también está que arde) de los Rojos de Avellaneda promete nuevas (y ojalá no tan abominables) páginas. Y es que, como bien titulaba hace unas semanas un noticiero, el infierno no está encantador.

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