no

Jueves, 29 de mayo de 2003

ADELANTO DE “31 SONGS”, O EL POP SEGUN NICK HORNBY

About a fan

El nuevo libro del autor de Alta fidelidad (que Anagrama publicará en castellano en 2004) es más un manifiesto estético sobre la cultura popular que un repaso por “la banda de sonido de mi vida”. De Springsteen a The Avalanches, de Nelly Furtado a Bob Dylan, he aquí el pensamiento vivo de alguien que se dedicó a escribir libros porque no sabía escribir canciones.

 Por Pablo Plotkin

Nick Hornby escucha música pop y escribe libros. “Si pudiera escribir música, ni siquiera me molestaría con los libros”, apunta en un paréntesis de 31 Songs, lo más parecido a un disco que publicó en su vida (sin contar los compilados que periódicamente graba para consumo personal o como ardid de conquista romántica, vieja estrategia ficcionada en Alta fidelidad, su segundo libro y primera novela). Después de conocer a Rob, ese boludo querible que organizaba su discoteca según un tortuoso orden autobiográfico, podía suponerse que Hornby, el alma norteña detrás del personaje, analizaría la música desde un punto de vista meramente autorreferencial. Hornby contradice el preconcepto desde la introducción, dedicada a “Your love is the place where I come from”, preciosa balada de Teenage Fanclub. “No quería escribir sobre recuerdos. Ese no era el punto. Uno puede suponer que la persona que dice que su disco favorito de todos los tiempos le recuerda a su luna de miel en Corsica, o al chihuahua de su familia, no le gusta mucho la música, en verdad”.
31 Songs se compone de ensayos breves sobre canciones más o menos populares de Bruce Springsteen, Nelly Furtado, Led Zeppelin, Rufus Wainwright, Santana, Rod Stewart, Bob Dylan, The Beatles, Aimee Mann, Suicide, Ben Folds Five, Badly Drawn Boy, The Velvettes, The Avalanches, Soulwax, Patti Smith... Error: aquí se habló de gente; Hornby habla de otra cosa: “Canciones es lo único que escucho, casi exclusivamente. No escucho muy seguido jazz o música clásica, y cuando la gente me pregunta qué música me gusta, me resulta difícil responder, porque habitualmente quieren nombres de personas, y yo sólo puedo darles títulos de canciones”.
Hay varias formas de leer el último libro de Hornby. La más inmediata y disfrutable es la del melómano, el fan. Este escritor de 45 años del norte de Londres se hizo famoso, al menos en un comienzo, a partir del poder celebratorio de sus pasiones: el fútbol y la música. Hornby sabe contagiar entusiasmo a un público altamente permeable al entusiasmo (a eso se reduce en muchos casos, mal que pese, la función de la crítica de rock), de modo que la lectura de 31 Songs alienta al lector a la búsqueda febril de canciones viejas y nuevas, sin anclarse en presuntas épocas doradas y apelando a un criterio de selección basado exclusivamente en lo sensorial. “A veces, muy ocasionalmente, canciones y libros y películas y cuadros expresan perfectamente quién sos vos”, escribe Hornby. “Y no lo hacen a través de imágenes o palabras, necesariamente; la conexión es mucho menos directa y más complicada que eso (...). Es un proceso parecido a enamorarse. No elegís necesariamente a la mejor persona, o la más astuta, o la más hermosa”.
Otra lectura posible de 31 Songs es como manifiesto estético, monografía pop sobre las especies de consumidores culturales. Hornby desglosa las diferentes etapas en la vida del devorador de discos y señala los prejuicios que coartan el placer absoluto. “De pronto te volvés tan vago y tan temeroso de tu propio juicio como cuando tenías catorce años”, asegura el autor de About a boy, refiriéndose a la adultez. “¿Cómo sabés si un disco es bueno? Buscás pruebas de buen gusto. Buscás una tapa blanco y negro, con onda, evidencia de cuerdas, quizás un buen músico invitado, algunos títulos de canciones irónicos, una calcomanía con una cita sacada de una reseña en Mojo o de algún diario, un par de referencias en alguna parte a la literatura o el cine...”.
Al igual que en Alta fidelidad, acierta en algunas definiciones ingeniosas, conductas que van más allá de la distancia y las generaciones. Al confesar que no es un gran fan de Dylan, contrapone el caso de un amigo que vive conectado a un website de Bob, “como si el website fuera la CNN y la carrera de Dylan fuera el Medio Oriente”.
Hay momentos en que Hornby utiliza las canciones elegidas para saldar cuentas pendientes con críticos, detractores de su obra y géneros “cultos”. “No me disgusta la música clásica por su ilustración”, aclara. “No soy un snob invertido. Me disgusta (o, al menos, no me conmueve) porque suena eclesiástica, y porque, al menos para mis oídos, no puede lidiar con los sentimientos más pequeños que constituyen un día, una semana y una vida, y porque no hay segundas voces o líneas de bajo o solos de guitarra, y porque a un montón de gente que declama gustarle en realidad no le gusta ninguna música (o ninguna cultura) en absoluto, y porque crecí escuchando otra cosa, y porque no tiene la capacidad de hacerme sentir, y porque no necesito que mi música suene ‘mejor’ que lo que ya lo hace...”
En cuanto a los críticos (aunque él también se convirtió en una especie de crítico musical en los últimos años firmando notas para The New Yorker), les dedica una hipótesis peculiar. “Es un extraño fenómeno de la crítica el de valorar sólo las obras de arte que son ‘filosas’, o ‘aterradoras’, o ‘peligrosas’ (...). Sospecho que hay dos razones para ello. La primera es que los críticos tienen que leer un montón de libros, o mirar un montón de películas, o escuchar un montón de música, la mayoría de los cuales son blandos e indiscernibles, así que cualquiera que haga un disco que contenga una sierra, o una película con un flashback de doce horas, son inmediata y quizás comprensiblemente sobrevalorados. La segunda razón es que reseñar –especialmente reseñar música– es, la mayoría de las veces, un juego de gente joven, y la gente joven tiende a no tener una gran experiencia de vida. No sólo porque no vivieron mucho,sino porque además hacen, quizás, el trabajo más seguro que se pueda tener. De hecho, la mayoría de ellos recibe los CDs por correo y los escucha en su home stereo antes de enviar sus reseñas vía e-mail –ni siquiera corren el riesgo de ser atropellados por un colectivo. ¿Quién no se sobreexcitaría, en estas circunstancias, frente a un artista que está intentando expresamente avivarlos un poco?”
Nick Hornby sigue grabando un par de compilados por año para escuchar en el coche, compuestos por canciones de los últimos meses. Le sorprende, cada vez, encontrar nueva música que lo conmueve. “Necesitás sólo un par de cientos de cosas más como ésa, y entonces tenés una vida que vale la pena ser vivida”, asegura “Si nos sentamos simplemente a esperar que surja el próximo movimiento punk, entonces les estaremos diciendo a nuestros mejores escritores de canciones que lo que ellos hacen no sirve para nada, y se volverán marginales. Los próximos Lennon y McCartney quizás ya estén entre nosotros; sólo que ellos no saldrán diciendo que son más grandes que Jesús. Apenas sacarán canciones tan buenas como ‘Norwegian wood’ y ‘Hey Jude’, y yo puedo vivir con eso.”

Compartir: 

Twitter

 
NO
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.