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Jueves, 15 de mayo de 2014

FREE DANCE, QUE SE ACABA EL MUNDO

“Hay que confiar, todo vuelve”

El ciclo a la gorra de la nave electrónica Klauss se impone como un nuevo hangar experimental. En junio hay segunda vuelta.

 Por Santiago Rial Ungaro

Tras sus máscaras de Playmobil, los miembros de Klauss juegan: hace casi dos horas que la banda de los hermanos Romeo está en el escenario del Matienzo y queda claro que este Free Dance (espacio mensual de encuentro entre el grupo y djs, anunciado como ciclo de “música dance experimental”) es sólo un juego. Uno que gusta, porque el día del debut pasaron más de 400 personas. Y que a su vez abre otro juego: entre bailarinas, fans de Klauss, seguidores de los djs (esta vez, Luis Callegari y Carlos Ruiz), habitúes del Matienzo y curiosos, Free Dance salió a la cancha el jueves pasado, ofreciendo algo que no se suele ver en las pistas: una propuesta musical y bailable con una dinámica diferente, lúdica y experimental.

Post-show, con los músicos exhaustos luego de cuatro horas, aún sonaba el contrapunto de esta propuesta signada por extremos: el beat incesante que proponen los djs con sus mezcladoras y bandejas; y los sonidos espaciales, abstractos, psicodélicos, casi sinfónicos, del inconcebible arsenal sónico de Klauss. Ernesto Romeo sólo llevó, entre otras naves, el Dave Smith Poly Evolver 8 Voices, un Moog Taurus 3, el Technosaurus Selector Modular System y el Cyclone TT303. Y algunos procesadores, claro.

No es casual que detrás de esta iniciativa estén los Klauss, eterno objeto no identificado pero omnipresente en la escena electrónica por permanencia y singularidad. Es que más allá del aporte de Callegari (más abierto en su set al diálogo con la banda, se animó a usar una batería electrónica y algunos pads) y de Ruiz (con un set más arengador, con la banda sumándose a sus beats), sobresalió Klauss, cuya formación se completa con Francisco Nicosia y el aporte en visuales de Diego Javier Alberti (aka Olaconmuchospeces), y que idean el próximo encuentro para el 5 de junio.

No se podía esperar otra cosa que una propuesta atrevida de este grupo cuyo nombre homenajea a Klaus Kinski, actor fetiche de Herzog en obras maestras como Fitzcarraldo. Y aunque en teoría la propuesta de abrir un espacio que conjuga lo bailable y lo experimental es tan arriesgada como montar una ópera en el Amazonas, ese carácter improbable lo convierte en irresistible. Sólo a los hermanos Romeo (Ernesto, el mayor, alquimista de los osciladores y sintes que supo aportar su magia en discos de Pez o Babasónicos; y Lucas con sus expansivas guitarras) se les podía ocurrir patear el avispero dentro de una escena marcada por un minimalismo tan extremo que suele sacrificar cuestiones esenciales y propias de la historia de la música bailable, como la experimentación y la improvisación.

Al otro día, desde su base de operaciones en La Siesta del Fauno (suerte de estudio de grabación con una colección de instrumentos que lo convierte en un laboratorio alucinatorio), Lucas analizaba el debut: “Creo que entrar con las cabezas de Playmobil (que hicieron Mariano y Diego ‘Cacique’ Rodríguez) con nuestros rasgos sirvió para rescatar una actitud más infantil y relajada de la que suele haber en la música dance, que a veces es una cultura medio dura, potente. Es también como salir un poco del ego y decir: ‘Soy un muñeco, relajate y ponete a bailar’. La idea es que se genere un espacio en el que se pueda movilizar la conciencia y los sentidos: disfrutar, bailar, expandirse, relajarse. Y también apostar a la solidaridad, porque al ser gratis podés entrar y si no te gusta, te vas. Pero también hubo gente que preguntaba dónde estaba la urna. Hay que confiar en la gente, todo vuelve”, destaca sobre la entrada que, siguiendo una modalidad que además da nombre del ciclo, es libre y a la gorra. Si querés, aportás. Si no te gusta, te vas. Y si querés bailar: ¡bailá!

* Jueves 5 en Club Cultural Matienzo, Pringles 1249. A las 22.

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